Nunca en la historia de un campeonato mundial de fútbol (1982) se había visto un carnaval de goles, como en este partido, pero tampoco se había sentido tanto un gol como el que anotó Ramírez Zapata por El Salvador.
Porque después de que los húngaros mostraron una neta superioridad en la cancha sobre el débil equipo del Salvador y que los llevó a convertir diez goles, el encuentro perdió todo entusiasmo. No sólo porque el interés se pierde cuando la contienda es tan desigual, sino porque no hay nada más frío, futbolísticamente hablando, que un gol europeo. Los europeos meten los goles por instinto y los celebran como un cumplido, por cortesía. Su misma naturaleza social y humana les hace mecánicos hasta en el deporte. Son ardientes en el juego, lógicos en las jugadas, cerebrales en sus movimientos y fríos en el triunfo o en la derrota.
Por eso, diez goles europeos no valen por un gol americano. Y quienes vieron el único gol del Salvador podrán comprobar este aserto. Porque los indoamericanos meten los goles con emoción y los celebran con pasión. Su vibrante naturaleza les hace plásticos en el deporte, apasionados en el juego, inspirados en las jugadas, libres y danzantes en sus movimientos y llegan al orgasmo por el triunfo o a la tragedia por la derrota.
Los europeos juegan para ellos. Los indoamericanos para todos.
El gol del Salvador fue de una ternura conmovedora. Porque después de un marcador adverso de cinco o seis a cero, celebraron su único gol con una fiesta que parecía que hubieran conquistado el campeonato mundial: corrieron por toda la cancha abrazados, hicieron pirámide humana, se arrodillaron en acción de gracias y casi lloraban de alegría.
Ese gol, es el triunfo de la emoción sobre el resultado. Es el triunfo del goce sobre la derrota, condición necesaria y suficiente para ser invencibles. Porque, “podrán talvez derrotarnos pero no podrán vencernos”, dice el coro de nuestro himno.
Bogotá - 1.982
II
Brasil 1 – Alemania 7
La importancia del budismo en el deporte.
El budismo es más una filosofía de vida que una religión, afirman sus oficiantes. El Buda fue un iluminado, más que un profeta, que logró el más alto nivel de humanidad sobre la tierra, gracias a la meditación, al desapego del mundo y la práctica de virtudes como la generosidad, la honestidad, la renuncia, el esfuerzo, la tolerancia, la sinceridad, la serenidad, etcétera.
Pero hay un sentimiento que pregona el budismo que es la compasión, que no es pesar, o lástima o caridad, por el prójimo, tal como sí lo hace el cristianismo. No. La compasión es evitarle a otro el sufrimiento. Es una forma sublime de solidaridad humana que exalta a quien la ejerce y enaltece a quien la recibe.
Algo de eso se ve en el boxeo cuando el juez decide parar la pelea porque el adversario está en una condición límite a partir de la cual, sufrirá un castigo inmerecido e innecesario. Debería suceder eso en el fútbol.
En eso pensé cuando Alemania cinco Brasil cero, en el minuto treinta.