Fue sin querer, queriendo
Opinión

Fue sin querer, queriendo

Ante la payasada de las Farc disfrazada de testimonio cierto solo se puede decir que hay límites para todo y que pueden echar por la borda la paciencia de los colombianos

Por:
marzo 06, 2020
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Las comparecencias ante la Justicia Especial para la Paz JEP por parte de las FARC, hasta ahora, no han traído nada nuevo en cuanto verdad, pero si mucha creatividad en cuanto a disculpas sobre las atrocidades que cometieron. Si no fuera tan dramático lo vivido en más de 50 años de conflicto, se parecerían al Chavo del Ocho con sus disculpas caricaturescas.

Esperábamos que a cambio del perdón y de una pena restaurativa, más simbólica que otra cosa, reconocieran verdaderamente sus delitos, aunque fueran muy graves pero cometidos en el marco de un conflicto armado. Precisamente, la legislación internacional deja claro que no todo es tolerable en medio de una guerra o de un conflicto armado interno. Hay hechos como el secuestro, el reclutamiento de menores, el asesinato en situación de indefensión, las torturas y otras violaciones a los derechos humanos, son consideradas delitos de lesa humanidad o crímenes de guerra. Sin embargo, el Acuerdo de Paz dispuso perdonar todo eso a cambio de verdad, reparación y no repetición.

Por eso sorprende ahora que la cúpula del partido Farc enviara un memorial haciendo esfuerzos inauditos por justificar su comportamiento con relación a militares y civiles secuestrados durante largos años, sin ningún derecho, enjaulados y encadenados en las selvas de Colombia. En cambio, por dura que fuera la situación de los prisioneros de la guerrilla, tenían elementales derechos como asistencia legal, visitas de familiares y, por supuesto, una condena con fecha determinada. Nada de eso tenían los secuestrados de las Farc, algunos negociados como mercancía con sus familias, otros en plan de canje con el gobierno y otros tristemente asesinados, vaya uno a saber por qué razón, como los diputados del Valle del cauca del Cauca.

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Ante la Justicia Especial de Paz se explayaron en explicaciones cínicas sobre cómo lo que hicieron fue ocasionado por la necesidad de proteger a sus secuestrados

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Pero ante la Justicia Especial de Paz, este tribunal creado a la luz del acuerdo de La Habana, se explayaron en explicaciones cínicas sobre cómo lo que hicieron fue ocasionado por la necesidad de proteger a sus secuestrados. Encadenarlos, por ejemplo, era una medida inevitable para salvaguardar sus vidas y evitar que se perdieran en la selva tratando de huir. Si los apuntaban con un fusil en sus momentos más íntimos, a la hora de ir al baño, sin importar si era hombre o mujer el que necesitaba intimidad, se debía a una medida de seguridad. Dormir sobre hormigas hambrientas y venenosas era algo que compartían secuestrados y secuestradores, así como la mala alimentación y jornadas imposibles para quien nunca ha estado en la selva o en la guerra. ¿Secuestros? Eso nunca hicieron sino retenciones económicas para financiar la guerra o el cautiverio interminable de políticos tal vez se debió a ser considerados corruptos y deleznables.

Y así se llenaron de disculpas, no para reconocer un delito tan execrable como el secuestro, si no para justificar las infamias que cometieron. Eso, honorables magistrados de la JEP, no puede ser considerado una verdad, sino una justificación cínica, de donde no se puede derivar una sentencia transicional o restaurativa.

Hace muy bien Ingrid Betancourt enviando una carta sobre su proceso, el 001 de 2020, para contrarrestar esta infame versión con que intenta embolatar la verdad la cúpula del partido Farc. Ingrid había guardado silencio en los últimos años, seguramente intentando recuperarse de sus heridas, pero qué difícil es mantenerse callada ante esta nueva victimización que pretenden hacerle los exguerrilleros, no solo a ella, sino a las miles de víctimas de secuestros políticos, extorsivos o militares.

Ésa no es la versión que se corresponde con la mano generosa que les tendió el país y que están esperando las de víctimas de las Farc, esa guerrilla que pasó del monte al Congreso sin haber todavía cumplido el deber elemental de verdad que les imponía el Acuerdo de paz. Ante esta payasada disfrazada de testimonio cierto, uno solo puede decir: hay límites para todo y en este caso, aunque simbólico, están cruzando una peligrosa línea que puede echar por la borda la paciencia de los y las colombianas. Están sembrando más odio y echándole sal a las heridas.

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