Después de la confrontación electoral Gustavo Petro no iba a cambiar de estilo. Al aceptar la derrota dio muestras de ser el de siempre. Las mismas divagaciones cargadas de rencores; ningún agradecimiento para los socios que hicieron posible su crecimiento en las urnas. En la boca del candidato brillaron por su ausencia Antanas Mockus, Iván Cepeda, Claudia López y muchos otros. Esto sin mencionar a Carlos Caicedo, el contendor ninguneado desde la consulta interna. Hasta Ángela María Robledo, la fórmula vicepresidencial, tuvo que hacer un reclamo público para que se le tributara un mínimo reconocimiento.
El exalcalde fiel a su estilo, cambio de opinión frente al anuncio previo en el sentido de que no que no concurriría al Senado. Ahora dice que estará comandando las huestes de la oposición en aquella cámara legislativa. Es entendible: el oficio de tribuno es el que mejor se adapta a sus características personales. Como parlamentario puede ostentar un brillo que jamás merecerá en el ámbito de la administración pública.
El resultado de los comicios implica la conformación de un nuevo tablero político, una nueva correlación de fuerzas. Pero Petro debe tener claro que entre los votos que el reclama como propios se cuentan los de cuatro millones de adeptos a candidatos presidenciales eliminados tras la primera vuelta, y otro par de millones de sufragios de quienes sin pertenecer a la “Colombia Humana”, querían cerrar el paso al partido del expresidente Uribe.
Siendo la política una actividad esencialmente dinámica, en el cuatrienio que se inicia pueden pasar muchas cosas. Al interior de las distintas vertientes ocurrirán cambios y recomposiciones. Del centro derecha surgirán otros líderes, mientras que en la izquierda alguien menos amigo de la lucha de clases y la confrontación radical podría sustituir al pugnaz ex candidato.
Por supuesto que en el entretanto un Petro delirante, que se siente dueño absoluto de la votación lograda, le apostará al discurso ideológico puro y duro; negará el agua y pretenderá descalificar como pueda al nuevo gobierno. Es un camino arriesgado porque la mayoría de sus electores no buscaban el advenimiento de un modelo recalcitrante de izquierda sino logros rápidos y tangibles como la derrota de la corrupción en la política, la vigencia del acuerdo de paz, la creación de empleos oportunidades.
Pero el presidente Iván Duque no es manco y no se quedará quieto. Con sus estrategias ya anunciadas tendrá la capacidad de revertir preferencias electorales y atraer algunos sectores próximos a la “Colombia Humana”. Se concluye entonces, que para el 2022 nada está escrito. El electorado podría girar a la derecha o a la izquierda, y acaso dejarse conquistar por un “centro-centro” de verdadero talante ciudadano. Gustavo Petro podría convertirse así en un lejano y turbulento recuerdo.
Llegados a este punto hay que auscultar el papel de las comunicaciones y del lenguaje en el reciente debate electoral y en lo que viene. Comencemos por decir que a pesar del influjo de las redes sociales esta es una nación particularmente sensible ante la expresión verbal de sus dirigentes. Los oradores inspirados, el calambur preciso, la pirotecnia verbal aún cuentan. Por eso los colombianos no dejaron de mirar con pena ajena el pobre alcance en materia verbal y expositiva del presidente Santos.
La campaña presidencial tuvo lugar cuando se presentaba en el gobierno un déficit de explicaciones y palabras. Petro supo entenderlo y tomo ventaja. En el caso de Fajardo, las limitaciones del discurso le pasaron cuenta. Sus ideas acaso eran mejores, pero había cierta contención excesiva y algunos silencios reiterados que terminaron empañando su mensaje. En cuanto a Duque existió balance: propuestas bien elaboradas dejaron la sensación de fortaleza conceptual, y el manejo de la comunicación verbal resultó convincente. Este estilo comunicativo integral tuvo su expresión en la otra banda ideológica con Jorge Robledo. Por su parte una Claudia López habilidosa, estridente y de opiniones cambiantes vio limitada su influencia a sectores reducidos.
Como audiencia y rating se alimentan de opiniones ruidosas e incendiarias
muchos “formadores de opinión” vienen cayendo en la tentación
de dar despliegue a los protagonistas que generan esas expresiones
A todas estas es preciso preguntarse por el lenguaje que están usando los más poderosos medios de comunicación al abordar el acontecer político y relacionarse con quienes lo protagonizan. Como la audiencia y el rating se alimentan de la noticia-espectáculo y de opiniones ruidosas, incendiarias, obsesivas, muchos de aquellos “formadores de opinión” vienen cayendo en la tentación de dar despliegue a los protagonistas que generan tal clase de expresiones. Pareciera no importarles la clase de proyecto político al que están sirviendo, ni el tipo de nación que construyen.
Es hora de que esos grandes medios radiales, televisivos y escritos volteen la página y piensen en Colombia. Necesitamos espacios suficientes para que los jóvenes y los ciudadanos puedan acceder a la historia del país y del mundo desde una mirada libre de prejuicios. Necesitamos que se informé con mayor profundidad sobre lo que pasa en el ámbito internacional y la manera como el país se inscribe en ese contexto. Necesitamos que el arte, la cultura, la sensibilidad estética y la filosofía iluminen el bagaje informativo. Necesitamos un lenguaje objetivo, prudente y respetuoso que propicie entendimientos. Puede que esta forma de hacer las cosas no venda mucha publicidad, pero ella permitirá que nuestra sociedad y los valores de la democracia liberal puedan mantenerse vivos.