Marcelina Bernuil tiene 76 años y reconoce que la vereda El bálsamo no es posible sin una cancha de fútbol. “Es que vea —me explica— esa es la diversión de todos, pero más para las mujeres que tienen su buen equipo. En mis tiempos eso no se veía. Ahora son las muchachadas las que se la pasan pateando balón, eso ha traído la felicidad a El Bálsamo, después de tanto golpe y sufrimiento”.
El Bálsamo en una vereda de El Carmen de Bolívar, en la vía que conduce a El Salao. Conformado por unas 30 familias, que se dedican a cultivar maíz, plátano y yuca. Hace apenas un año, recogieron la primera cosecha de tabaco, que vino limpia, generosa, gracias a las lluvias que cayeron luego de tres años de sequía intensa que provocó el desplazamiento y abandono de la tierra, como en las peores épocas de la violencia guerrillera y paramilitar en Montes de María.
Cuando Marcelina Bernuil llegó a El Bálsamo, en 1973, todos cultivaban ñame y yuca. Las matas se extendían desde el lugar donde hoy está la cancha fútbol hasta un viejo palo de jobo, en una vuelta del camino que anuncia la entrada a la vereda.
La afición al fútbol, llevó a los hombres a raspar con sus machetes un rectángulo de unos cuarenta por sesenta metros. Luego pisaron la tierra con sus abarcas. Con mazos de madera deshicieron morros y nudos de raíces hasta dejarla nivelada para que un balón rodara sin tropiezos. Por último, con varas de roble y palma hicieron los dos arcos, para tener una cancha de futbol, que es admirada por los equipos de las otras veredas.
En aquellos años 70, luego de terminar las extenuantes jornadas agrícolas, el balón rodaba en la cancha hasta que el sol se ocultaba, en medio de barras y gritos de la comunidad que animaba a los jugadores. Las tardes eran solo de fútbol.
Rafael Capella es el marido de Marcelina Bernuil, uno de los que raspó la tierra para hacer la cancha, y hoy uno de los líderes de la vereda. Cuenta que para los años noventa, cuando la guerrilla de las Farc comenzó a transitar por el lugar y a imponer sus leyes, la gente dejó de jugar. “Uno estaba pateando su balón tranquilo, y de pronto veía esos helicópteros que pasaban bajito, y ¡Dios mío!, to’ el mundo corría a protegerse. A veces escuchaba usted las ráfagas de metralla, el peligro estaba por todos lados y se dejó de jugar. Cuando llegaron los paramilitares, que la guerra se puso peor, el fútbol se desapareció de esta región.
Rafael Capella cuenta que luego de la masacre de El Salao, ocurrida en febrero de 2000, las familias se desplazaron. Las tierras quedaron abandonadas. “Vea —me explica— aquí no quedó nadie, la gente se fue para donde pudo, El Carmen, Ovejas, San Jacinto, Cartagena. Esta cancha se fue llenando de escobilla babosa, hierba cocuyo, pringamoza, maleza, y todo se echó a perder”, dice Rafael Capella, negando con su cabeza y apretando los labios con fuerza.
“A comienzos de 2011, limpiaron la maleza, cortaron los árboles de aromo que habían crecido en la mitad de la cancha de fútbol y vieron surgir ese espacio de diversión”. Foto: David Lara Ramos
El retorno a la población de El Bálsamo se dio entre 2007 y 2010. Los retornados comenzaron a levantar sus ranchos, hacer el corral para sus animales y sembrar la tierra. A comienzos de 2011, limpiaron la maleza, cortaron los árboles de aromo que habían crecido en la mitad de la cancha de fútbol y vieron surgir ese espacio de diversión.
Desde ese momento, las mujeres han hecho del fútbol su afición, compromiso y orgullo. Entre diciembre de 2015 y enero de 2016, la comunidad organizó el primer campeonato interveredal de fútbol con la participación de equipos femeninos de El Espiritano, Borrachera, El Respaldo, San Pedrito, Emperatriz, Berdún, El Salao y El Carmen de Bolívar, que fue el onceno campeón.
¿Y el subcampeón?, digo inocente. “Eso ni se pregunta”, responde con ímpetu Yuranis de la Hoz, la mediocampista del equipo. “Quién más que nosotras, las de El Bálsamo, este es un equipo aguerrido, si no ganamos, empatamos, porque esa es siempre la meta, ser las mejores”.
