La Funeraria Gaviria se estrenó en su continuado ritual de despedir figuras de la historia colombiana —pero también ciudadanos—, y que ha mantenido durante noventa años, con el presidente Marco Fidel Suárez el 3 de abril de 1927. Fue un sobrio ataúd de caoba y la sala principal estaba en el centro de Bogotá a pocos metros del Capitolio Nacional. Francisco Gaviria había trasladado el negocio que fundó su padre Mariano en Medellín en 1887 a Bogotá a principios de la década del 20. Fue la mejor decisión.
Pronto, una idea tan novedosa como esta en un país de ruana y guarapo como era esa Colombia, marcaron diferencia. La muerte se había convertido en un ceremonioso ritual. Aparecieron los percherones negros ornamentados con imponentes plumas de avestruz atados a un carruaje mortuorio, inspirado en el entierro de Víctor Hugo y como por arte de magia los personajes más distinguidos de la sociedad colombiana eligieran a la Agencia Mortuoria Mariano Gaviria, como se llamaba en esa época, para encargarse de organizar su despedida de este mundo.
A principios del Siglo XX la mayoría de colombianos que morían reposaban en fosas comunes. Austeridad era el sello que marcaba los entierros. El mayor lujo era un buen ataúd de madera pero las velaciones eran en las salas de las casas residenciales. Los familiares y principalmente las mujeres se ocupaban de atender a los visitantes con caldo de gallina y café aguado.
En 1887 comenzó en Medellín un cambio que transformó para siempre las costumbres mortuorias. El artífice fue Mariano Gaviria, un ebanista que tenía un hobby extraño: en sus ratos libres, cuando se cansaba de hacer muebles, construía ataúdes con madera. El negocio arrancó cuando murió Jairo Ortega, uno de sus mejores amigos, y su viuda le pidió uno de sus cajones para transportar a su esposo vestido de saco y corbata a la eternidad. Gaviria, al ver que tenía más de 100 cofres guardados alquiló una casa esquinera frente al parque Berrío, los promocionó y puso a la venta, con lo cual nacería en ese año uno de los negocios más prósperos y antiguos del país.
Ciento treinta y dos años después de su nacimiento la funeraria Gaviria ahora es el Grupo Gaviria. Más allá de quedarse vendiendo ataúdes y ofreciendo cremaciones, la Gaviria ha querido ocuparse de toda la cadena del duelo que acompaña la muerte. Siempre dolorosa, siempre triste. Por esto ofrecen ayuda psicológica, un servicio conocido como Red de vida. Han extendido el apoyo a la familia de los enfermos terminales, un servicio que denominan Despidiéndose con amor.
Los ataúdes más económicos que se pueden conseguir en la Funeraria Gaviria y cuestan $700 mil; son los pequeñitos para los niños y bebés recién nacidos. Hay algunos funerales cuyo servicio completo hasta los $ 70 millones.
Pueden tener hasta 3.400 sepelios al año. La salas de velación fue una creación de uno de los nietos de Mariano Gaviria, Eduardo, quien ya falleció. Fue él fue quien abrió la primera sucursal que tuvo la funeraria, la de la calle 43 con carrera trece. Suya también fue la idea de importar de Estados Unidos Cadillacs negros durante la década del cincuenta para que funcionaran como coches mortuorios. Sus hermano Francisco se ocupa de la construcción de la ebanistería para la elaboración de los ataúdes, y su hermana Gladys es quien lleva las riendas del negocio.
En septiembre del 2017, durante la celebración de los 130 años de la funeraria su gerente, Beatriz Álvarez, acompañada por una junta directiva conformada por Alejandro, Francisco y Juan Fernando Gaviria, mostraron la nueva imagen del negocio diseñada por la prestigiosa Misty Wells y que busca que la gente se aproxime a la muerte, aunque sin negar su fatalidad, de una manera más amables. Lo cierto, es que los Gaviria han ido evolucionando con las costumbres y han armado un completo portafolio de servicios para solucionar hasta el último detalle.