En Necoclí, el pueblo donde nació, no se movía una sola hoja sin que Otoniel lo supiera. Las fiestas, incluso en plena persecución contra él y su organización, se sucedían unas a otras. Allá, en el Urabá profundo, Otoniel era el Estado. Era la única persona con los recursos para dar casas, pavimentar trochas y dar dádivas a un pueblo que no tenía nada. Por eso, aunque el Gobierno Santos desató sobre él la Operación Agamenon, durante años el líder del Clan del Golfo fue invisible a los ojos de sus enemigos.
Una de las distracciones satánicas que tenía este hombre era el gusto desaforado por las menores de edad. Tal y como le contó en el 2015 un informante a Semana, Otoniel buscaba niñas entre los 11 y los 13 años para violar y repartirlas, además, como un botín de guerra, entre sus hombres. Eran niñas de muy pocos recursos que entregaban sus hijas a cambio de dinero o regalos como cuatrimotos o pequeños predios. Uno de los que lo secundaba en estas lides era alias Gavilan, su segundo al mando, quien fue dado de baja por la policía en el 2019.
Esta historia se asemeja mucho a la de Taladro, el temible jefe del Bloque Resitencia Tayrona de las AUC quien violó a más de 200 niñas en la Sierra Nevada. Las historias más oscuras de Otoniel apenas están saliendo a flote.