Luego de la humillante goleada propinada por Chile a la selección de México (7-0) en los cuartos de final de la Copa América Centenario, en mi opinión han quedado dos grandes enseñanzas. La primera de ellas va directamente para el técnico Juan Carlos Osorio, quien probablemente repensará su tan criticada forma de alinear en el terreno de juego los equipos que están bajo su mando. Osorio seguramente entenderá que un ‘equipo ganador no se cambia’, que una alineación --que ha dado excelentes resultados-- es la base para planear la estrategia y táctica con la que se enfrentará al próximo rival.
No hay que olvidar que tras el partido contra Chile, el técnico colombiano recibió una lluvia de reproches por ir en contravía de la lógica. La afición y la prensa mexicana no entendieron por qué Osorio dejó plantado en el banco a Rafa Márquez, un defensa con una amplia trayectoria internacional, un gran talento y liderazgo que podría haber influenciado sobre el equipo y de alguna manera habría podido evitar la debacle. Ese enigma — el por qué de la banqueada de Rafa Márquez— es mas difícil de descifrar si se tiene en cuenta que los que estuvieron en el campo ninguno es superior a él. En cambio Márquez, en una muestra de humildad y profesionalismo, ha dado su respaldo al técnico ante su inminente salida por la puerta de atrás producto del estrepitoso resultado.
Y la segunda enseñanza es para el fanático ultracatólico Chicharito Hernández, quien tiene por costumbre arrodillarse en el césped de los estadios minutos antes del pitazo inicial. Quizás la estrella mexicana olvida que está en un escenario deportivo y no frente al altar de una capilla orándole a un crucifijo. Luego del resultado, habrá que ver si el ‘Chicharo’ se pudo dar cuenta que sus rezos no le sirvieron de nada. En conclusión: Ninguno de sus amigos imaginarios pudieron detener el contundente 7-0 marcado por La Roja.
No tiene discusión que los jugadores de fútbol son atletas de alto rendimiento, para eso les pagan, pero muchos parecen ignorar que están en representación de un país y no de su credo; que sudar la camiseta de una selección no es un sacrificio, es un privilegio y un honor con el que todos los futbolistas sueñan algún día. Pero a muchos eso se les olvida y creen que entran al campo de juego en representación de sus ángeles y seres supremos. En tal sentido, alguien debería enseñarles a los futbolistas creyentes que es una muestra de nobleza y respeto por la hinchada, los patrocinadores y los televidentes, separar en el terreno sus creencias religiosas frente a la excelencia deportiva. Lo primero se hace en privado, en las iglesias, en sus casas y no en los estadios como se ha vuelto costumbre hoy día. Por lo anterior, con mucho respeto por el pueblo mexicano, y por los jugadores de fútbol latinos —curiosamente a los europeos raramente se les ve mezclar fe con fútbol— les digo que piensen por un segundo que si el resultado final de un partido estuviera en las creencias religiosas, la foto de Chicharito Hernández arrodillado hubiera sido suficiente para ganarle a Chile, o por ejemplo, los musulmanes —quienes oran cinco veces al día— fueran los campeones mundiales de este deporte. Pero ya sabemos que en el fútbol no gana el equipo que mas rezanderos tenga sino el que mejor juegue colectivamente.