El Centro Democrático vivió 8 años viudo de poder, bajo la sombra de su jefe y fundador: el expresidente Uribe. Sobrevino la muerte de Fabio Echeverri Correa, quien era muy escuchado dentro del uribismo pura sangre. Era una bancada sólida, que levantaba la voz contra el gobierno de manera vehemente a tal punto que logró posicionar su discurso en estratos bajos de la sociedad, hasta lograr la victoria en el plebiscito. Fue el primer round en las urnas del uribismo contra el otro país, las dos izquierdas, los dos centros y el gobierno patrocinador.
Pero al día de hoy se evidencia cierto tufillo de inconformismo del uribismo recalcitrante por los nombres en el gabinete que acompañarán al presidente electo en el gobierno que apenas empieza este 7 de agosto. Coloquialmente hablando algunos compraron la silla sin tener el caballo. No es ni conveniente, ni coherente, ni políticamente aceptable la sensación que deja el rechazo de embajadas por parte de Fabio Valencia Cossio y de Nieto Loaiza. Deja evidencias que junto a Giraldo, Londoño y una que otra dama con ínfulas de emperatriz, vienen creando un ruido de sables, ya que no conciben que el presidente no es Uribe sino Duque.
Sin embargo, los dos comparten muchas cosas: el carisma y la simpatía popular, han edificado su capital político en la verticalidad del discurso y no venden medias tintas. Eso los hace diferentes. Por eso, el Centro Democrático no puede pretender ser autista con el otro país, no es demócrata hacerlo: las Farc ya están en el Congreso, esa es una realidad; Petro cosechó 8 millones de votos; Santos terminó perdido y diciendo de manera absurda que le daba mucha alegría que ganara alguien de la oposición porque eso demostraba garantías de su gobierno —nada más equivocado que eso—; a Vargas Lleras le toca apelar a su partido para seguir vivo; Mockus con pantalones abajo es una fuerza y una vaca sagrada.
Con ese panorama, el partido de Uribe no puede ocasionar el desorden en el salón, ahora es cuando debería rodear al presidente y no optar por dispararle fuego amigo desde la oscuridad.
El presidente ha nombrado personas con perfil técnico en un país pequeño con una clase política cerrada, donde todo se hereda. Es apenas lógico que apelara a los gremios. Duque sin proponérselo encontró en su camino un ministro guajiro y a una ministra afro de Buenaventura, los dos de poblaciones golpeadas por el abandono histórico del Estado, y se la jugó por ellos. Duque libra una batalla contra las cuotas políticas, contra la politiquería, él sabe que es su única salida y mostró en campaña habilidad para zafarse de situaciones incómodas.
Aunque es cierto que a su campaña aterrizaron los Char (dueños de Barranquilla), los García Romero (dueños de Cartagena), Gaviria (dueño de medio Partido Liberal), Efraín Cepeda (que llegó contra la voluntad de su exjefe Andrés Pastrana), Ordóñez e incluso algunos de Cambio Radical y del partido del presidente Santos, Duque ha vociferado no tener compromisos con ningún sector de la maquinaria tradicional.
No obstante, el Centro Democrático aún no lee a su presidente electo y su comportamiento parece más el de una gavilla sin control, que el de un partido que en 8 años sin otra arma que la cuenta de Twitter de su jefe ganó en todas las arenas electorales.