Esta semana la naturaleza siguió dejándonos perplejos ante la fuerza de los fenómenos naturales, convertidos en amenazas, que al integrarse con la vulnerabilidad de la sociedad se materializan en desastres. Las imágenes desgarradoras difundidas por los medios y las redes sociales muestran el impacto de los huracanes sobre el Caribe y el sismo de 7,1 grados que afectó a la Ciudad de México, Morelos, Pueblo, Guerrero y Oaxaca. Estos eventos que afectan a la población más vulnerable ponen en evidencia el papel del Estado, la cooperación internacional y la sociedad civil, donde las características del riesgo de impredecibilidad e incerteza, de ocurrencia e impactos, acentúan el grado de vulnerabilidad ante los desastres.
Fue sorprendente encontrarnos con la historia de un pueblo, que justo después de conmemorar el desastre ocurrido el 19 de septiembre de 1985, sufría de nuevo el impacto de un terremoto que hasta ahora deja un promedio de casi 300 víctimas mortales. El pueblo mexicano no olvida lo ocurrido hace 32 años y la gran mayoría sabe que vivir en una zona con alto riesgo, a ese tipo de desastres, les obliga a tener una percepción y conciencia del riesgo, porque saben que cualquiera puede convertirse en una víctima.
Esa empatía ante el sufrimiento del otro, que les permite reconocerse ante el dolor de las pérdidas de los seres queridos y los bienes materiales, otorga a los mexicanos la característica de ser un pueblo resiliente. El término de resiliencia, que hace relación a la propiedad de un sistema de volver a su estado inicial después de haber sufrido un fenómeno de perturbación, actualmente es uno de los objetivos de los sistemas de gestión del riesgo de desastres.
Investigaciones sobre la resiliencia ante los desastres muestran que está es posible de alcanzar siempre y cuando exista una organización social que permita aumentar la efectividad de los sistemas de emergencia y posterior recuperación. Esa organización se basa principalmente en el capital social, entendido como la habilidad de crear redes sociales basadas en lazos de cooperación, confianza y reciprocidad ante el desastre.
Las imágenes de los mexicanos unidos, organizados en redes de colaboración y solidaridad que apoyan trabajos de búsqueda y rescate son sinónimo de un pueblo resiliente, que ha aprendido a serlo gracias a su capital social, a su gran corazón, a la memoria que les impide olvidar, a estar preparados y alertas para el próximo evento.
El trabajo hombro a hombro entre rescatistas y la sociedad en la búsqueda de sobrevivientes entre escombros, el apoyo con el transporte de víveres en bicicletas, porque las vías colapsaron, la esperanza y la solidaridad a quienes lo necesitan son indicios de un pueblo resiliente. De esta manera la solidaridad es uno de los mejores componentes de la resiliencia. No basta con un Estado fortalecido con un buen sistema de gestión del riesgo si somos indiferentes. Si no existe un capital social que permita actuar de una manera eficaz ante la emergencia, la acción de la entidades públicas ante el riesgo de desastres será más difícil y la resiliencia más lejana de alcanzar.