Yuranis de la Hoz tiene 27 años, vive con su marido y dos hijas pequeñas. Cuando comenzó a practicar fútbol, hace cuatro años, su compañero se opuso porque le decía que se le iban a desarrollar las piernas. “Que me iba a parecer un hombre —recuerda— pero se ha tenido que resignar porque yo el fútbol no lo dejo por nada, así se me pongas las piernas gruesas”. Asegura que una mediocampista debe ser como la misma vida, luchadora, debe ser entregada, debe apoyar a las compañeras, si una perdió el balón, salir a buscarlo, si está en la delantera, apoyar al que está en mejor posición para meter el gol, deber ser de carácter, sin hacer daño, o cometer una falta, y debe tener entrega para aportar al equipo unidad y orden en la cancha.
Yuranis de la Hoz estudia para ser técnica en producción agropecuaria en el Sena, le gusta la cría y cuidado de los animales y ahora una de sus dedicaciones en el campo. Todos los domingos va a una escuela de belleza en El Carmen de Bolívar, porque sueña con ser una estilista profesional. Pero asegura que siempre seguirá jugando hasta que esté vieja.
Joeis Capella es una de las delanteras del equipo, “La goleadora”, me rectifica. De sonrisa rápida y hablar espontáneo. Tiene 18 años, comenzó a jugar micro en el colegio Promoción Social en El Carmen de Bolívar, pero el fútbol-once lo aprendió en El Bálsamo, cuando se armó el equipo femenino de fútbol. “Esto ha sido algo contagioso que ha ido creciendo. Al comienzo éramos apenas cinco las que jugábamos, entonces comenzamos a invitar a las señoras que ya estaban casadas y sus hijas mayores. Los maridos a veces no las dejaban, pero poco a poco se fueron dando cuenta que el fútbol era una forma de distraer la mente, porque es que el fútbol pone contento a cualquiera”, dice Joeis Capella con una alegría pegajosa.
Nayibis es una de las defensas, tiene 37 años, y comenzó a jugar hace seis años. Para ella, su posición es la de más responsabilidad “Porque si el balón se pasa, hay gol, por eso se debe estar concentrada y así tener al arquero tranquilo”.
“Una mediocampista debe ser como la misma vida, luchadora, debe ser entregada, debe apoyar a las compañeras”. Foto: David Lara Ramos
Olivia Quiroz es la arquera del equipo. Está en esa posición no porque le guste, sino porque mide 1.70 metros de estatura, es la más alta del equipo. Es consciente que cuando se trabaja en equipo, no es lo que a uno le guste, sino lo mejor que uno pueda hacer por el grupo. “A mí me gusta es ser defensa, pero por mi estatura me pidieron ser arquera, porque no hay más, aquí la mayoría son pequeñas, entonces me toca, pero lo hago por el bien del equipo, y porque uno debe apartarse de lo que uno quiere y pensar en que somos once y cada una deber hacer lo mejor, para ganar siempre, que es lo que queremos”.
Olivia Quiroz y su marido han sembrada este año varias hectáreas de tabaco. La semana pasada cortó las primeras matas y ha comenzado a ensartar las hojas para luego venderlas a las empresas de El Carmen de Bolívar. “Eso será un bendición, porque después de tanta escasez y sufrimiento que nos dejó la sequía, ya es hora de que vengan la alegría y haya una buena fiesta en el pueblo”. Olivia es admiradora de Sebastián Viera, portero del Junior de Barranquilla, y David Ospina, de la selección Colombia. Dice que son sus referentes, porque son muy serios en la cancha, están muy concentrados y son rápidos de mente. Luego, suelta la frase en modo de susurro: “Y además que están bien buenos los dos”, la cual hace brotar las carcajadas del resto de las mujeres reunidas debajo de un caney donde la señora Marcelina Bernuil, cocina yuca y prepara café negro.
Todas allí reunidas, desconocían la existencia de la Liga Profesional Femenina de Fútbol que comenzó en febrero de 2017. Joeis, asegura que de El Bálsamo podrán surgir nuevos talentos, en especial las niñas que están comenzando y que hoy tienen entre doce y catorce años.
Si bien eso puede ser una gran esperanza para ellas, lo más importante es la tranquilidad con que hoy se vive en la región, tener la posibilidad de salir a jugar todas las tardes, sin estar pendiente de que hay actores armados en los alrededores o que va a pasar un helicóptero disparando, como sucedió en ocasiones.
El fútbol en El Bálsamo ha servido también para integrar las veredas, porque con la guerra no se podía salir, caminar y conocer la región. Había mucho miedo en todos los caminos. Ahora las comunidades y los equipos femeninos de este territorio están felices, siempre en espera del grito de gol y del abrazo de la celebración