Fruko, el genio salsero que aprendió a tocar con tarros de galletas

Fruko, el genio salsero que aprendió a tocar con tarros de galletas

El maestro visitó la zapatería Cosmos, donde hay una bodega con más de 100.000 acetatos, junto con su hijo. Ahí charló con Ricardo Rondón Chamorro

Por: Ricardo Rondón Chamorro
febrero 26, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Fruko, el genio salsero que aprendió a tocar con tarros de galletas
Foto: David Rondón Arévalo

“Este álbum casi me mete en problemas: yo creo que es la primera vez que un músico salsero se desnuda para una portada. No fue por iniciativa propia, sino por insinuación de una productora de Fuentes (la disquera)”.

Julio Ernesto Estrada Rincón, el archifamoso Fruko, pionero de la salsa en Colombia, sostiene con sus manos enormes y cuadradas, como guantes de sparring, la carátula de uno de sus trabajos antológicos, Fruko, el bueno: Ayunando (1973), donde efectivamente aparece viringo, espernancado entre cojines, sosteniendo en las palmas un frondoso racimo de uvas; las partes nobles tapadas con dos licoreras de cristal agotadas de vino.

“Que conste, tenía calzoncillos. El cuento es que la disquera quería una portada diferente a lo que se había hecho antes, y la muchacha de producción me sugirió encuerarme. Las fotos se hicieron en la casa de ella, y estábamos en esa labor cuando llegó el marido, ¡santo Dios!, la llamó por allá a un cuarto y alcancé a oír cuando le dijo: ‘¿Qué hace ese tipo empeloto aquí?’. Por fortuna no pasó a mayores. Había una justa explicación”.

Fruko da rienda suelta a ese ejercicio de nostalgia en una bodega con más de 100.000 acetatos que es la segunda planta de la legendaria Zapatería  Cosmos, en el centro de Bogotá, propiedad de don Élkin Giraldo Giraldo, comerciante de calzado, quien a lo largo de treinta años ha acumulado una insólita y no menos envidiable existencia de vinilos con músicas del mundo, con mayor demanda en los géneros salsa y tropical.

“Casa de herrero, azadón de palo —continúa Fruko—. De mi música tengo muy poco en Medellín. Debería tener, pero la he regalado, o se ha extraviado. Es que son más de 8.000 melodías en no sé ya cuántas producciones. Y ahora que está regresando la moda de este formato (el acetato), rescatar lo que se hizo en el pasado es una maravilla. Es como volver a ser muchacho”.

A Fruko lo acompaña su hijo Julio Ernesto Estrada López, que hace años recibió la antorcha de su padre. En la actualidad lleva las riendas de The Latin Brothers, prima hermana de Fruko y sus Tesos, y como abogado en ejercicio es el representante legal de la agrupación y de su compañía productora.

Fruko, el Teso, repasa uno a uno sus acetatos. El de Fruko, el bueno, el del polémico desnudo, donde  cantan dos jovencísimos Joe Arroyo y Wilson Manyoma (Wilson Saoco, o Saoco), con temas que para esa época ya registraban los éxitos primarios del aluvión de la frukomanía, que a la fecha se sostiene como el gran referente de la salsa criolla: Yo soy el punto cubano, Lamento campesino, El ausente, Tú sufrirás, Ayunando, Canto a Borinquen, Pa’teso yo y el sonadísimo Mosaico santero que incluye A Santa Bárbara, San Lázaro y A la Caridad del Cobre.

—Vea, hombre—, se dirige Fruko a don Élkin Giraldo. ¿Y cómo hace usted para mantener todo esto intacto?

—Eso hace parte del negocio—, responde el dependiente. Aquí no se reciben discos rayados sino en el mejor estado. Algunas carátulas llegan viejitas, deterioradas, con los plásticos raídos, pero aquí disponemos de una clínica artesanal para repararlos, y dejarlos como nuevos. ¿Quiere que le ponga alguno de sus discos, maestro?

—¡Hombre!, sí, este, Contento (Discos Fuentes, 1986), que tiene su impronta internacional, porque invitamos a Orlando Contreras con un especial de su repertorio.

La joya de colección comparece a la aguja del tornamesa con esa cosquillita de tiempos pretéritos, el scratch, que para los expertos y amantes del vinilo es como el rumor de las burbujas de una fina champaña en el preludio del encuentro idílico:

En el juego de la vida / juega el grande juega el chico / juega el blanco y juega el negro / juega el pobre y juega el rico. / En el Juego de la vida / nada te vale la suerte / porque al fin de la partida /gana el albur de la muerte.

