Las cosas se les están complicando demasiado a nuestros vecinos Brasil y Venezuela, donde el abuso de poder desgastó tanto a sus gobiernos que difícilmente lograrán mantenerse en ellos. Ambos Maduro y Dilma están tambaleando, rodeados de descontento popular y acusaciones serias de corrupción.
Sin embargo son dos situaciones muy distintas, así ambas naciones tengan gobiernos de izquierda y casi los mismos años de hegemonía política. En Brasil se respetan los procesos democráticos, en Venezuela no. En Brasil hay libertad de prensa, en Venezuela no. En Brasil hay independencia de poderes, en Venezuela no.
El presidente de la Cámara de Brasil, diputado Eduardo Cunha, a pesar de pertenecer a la coalición de gobierno, acaba de aceptar darle trámite a una solicitud de destitución contra la presidenta. Esto no necesariamente indica que Dilma sea expulsada, pero sí la pone en condiciones muy difíciles de maniobrabilidad y da alientos al descontento popular que vienen en ascenso.
Este señor Cunha se tambalea a su vez en su cargo pues el Comité de Etica de la Cámara lo investiga por corrupción. Se dice inclusive que su jugada es una venganza contra el partido de gobierno y una cortina de humo para calmar los propios escándalos. Pero las cosas no paran allí para el Partido de los Trabajadores (PT) y sus aliados; hace pocos días el Tribunal Federal de Justicia ordenó la detención de uno de los más poderosos senadores del PT, Delcídio Neves y de un joven y exitoso banquero cercano al gobierno. Se los acusa de intentar callar a otro implicado en los escándalos de corrupción de Petrobras, empresa equivalente a nuestra Ecopetrol.
En todo este revoltijo de acusación, del PT al PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño) y viceversa, el Tribunal Supremo de Justicia ha tomado distancia del gobierno. Aseguran los analistas que si llegara a ser consultado sobre el proceso de destitución de la presidenta el alto tribunal no se pronunciaría, lo que significa de hecho un respaldo a las acciones de Congreso Brasilero donde se deberá decidir la destitución de la presidenta en votaciones de Cámara y Senado.
A los opositores en Brasil
no los persiguen, no los encierran;
las manifestaciones populares no se reprimen a sangre y fuego
A pesar de la crisis y los líos del gobierno, a los opositores en Brasil no los persiguen, no los encierran; las manifestaciones populares no se reprimen a sangre y fuego y sobre todo los medios de comunicación tienen una gran independencia y mucho poder económico como para no depender de la mermelada oficial.
En Venezuela las cosas son a otro precio, como ya es bien sabido. Y podrían ponerse todavía peores después del domingo cuando probablemente ganen las elecciones parlamentarias los candidatos del MUD, movimiento que agrupa los partidos de oposición. El dictadorzuelo, en que se ha convertido Maduro, junto con su cómplice el presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello, han venido proclamando su intención de no entregar el poder, ganen o pierdan. Y ya han demostrado que son capaces de todo, para mantenerse allí.
La Asamblea Nacional de Venezuela, tal como es hoy en día, es un simple apéndice de la Presidencia y de Cabello. Allá hacen las leyes a la medida de las necesidades de régimen y eso es lo que está en peligro, que esa pequeña fachada de democracia que aún queda se caiga del todo cuando en la Asamblea Nacional ya no tenga mayoría absoluta el gobierno.
Con estos elementos se puede concluir que la democracia en Brasil saldrá seguramente fortalecida de esta crisis, pero Venezuela se va a hundir aún más en el pantano de la dictadura.
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