¿Qué vamos a hacer con las camisetas amarillas? Hay que tenerlas a mano, no hay que guardarlas en el fondo de ningún cajón porque pronto es la Copa América, claro, pero también hay que mantenerlas cerca porque ya sabes que esos chicos nos tienen reservada una próxima y pronta satisfacción. Hay que tenerlas al alcance para darles la bienvenida a todos ellos y decirles gracias por la alegría. No traen un título, no traen una medalla, pero son héroes nuestros porque lo más grande que han hecho no lo hicieron siquiera en uno de los estadios en Brasil sino aquí: un país dividido que días antes se debatía entre escupitajos en medio de una campaña presidencial pasó por efecto del bálsamo de esos muchachos a ser un lugar donde es posible el abrazo.
El abrazo entre desconocidos, inclusive.
Hay que tener esa camiseta a la vista porque nos conviene recordar de vez en cuando que podemos ser un país unido.
Unido y sonriente, inclusive.
Nunca antes perder tuvo tanto sabor a victoria. Porque antes del partido contra Brasil ya habíamos ganado un lugar en la historia, en una historia que nos va a gustar contar.
Brasil jugó más que en los partidos anteriores, Colombia jugó un poquito menos que en los partidos anteriores. Hay que admitirlo. Y de la misma forma hay que decirlo con idéntica claridad: gracias. Gracias por enseñarnos a ganar. Y también por este aprendizaje conveniente: a perder. A perder con esa dignidad y valor como las lágrimas de James que nos llenan de orgullo y recuerdo de la mejor selección que hemos vivido, porque este país quiere ser como ese equipo que vimos al final de las eliminatorias y luego en cada ronda. Gracias por la sonrisa, por la unión, por devolvernos por un rato largo el optimismo.
Qué bonito que cuando alguien diga Colombia el significado sea ese equipo.
Es precioso el presente.
Será inmenso su futuro.
Espalda, vértebra, fractura, lesión. Esas no son las palabras por las que se recordará entera a nuestra selección. Porque Colombia —el equipo entero— ha sido celebración, confianza, conjunto y fútbol bonito y efectivo como hace años no se tenía noticia. Eso es lo que queda en la retina, en el corazón y en breve en el bolsillo como resultado de las negociaciones y traspasos que tendrán por protagonistas a los jugadores nacionales. Mejor vitrina que este Mundial no ha tenido el fútbol nuestro.
Fuimos héroes.
Y ahí cabe tomar nota de un asunto importante: al hablar de esta selección asoma inmediatamente el plural. Decimos hicimos, decimos logramos, decimos estuvimos, sentimos que estamos.
Así como ningún solista es un músico sin compañía detrás de cada triunfo individual hay una suma de gentes que no ves pero que ahí están. Igual en los récords del joven James Rodríguez que en los del veterano Faryd Mondragón, igual en la mano en el mentón de Pékerman a la orilla del campo de juego que en las manos en la cabeza de millones de personas frente al televisor.
Esta vez no fue otra vez la consolación de perder es ganar un poco sino la satisfacción de perder habiendo ganado lo inimaginable, lo impensable y que a esta hora de Colombia resultaba siendo lo más necesario. Por eso vuelvo otra vez sobre la idea de unión: unión de un equipo y unión de un país con la modestia y el talento por bandera.
Todo sucedió frente a nuestros ojos, así fuimos a la vez testigos y protagonistas.
Lo cierto es esto: hubo un día en que el deporte decidió hacernos sentir orgullosos del lugar donde nacimos.
@lluevelove