El bolerazo en la voz aterciopelada del cubano Contreras, autoría del Viejo anacobero Daniel Santos, enciende la chispa de una entretenida y extensa tertulia matizada de anécdotas y recuerdos, que inicia a temprana edad de pinitos musicales de un niño fortachón del barrio El Naranjal, de Medellín, que a los cuatro años ya intentaba la percusión en los tarros de galletas, y a los nueve, en la escuela, le partía el brazo a un compañero calavera con una llave de lucha grecorromana, cobrándole la mayor ofensa cuando a varón que se respete le nombran la que le dio el ser.

—¿Cuál otro quiere oír, maestro?—, interpela Giraldo.

—Gracias, hombre, este, El Grande, que sonó mucho…

—Pero maestro, dígame de usted que no ha sonado…

“Pues el primero que grabé en 1970, cuando armé tolda aparte después de mi trayectoria con Corraleros: Tesura. No pasó nada con ese disco, a lo mejor porque fue el del arranque como director de mi propia orquesta”.

Tesura, por la jerga empleada en la barriada bravera de la capital antioqueña a finales de los años 50 y comienzos de los 60. Julio Ernesto Estrada Rincón se apropió de esa expresión a pulso, a fuerza de sus demoledoras manos que repartían trompadas a diestra y siniestra, un respeto en el colegio, en el bar, en la calle, a donde fuera, y un sartal de apodos como El bárbaro (título de unos de sus discos), El terrible, El temible, El teso, El terror del barrio y Mano multada, luego de enviar a un pana al hospital tras una acalorada discusión de tragos.

Al tesura, versión de las comunas paisas (donde hay que hacerse sentir para sobrevivir) de la cinematografía de Martin Scorsese, siguió ya con aplomo y cordura  tesitura, término clave en el concepto musical de Fruko, en el proceso coyuntural que ha marcado su polifacética carrera de músico integral (percusionista, conguero, timbalero, pianista, bajista, flautista, bajista, más de veinte instrumentos), compositor, arreglista, productor, montajista, ingeniero de sonido, grabador, cortador, etc.

Revisando en los acetatos, Fruko se detiene con visible asombro en una carátula donde aparece su tutor y hacedor en los derroteros de la música: el cartagenero Antonio Fuentes, creador del sello Discos Fuentes. Título del álbum: Cuerdas que lloran en el Ecuador. Toño Fuentes y su guitarra hawayana (sic).

Fruko repasa la carátula y la contracarátula, extrae el vinilo y le pide el favor a don Élkin para que se lo haga sonar. Acto seguido abreva del pote de agua y toma la palabra:

“De Toño Fuentes no se ha escrito la biografía que merece su legado artístico y cultural, que es monumental. Fue un genio. El gran receptor y productor de las culturas musicales del Caribe y del continente, con su matriz en Cuba. Porque todo esto empieza en la isla, que es la catedral insigne de lo que se ha producido en todos estos años en el género afroantillano, en la salsa, en el mambo y en el bolero feeling”.

“Pocos saben por ejemplo que Toño Fuentes, altruista, de un profundo sentido humanístico, respaldó desde el arte la causa contra la esclavitud que emprendió San Pedro Claver, cuando interpretaba el violín para los coros en la Catedral de San Pedro, en Cartagena”.

“Se fue a Filadelfia a estudiar en la Academia de la RCA Víctor, y de allí vino con equipos y micrófonos a fundar Emisora Fuentes, plataforma de lo que sería con el tiempo el más sólido y acreditado sello disquero, aún vigente, prestigioso por su contundente sonoridad y por grabar en sus estudios, después en Medellín, a rutilantes figuras del género tropical como La Sonora Matancera, y a artistas como Celia Cruz, Daniel Santos, Celio González, Nelson Pinedo, entre tantos”.

“Mi gran fortuna musical, se la debo a Toño Fuentes. Como a mí por tarambana me echaron de la escuela, la República de Chile, a los once años, me fui a  trabajar, ya que en la casa se pasaban necesidades. Mi papá Baudilio, ingeniero mecánico, se había ido de la casa a atender otro hogar, y a mi mamita Alicia, costurera, no le alcanzaba lo que ganaba para cubrir los gastos del hogar y el sustento de mis dos hermanos”.

“Por recomendación de mi tío materno Jaime Rincón Parra, compositor de La Cuchilla, y de su hermano, mío tío Mario, ingeniero de sonido y cortador, con amplia experiencia en la industria musical, me fui a trabajar al sello Ondina, de ahí pasé al sello Metrópolis, para dar el salto definitivo a Fuentes”.

