Cuando los poetas nadaístas ingresaron al Congreso de Escritores Católicos celebrado en Medellín en 1960, obstruyeron las puertas del Paraninfo de la Universidad de Antioquia donde este se llevaba a cabo, esparcieron asafétida y yodoformo, mientras el poeta Gonzalo Arango leía el Manifiesto a los escribanos católicos, frailes, monjas y “ministros de Dios”, quienes según los testimonios vomitaban e intentaban huir del auditorio: “Ustedes ya atentaron bastante contra la libertad y la razón, ahora les decimos ¡basta! basta de inquisiciones, basta de intrigas políticas, basta de sofismas, basta de verdades reveladas, basta de morales basadas en el terror de Satanás. Basta de comerciar con la vida eterna. Basta de aliarse con dictaduras militares y burguesas, basta de asistir al banquete de los industriales. Basta de viajar en cadillacs último modelo. Basta de catolicismo…”.
Hoy en pleno siglo XXI, sesenta y dos años después, los delitos de la iglesia católica colombiana y sus complicidades con el fascismo criollo son conocidos a nivel mundial, y cuya esencia política se expresó en el acto de bendecir las armas del Plan Patriota con las que el régimen uribista asesinó a miles de colombianos y desplazó a millones de campesinos para entregarle el territorio a las multinacionales un grupo de jóvenes realizó el 21 de marzo una acción simbólica en la catedral primada de Bogotá; no echaron cloroformo, no cerraron las puertas, ni leyeron un manifiesto tan extenso como el de los nadaístas, solo le transmitieron a los feligreses que se encontraban en misa un mensaje corto, unas cuantas preguntas y preocupaciones:
“¿Paz? ¿De qué paz hablamos? Cuando olvidamos amarnos los unos a los otros (…) el país que aniquila la esperanza de los pueblos. Que llora la sangre de hermanas y hermanos”.
Fue una tentativa a la reflexión y sensibilización, frente a los cientos de desaparecidos y asesinados por parte de los organismos de seguridad del Estado, por el dolor y la rabia en razón a los asesinatos diarios de líderes sociales, y las capturas ilegales contra decenas de jóvenes activistas del reciente paro nacional.
Pero si en 1960 del siglo XX, después de la acción nadaísta el país se escandalizó (es decir, se escandalizaron el periódico El Colombiano, El Tiempo, Lleras, el Partido Conservador y las vacas sagradas de la política y la iglesia) hoy en los años 20 del siglo XXI, la acción de estos jóvenes escandalizó al progresismo de Gustavo Petro y al liberalismo de Roy Barreras.
Petro señaló en un trino: “Le pido a la Iglesia Católica iniciar acción penal contra estas personas” y Roy Barreras en otro trino escribió: “Como católicos formados por los Hermanos Cristianos de La Salle (@petrogustavo también es lasallista) rechazamos el acto de irrespeto a la misa del domingo. Nunca había ocurrido”.
El pedido de Petro para una acción penal contra los jóvenes de la Red de Artistas en Resistencia, que realizaron dicho acto simbólico, afortunadamente por el momento no prosperó, irónicamente hay que agradecerle a la Iglesia católica que no se haya dejado llevar por la línea intolerante del progresismo fundamentalista, ya que en Colombia, solicitudes como la Petro, no quedan circunscritas- y él lo sabe- a una temporadita en la cárcel como método persuasivo contra jóvenes irreverentes, sino que significa servirle en bandeja de plata a la extrema derecha para que allanen, asesinen, desaparezcan o encarcelen en prisiones como la Tramacua en Valledupar diseñada por el Buró Federal de Prisiones (BOP) de los Estados Unidos, a jóvenes que lideraron el paro nacional del 2021 con acciones simbólicas, que en aquel entonces (hace menos de un año) para los cálculos electorales del progresismo sí eran correctos.
Por fortuna la respuesta de la Iglesia católica fue más progresista que el señalamiento inquisidor del candidato “humano”. En su comunicado en relación con los hechos, la iglesia aseguró que no hubo ningún tipo de violencia ni actos vandálicos e invitó a “buscar los escenarios adecuados para que todas las personas sean escuchadas”.
Cabe preguntarse si la sentencia y solicitud de Petro contra estos jóvenes fue consultada o no con la Colombia Humana, su partido, o con las diversas organizaciones que conforman el Pacto Histórico, algunas de las cuales batallaron en el paro junto con los colectivos juveniles de las primeras líneas.
En 1960 Gonzalo Arango, principal promotor de la acción simbólica nadaísta contra los escribanos católicos que venían de toda América Latina, fue detenido y recluido en la cárcel la Ladera hoy convertida en biblioteca; las vacas sagradas no perdonaron a ese grupo de jóvenes escritores, que ante la mirada aterrada de los santos escribanos decían “La juventud quiere deshipotecarle a Colombia el corazón de Jesús, en vista de que ustedes se la han adjudicado sin nuestro consentimiento, para girar cheques chimbos sobre la eternidad, sucursal de la federación de comerciantes en el cielo”.
Hoy cuando un grupo de jóvenes llama a los feligreses a amarnos los unos a los otros y sentir el dolor por los miles de asesinados por el régimen colombiano, son estigmatizados por el progresismo, tal y como lo han hecho con otras organizaciones y procesos que continúan con actos de resistencia, pero que, desde un enfoque fanático para nada progresista, son asumidos como saboteos a su campaña electoral y a su obsesión presidencial.
Razón tenía un trino que en medio de esta situación alguien escribió: “Dios nos libre de que un encapuchado se meta a una iglesia a hablar durante una misa, ese lugar es sagrado y solo puede ser usado para recoger ofrendas, evadir impuestos y violentar menores”.