En la gigantesca manifestación de solidaridad con Francia por el atentado contra Charlie-Hebdo estaban presentes cerca de 50 mandatarios de toda clase de naciones. Entre ellos el primer ministro de Turquía que tiene el mayor número de periodistas detenidos incluyendo a un caricaturista político; el canciller de Rusia, donde es reconocida la censura a la prensa; el húngaro Victor Orban que emitió una ley para que el gobierno ejerza el control sobre los medios de comunicación; los dignatarios de Arabia y los Emiratos donde de la 'libertad de prensa' ni se habla; Incluso estaba el presidente de Palestina Mahmud Abas nación que, además de ser símbolo de la lucha religiosa, ni siquiera concibe un periodismo sin compromiso.
¿Cómo se explica esto?
En parte porque era un acto de solidaridad con Francia, promovido por lo demás por invitación que su mismo gobierno hiciera.
En segundo lugar, porque principalmente era una manifestación en contra del terrorismo, y así lo entendían la inmensa mayoría de los participantes.
También porque no era una expresión de rechazo mundial a los musulmanes —y mucho menos al Corán— sino a la locura —más que a la barbarie— que representa el fundamentalismo del autodenominado Estado Islámico.
Otra cosa es que la 'prensa', es decir los medios masivos de comunicación, hayan logrado tanto la presentación de que fue ella la atacada, como que las marchas eran en su defensa; que hayan vendido la idea que ellos son la democracia misma y que ha sido ella la víctima.
Pero existe otra lectura ya bastante difundida y hasta cierto punto repetida y aceptada.
Ésta dice que yihadismo es un fundamentalismo o fanatismo religioso pero también representa un extremismo de protesta social. Si los atentados son realizados en su mayoría por ciudadanos de los países donde se cometen, y si las redes se forman con nacionales de esos Estados que viajan a campos especializados en adoctrinar y entrenar suicidas que cumplan ese propósito, es porque es donde se desarrollarán esas acciones donde se viven más dramáticamente los efectos de la exclusión, de las desigualdades sociales, de la falta de respuestas a las necesidades básicas de los no beneficiados por el orden social y económico vigente.
El atentado sería uno de tantos, pero no solo uno de tantos a los periodistas —como lo destacan insistentemente los noticieros—, sino uno de tantos de los que se repiten en las escuelas, en los mercados, en los transportes públicos, donde las víctimas son todas inocentes o culpables solo de pertenecer al sistema que se ataca.
Y sí, en la medida que los medios de comunicación son el primer poder, el más influyente y el más representativo del régimen que ese extremismo cuestiona (excepto los altos funcionarios del mismo) son ellos un blanco preferencial para acciones terroristas.
La unidad que hoy el mundo proclama y reclama no es motivada en la indignación por el ataque a la libertad de prensa sino en contra de los fanatismos extremistas que se dedican al terrorismo.
La verdadera o por lo menos única motivación y blanco de los terroristas no fueron las caricaturas y los caricaturistas por su burla del profeta, sino todo un mundo en que el telón de fondo es la confrontación de civilizaciones; y la respuesta, representada en la movilización de expresiones en contra, no se reduce o nace de la solidaridad con la 'anarquía libertaria' que justificaría la libertad de provocar sin límite ni consideración alguna desde las tribunas públicas.