“Fuentes fue la universidad y Toño el gran maestro: músico, ingeniero de sonido, ingeniero electrónico, grabador, productor, relacionista público, manager, fotógrafo, radioaficionado, y hasta ingeniero de calderas. Por Fuentes se hizo mundial La vaca vieja, una de las primeras grabaciones del sello, original de Clímaco Sarmiento, padre de Michi Sarmiento; como lo fue Fiesteros del alma, con Los Trovadores del Barú; igual que Busco tu recuerdo, de José Barros, en la voz de Charlie Figueroa.

“Qué más facultad que esa, la de la polifuncionalidad y la practicidad. Y a mí me pagaban por aprender. Cuando yo llegué a Fuentes todavía no había cumplido los quince años y ya repicaba los timbales en la que sería mi primera agrupación como músico profesional: Los Corraleros de Majagual”.

“Toño, que tenía el olfato agudo para el talento de los artistas, se dio cuenta del apetito que yo tenía para escalar, y me fue soltando pita de a poquito.  Tenía claro tres conceptos que ya adulto, en mis estudios de Cienciología, comprobé como la base que le abre  a uno las puertas a la formación, la tenacidad y el éxito de cualquier proyecto: mente analítica, mente reactiva y línea temporal, Con eso tiene usted para reírse de la vida”.

“Como en la empresa estaban todos los instrumentos y uno estaba acostumbrado a ver por pasillos y estudios de grabación a figuras como Eliseo Herrera, Lisandro Meza, Aniceto Molina, Alfredo Gutiérrez, Julio Erazo, Tony Zúñiga, Calixto Ochoa, José Barros, Pacho Galán, Lucho Bermúdez, entre tantos que salían y llegaban; el roce, la confianza cotidiana, y esa sabrosura que despachaban a la hora de tocar o de grabar, significó para mí un derroche de vitamina y de madurez en lo personal y profesional”.

“Con esto quiero decir que alterno al aprendizaje de la música, de los trucos que absorbía de ese tejemaneje armónico de todos los días, también me fui sumergiendo en los vericuetos de la tecnología y de la ingeniería de grabación. Llegué a ser el mejor cortador de Fuentes, cuando el margen de tiempo de cada melodía en los acetatos no podía pasar de tres minutos y quince segundos. Esto influyó para que artistas consagrados me buscaran cuando tenían que grabar. Y si por alguna razón no me encontraban, separaran turno con anticipación”.

—Maestro, ¿qué le provoca: agua mineral, un refresco, un café, una cervecita…?—, interpela don Élkin Giraldo.

—Agua está bien, gracias don Elkin. Yo el trago y otras vagabunderías las abandoné cuando era un callejero, un buscapleitos. El cerebro es un músculo prodigioso como para envenenarlo con alcohol. Eso se lo he oído decir muchas veces al científico Rodolfo Llinás, y en Cienciología la palabra licor está prohibida.

Fruko sigue esculcando acetatos de una baraja interminable en lo que corresponde a salsa y tropical, de los más de 100.000 vinilos de música de todos los géneros que acumula la bodega de la zapatería Cosmos.

De un arrume extrae un par de discos que lo devuelven cincuenta años atrás: En la portada de ellos, Nuevo ritmo (Vol. 2), se titula, sobresale la figura de una escultural chica en bikini, con el cabello recogido en una balaca, y en la mano derecha una chupeta que señala el rostro adolescente del timbalero: Fruko, antes de la tesura. Fruko con Los Corraleros de Majagual.

“Corraleros viene a ser como mi tesis de grado de músico —continúa el Bárbaro de la salsa—. Un paso fundamental en mi carrera musical, de una gran riqueza en composición, ritmo y estructura melódica, aplicada a los aires tradicionales de la Costa, y al desbordante talento, olfato y experiencia de personalidades como Antonio Fuentes, Isaac Villanueva, Eliseo Herrera, César Castro, Tony Zúñiga, Nacho Paredes, Lucho Argaín, Lisandro Meza, Calixto Ochoa, Alfredo Gutiérrez, Rosendo Martínez, Chico Cervantes, Enrique Bonfante, entre una cantidad de virtuosos que desfilaron por esa academia”.

“Mi pasaporte a Corraleros se dio por iniciativa propia. Un día, Antonio Fuentes reunió a los muchachos para proponerles un nuevo ritmo que rompiera con lo que se venía haciendo de tiempo atrás en la orquesta. Algo que marcara la diferencia ante la fiebre tropical y salsera que se desató en Venezuela, con agrupaciones como Billos, Los Melódicos, Los Blanco, Nelson y sus estrellas. ‘Tiene que ser algo pegajoso, que quede en el inconsciente colectivo, que la gente lo identifique y se lo apropie’, sugirió Toño”.

