El desempleo de los jóvenes es, de lejos, superior al de la sociedad en conjunto que, sin incluir el subempleo, supera el 10 %. Y, para rematar, tal como lo publica el Dane mes a mes, el de las mujeres jóvenes, aún mayor (hacia el 20 %). En el mundo entero se discute sobre las nuevas realidades del mercado laboral y cómo aprestarse.
Es en serio, aunque a la mayoría de nuestros líderes, políticos, empresarios y académicos no parezca serles de interés: el mundo está viviendo una revolución sin precedentes a partir de innovaciones disruptivas en la tecnología, la globalización que cada vez nos hace más interdependientes, el cambio climático que obliga a desarrollar nuevas fuentes de energía, so pena de caer en lo que se ha denominado el colapso energético.
Los cambios están afectando de manera dramática los mercados laborales, los modelos de negocios, nuestra vida en sociedad, y nos obligan a replantear las formas en que aprendemos y la manera como nos relacionamos unos con otros, no solo en el ámbito del trabajo sino en nuestra cotidianidad como ciudadanos.
Las ocupaciones que han desaparecido y las nuevas que han surgido en las últimas dos décadas son pocas al lado de lo que viviremos en diez y veinte años, es decir, el tiempo en el que los niños y niñas de hoy se las verán con las necesidades de generar sus ingresos.
Las ocupaciones que han desaparecido
y las nuevas que han surgido en las últimas dos décadas son pocas
al lado de lo que viviremos en diez y veinte años
La inteligencia artificial, la biotecnología y las tecnologías de la información están dando paso a un nuevo umbral en nuestra vida, incluyendo el mundo laboral. Ya olfateamos algo de ello en cuanto un algorritmo en un vehículo de Uber que tomamos para ir a la oficina decide que hay que voltear a mano izquierda a 200 metros o cuando se le disputa al sistema hotelero tradicional el monopolio sobre la oferta de habitaciones poniendo una habitación de nuestra vivienda a disposicion de la plataforma Airbnb, que podría ser demandada por alguien de Pasto, Tokio o Berlín.
Estamos en plena revolución. Sucede, al menos, a dos anteriores: la que llevó la mano de obra del campo a las fábricas de las ciudades, la primera, y la que, después de los 70 sacó de las fábricas a muchos y creó nuevos puestos en las oficinas, la otra. Revolución industrial, revolución de los servicios, movida ésta por la robotización en las fábricas y por la primera incursión de las tecnologías de la información.
Algunos (Klaus Schwab, el hombre del Foro Económico Mundial) hablan de la cuarta revolución industrial que remplaza la era iniciada en los ochenta del siglo pasado (la del computador y el internet, entre otros avances digitales), en la que se diluyen fronteras entre las ciencias y donde el internet de las cosas operará como sistema (imaginemos millones de vehículos sin conductor distribuidos en una ciudad, que se detienen o arrancan sincronizadamente cuando el semáforo cambia), incluyendo nuestro cuerpo (¿qué tal un sensor minúsculo, nanotecnológico, implantado en nuestro pecho, que provea, en tiempo real, información a las compañías de salud de millones de afiliados sobre el estado de la presión arterial?). Ello sin especular acerca de las infinitas posibilidades asociadas a la manipulación genética…
La que ahora vivimos va mucho mas allá en términos de la estructura del empleo. Si los robots, en primera instancia, lograron desplazar la mano de obra en muchas fábricas, ahora la inteligencia artificial (AI) está sustituyendo empleos que se caracterizaban por el “uso de la cabeza” en las áreas prestadoras de servicios.
La IA desplazará trabajos que creíamos tenían seguro de vida garantizado. Los médicos que nos mandan a hacer exámenes de sangre, realizados y evaluados por máquinas, ¿por qué no pueden ser sustituidos por equipos que interpreten los resultados y nos indiquen el paso a seguir? Ya, de hecho, sabemos de las operaciones quirúrgicas robotizadas… Sin embargo, habrá tareas aún no sustituibles por no ser rutinizables: cuidar niños, ancianos o enfermos, por ejemplo.
De forma más sutil, ya lo experimentamos también, la IA incursiona cada vez más en los patrones de comportamiento. Por ahora, cuando en Amazon se nos propone, a partir de la historia de consulta de libros, los que pudiéramos comprar: “Basados en tu historia, te proponemos…” El mercadeo de bienes y servicios, cada vez mas “personalizado”, no es otra cosa que la predicción de nuestra forma de actuar, nuestros gustos, lo que hacemos con nuestro ocio y que llegará a formas cada vez mas sutiles (el tipo de música que nos cae bien estando en determinado estado de ánimo, para poner un caso).
Las nuevas realidades nos deben impulsar a cambiar la forma en que estudiamos. Aprender durante toda la vida, sin que ello esté asociado a la obtención de títulos, es una de las claves. Colaborar unos con otros, iniciativa, liderazgo, buena ciudadanía en medio de la gran diversidad, son otras imprescindibles.
Lo que ocurre es que aprestarnos para que las niñas y niños de hoy puedan, con algún grado de éxito, afrontar las nuevas realidades laborales en el 2030, requiere que la dirigencia política, empresarial y académica tome cartas en al asunto. Es urgente y estratégico.
Aprender durante toda la vida, sin que ello esté asociado a la obtención de títulos, es una de las claves.