Fulanita cruza la mar
Opinión

Fulanita cruza la mar

Por:
julio 04, 2013
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Mi amiga Fulanita, al igual que Club Colombia, es p-e-r-f-e-c-t-a. Jamás se despeina, ni se arruga, ni raspa los zapatos por el tacón; ni olvida el paraguas y los guantes para protegerse del sol, ni lleva puesto nada fuera de lugar. No saluda de mano —mucho menos de beso— para evitar contagios, no pisa las rayas de las baldosas, limpia los cubiertos de los restaurantes con un pañuelo, nadie puede leer el periódico antes que ella porque lo desordena, y, ayudada de un metro, organiza la ropa por colores y tamaños.

Pues esta Fulanita, con todo y su sesera cuadriculada, se lanzó un día a cruzar el Atlántico. Invirtió meses en llenar distintas listas: la de los atuendos, la de las cremas, los medicamentos, los regalos; la de los sitios turísticos, las tiendas de moda, el presupuesto diario con propinas incluidas… A ella todo le gusta consignado en Excel. Pero…, a veces, aun a mi amiga, las cosas se le salen de madre. Vean no más este relato del comienzo y el final de su viaje, en versión libre de A.M.:

La ida: “Abordé el avión Bogotá/Barcelona que salía de Eldorado a las 9:30 p. m. Pisotones, totazos con las ruedas de los maletines, y unas fachas… Qué pelotera, casi no logran las azafatas acomodar viajeros y pertenencias. Hasta que cerraron las puertas, bajaron las luces, accionaron la sinfonía de timbres y recomendaciones, nos dieron la bienvenida, nos echamos la bendición y…, nada. El pajarraco quieto. A las 10:00, el capitán anunció que por motivos ajenos a la aerolínea, el aparato tendría que permanecer en tierra unos minutos más. ¡Hasta las 11:00! Y yo en la silla de la mitad, entre dos pesos pesados que me robaban el aire y los descansabrazos. Los letreros de prohibido usar los lavabos y desabrocharse el cinturón seguían encendidos. Los muchachitos berreaban, una familia sacó tamales y mis vecinos de atrás resolvieron: ella, bajar lo que tenía en el portaequipajes y caer a plomo sobre mi hombro. (Sigo en fisioterapia). Y el hijo, conectarse al iPod y seguir con los pies, contra el espaldar de mi silla, el ritmo de la música. Al empezar el carreteo, creo que me desmayé; de hambre, de calor, de claustrofobia, de asfixia. Me vine a despertar próximos a aterrizar en el aeropuerto de Prats. Con los oídos tapados y mareada cual perdiz”.

La vuelta: “Llegué a Barajas, varias horas antes de la salida del vuelo Madrid/Bogotá, programado para la 1:30 p. m. Me libré de las colas, sí, pero, a cambio, ¡sorpresa!: el avión haría escala en Cali, aunque el tiquete electrónico no lo anunciara. Despegamos a tiempo, con aforo total y variopinto: pelos teñidos a la brava, cortes de pelo ídem; pintas de verano profundo: gorras, chanclas, pantalonetas, camisetas ombligueras, esqueletos, pulseras en los tobillos, anillos en los dedos de los pies y poco, muy poco desodorante. Y lo más llamativo: acentos caleños y paisas, salpicados de expresiones españolas y de ces y zetas ubicadas sin ningún rigor ortográfico. En Cali, una vez terminado el oso de los aplausos del aterrizaje, permanecimos hora y media en el avión; sin usar los baños, sin movernos de los puestos, sin aire acondicionado, mientras personal de la aerolínea hacía trabajos de aseo. Retomamos vuelo y en Bogotá, el caos total: los desbarates en pistas y terminales, los retrasos, las cancelaciones… A las 12 de la noche llegué a Rionegro. Músicos, borrachos, aplausos y pitos de quienes homenajeaban a familiares que regresaban del otro lado,  amenizaron la espera del equipaje hasta la 1:00 de la madrugada. A las 2:00, veintitrés horas después de haber iniciado un periplo que no tenía por qué haber durado más de diez, abrí la puerta de mi casa”.

Para terminar, tres anotaciones. Una: a Fulanita el jet lag le duró cuatro meses y diecisiete días. Dos: la infeliz dediparada viajaba en clase económica, como lo hacemos la mayoría de los mortales. Y tres: ahora todos sus cuadros de Excel están dispuestos para organizarse marido.

COPETE DE CREMA: Es posible que al exdirector de noticias de Teleantioquia le siente bien releer Aladino y las buenas maneras. Pero su vocabulario no es justificación para que un compañero —como hasta ahora parece ser— lo haya grabado a escondidas en un Consejo de Redacción. Y, menos aún, para que las directivas del Canal le hayan llamado la atención basados en una prueba ilegal. Política y periodismo, atracción fatal.

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