“Yo, que hacía sonar congas y timbales, metí la cucharada en la reunión: ‘Y si don Antonio me da una palomita…”. ‘¿Cómo así, mijo?’, preguntó él. ‘Por favor, le pido que escuché este golpecito’, le dije. Tomé las baquetas y me solté sobre los timbales: pim, pam, pum, pum, pim, pam, pum, pim, pam, pum. Todos se miraron sorprendidos. Antonio me lo hizo repetir varias veces. ‘Eso me suena’, murmuró. Y sin pensarlo citó a un ensayo”.

“A ese golpe yo lo bauticé billo. Cundo salió al mercado, fue la locura, se convirtió en una moda, el público asumió otra forma de baile. Por ese golpecito milagroso, como lo llamo yo, los éxitos de Corraleros traspasaron fronteras. Gracias al frenético billo yo, sin cumplir los dieciocho años, tuve la oportunidad de conocer Venezuela, viajar a los Estados Unidos, compartir tarima en el Manhattan Center de Nueva York con los duros del momento: Richie Ray y Bobby Cruz, Willie Colón, Tito Puente, Héctor Lavoe, y La Sonora Matancera. Nueva York era la meca. Allí me impregné de la magia de la salsa, de ese goce latino que años después repercutió con Fruko y sus tesos: del malevaje a la fama”.

“Títulos como La Yerbita, Culebra cascabel, El cigarrón, Tingo al tango, El calabacito, El tamarindo, La bonga, La burrita, La mafafa, La ombligona, El vampiro, Los sabanales, Tres puntá, Cigarrón colorao, Festival en Guararé, India motilona, El mosquito y La pollera colorá (versión de Chico Cervantes), entre centenares de éxitos en diferentes épocas de Corraleros, siguen vigentes después de tantos años.

“Fue una época de intensa creatividad y producción que alcanzó topes extraordinarios en Colombia y en el exterior: Vivíamos aferrados a la maleta y a los instrumentos, de hotel en hotel, de feria en feria, de carnaval en carnaval, en el país más fiestero del mundo, pese a las adversidades”.

“Debido a ese boom, llegó un momento en que se hizo difícil pagar la nómina de Corraleros, y en consecuencia los pilares fueron haciendo nicho aparte: Eliseo (Herrera), Calixto (Ochoa), Alfredo (Gutiérrez), Chico Cervantes, y quienes les está narrando, nos abrimos con proyectos personales a conquistar nuevos mercados, nuevas plataformas, otros públicos”.

“Fruko es el resultado de esta gran escuela. Lisandro Meza le dio ese bautizo porque me jorobaba con el cuento de que yo me parecía a la muñequita de la salsa Fruco. Yo acepté el remoquete con agrado, pero en vez de dejarlo con la ‘c’, y para diferenciarlo de la marca, la reemplacé con  la ‘k’”.

 - Fruko, el genio salsero que aprendió a tocar con tarros de galletas

“Como dije antes, con Tesura, la primera grabación, no pasó nada. El primer fogonazo de la popularidad fue con A la memoria del muerto, en la voz de Edulfamid Molina Díaz, mundialmente conocido como Piper Pimienta, con un final trágico en 1998, como también fue la suerte de una de las voces más hermosas que ha producido la música tropical en Colombia: Álvaro José Arroyo, el gran Joe Arroyo, pedazo de artista, de músico, sin serlo, porque tenía un oído endiablado, con una sensibilidad a prueba de risa y de llanto. Joe era la exaltación de la vida, y la alegría de vivir pese a los errores”.

“Éramos unos goodfellas (parodiando la película de Scorsese, Buenos muchachos), solo que en vez de revólveres y ametralladoras armábamos el desorden con instrumentos musicales y un concepto de salsa diferente a la que sonaba en Nueva York o en Puerto Rico; una salsa regada sobre el brasero, de obligado azote de baldosa que en el argot de barriada recibió el nombre de salsíbiri. ‘Vamos al salsíbiri de Fruko y sus tesos’, decía la gente cuando se enteraba de un toque nuestro”.

“Fruko ha sido un colegio ya de cincuenta y un años con cientos de discos, desde la Fruta bomba que fue el primero que pegó, pasando por El ausente, A la memoria del muerto,Tania, Manyoma, El caminante, Yo soy el punto cubano, Flores silvestres, Mosaico santero, El patillero, El cocinero mayor, Los charcos, Los patulekos, el especial de Mambos, Charanga campesina, Si yo encontrara un amor (en la voz de Saoco, el inconfundible Saoco), y El preso, que es la cúspide, el Cum laude de esta universidad de constante aprendizaje”.

“De El preso, de Álvaro Velásquez, hay versiones en alemán, en tiempo de tango y de ranchera, récord en la música tropical colombiana, himno oficial en los centros carcelarios, que yo creo que ya los recorrimos todos. Me da pesar ver el hacinamiento y las pésimas condiciones en las que viven los internos, por la ausencia de políticas de rehabilitación efectiva”.

“Si yo fuera director del Inpec, decretaría la música en las cárceles como terapia. La música brillante, que es una melodía sanadora, reflexiva: Stravinski, Mozart, Beethoven, Chopin, Vivaldi, Bach, que es la profundidad, la elevación del espíritu a los arcanos supremos. Al condenado se le deben abrir ventanas de reconciliación y esperanza a través de la música. No puede haber opresión más cruel y lacerante que donde no se oye música”.

“Todo esto ha sido un trabajo de aprendizaje constante. Nunca se acaba de aprender. Hay que ensayar todos los días, estudiar, investigar, oír toda clase de música, reinventarse. Y esto ha sido posible gracias a la gente con la que me he rodeado desde mis inicios, de autores como Álvaro Velásquez, Senén Palacios, Isaac Villanueva, Roberto Solano, entre tantos que han aportado sus creaciones; de vocalistas como: Piper Pimienta, Joe Arroyo, Wilson Manyoma, Juan Carlos Coronel, Álvaro Pava; y de músicos de la talla de: Jorge Gaviria (trompeta), Germán Carreño (trombón), Diego del Real (piano), los hermanos Villegas (percusión), Humberto Muriel (timbales), y este, su servidor en el bajo, los arreglos, la dirección; de una extensa lista de talentosos artistas que han desfilado por la orquesta”.

Fruko hace una pausa para abrevar un sorbo de agua, y atiende el llamado de su hijo Julio Ernesto que le enseña un álbum de época de The Latin Brothers. Padre e hijo, dos generaciones, posan para la foto, cada uno exhibiendo joyas de antología de la mejor salsa de todos los tiempos en Colombia, perenne en el trasegar de los años, con el mismo furor en la actualidad que cuando hacía delirar a la concurrencia en la caseta Matecaña de la Feria de Cali, en el Madison Square Garden, en el Manhattan Center de Nueva York, o en las antípodas, en las discotecas latinas de China y Japón, en distintas épocas y con sus orquestas emblemáticas: Fruko y sus tesos, La sonora dinamita, The Latin Brothers y Afrosound.

“Bueno, creo que está bien por hoy. Vamos para el hotel porque hay que atender allá otra entrevista. Cuando volvamos a Bogotá —le dice a su hijo—, venimos a donde don Élkin a ver que más llevamos de música. ¡Eh, Ave María!, aquí se puede pasar uno el resto de vida viendo y oyendo acetatos. Esta memoria discográfica, don Élkin, es una fortuna invaluable. Admirable como usted la ha conservado”.

En la planta baja, Fruko pasa revista por las vitrinas de calzado. Uno de los empleados le pide permiso para tomarse una foto con él. Seguido al clik, se queda observando un par de zapatos negros.

—¿Qué talla de calzado es el maestro?—, pregunta don Élkin.

—45

—Sí, los hay.

Talla mayor para un caballerazo de 125 kilos, 1.77 Mts. de estatura, caja torácica y manos de plantígrado, pero con una sensibilidad enorme para absorber conocimiento, a su edad, 67 años, con una memoria prodigiosa y la habilidad musical intacta.

—¿Cómo los siente?, ¿qué tal le quedaron?, indaga don Élkin.

—Muy bien, perfectos. Todavía se consiguen buenos zapatos de material. Me gustan los de amarrar. Me los llevo-, asiente Fruko.

—¿Se los empaco?

—No, me los llevo puestos. Aprovecho para llevarle un par a Rosa, mi mujer. Páseme por favor la factura.

—No, maestro. Es un obsequio. Honor que me hace tenerlo por aquí—, replica el dependiente.

—Don Élkin, con mucho respeto, si no me pasa la factura, no puedo volver a su almacén. Y la idea es venir seguido a consultar su música. Su trabajo es tan respetable como el mío.

Al final, el trámite corre por cuenta del joven encargado de caja.

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