Nunca creíste
Que tu cama atravesaría los siglos
Que tu rostro asomaría por baños y cocinas,
en broches, portadas y en esquelas
Nunca creíste que tu arte era arte mayor.
Y tu cuerpo una revolución
Que las multitudes te adorarían
Que los dolores nos hermanarían
Nunca creíste que tu vientre fecundo pariría por siglos.
Créelo ahora, diosa Frida. Muchas diosas somos ateas.
Caminando por tus patios, asomándome como intrusa a tu vida y tu cotidianidad, he intentado buscar entre los restos del naufragio, aferrarme a tu cama, a tu corsé, escarbar hasta hallar el pie, el color oro y sangre, la larga falda que se volvió ritual.
Quiero encontrar el modo de poner mi cámara en reversa: hacer de la desintegración la vida entera, hacer del polvo, arcilla y de esta, carne.
Desde mi tabla de náufraga hago sonar el silbato para que acuda la musa que le de poder a mi tinta de navegar por las vidas ajenas, de volverse sangre, de volverse carne, de tejer palabras, de volverse historia.
Camino tus recintos, tu taller de alquimista donde convertiste el dolor en belleza. Me hermanan los detalles, los trazos delicados, las contradicciones.
Me emociona tu vida inundada por ese amor enorme hacia Diego Rivera, que por décadas fue el villano de los cuentos, y ahora dimensiono con tus ojos, con tu vida, con tus besos, con tus frases de amor y gratitud, con sus frases de amor y admiración.
Me acerco a tus enigmas: ¿Cómo es posible que no tuvieras noción de tu grandeza? ¿Cómo creíste que tu pintura era inferior de alguna manera a la de los demás? ¿Desde cuándo, obsesiva por parir, te creíste estéril e infecunda? ¿Cómo después de beber y vivir con Trotsky, pudiste ser Stalinista? ¿Cómo en 47 años lograste hacer una vida que cruza por siglos la nuestra, la de generaciones de mujeres y hombres que te adoran, porque en tus rasgos descubren algo tan entrañable?
Miro a mi alrededor y veo a tantas que nos debatimos como tú, sintiéndonos pequeñas, sintiéndonos enanas respecto a nuestros hombres.
Miro a mi alrededor y veo nuestra común relación con el dolor. Nos aferramos a él. Al menos tú pudiste convertirlo en belleza. Muchas en el naufragio doloroso solo logramos bordear la muerte, no para hermosearla sino para temerle y desearla.
Miro a mi alrededor y veo a tantas en conflicto con la maternidad: por no lograrla y sentirse incompletas, como tú. Por haberse enfrentado temprano o tarde, por ser demasiado complacientes, porque nos falta presencia, porque nos sobra.
Miro a mi alrededor y dentro mío: somos tan tristes y divertidas, tan adoloridas y bohemias, tanta capacidad de amar y odiar, de ser amigas y enemigas, de beber y cantar hasta perder la voz, tanto placer y goce que a veces se esfuma y nos deja convertidas en incógnitas.
Miro a mi alrededor y dentro mío: el amor nos transforma. Qué bueno que nos permitimos ser cursis, escribir nuestro amor en almohadones y en paredes, siento un poco de pena con las mujeres que aman de a poquitos, con mezquindad, temiendo “hacer el oso”, sin llegar nunca al desgarramiento, al abismo.
Miro a mi alrededor y dentro mío: el mundo nos importa. Muchas hacemos nuestras consignas diarias contra las injusticias, hacemos militancias cotidianas desde el teclado, desde los salones de clase, desde las huertas, los trueques, las calles y las plazas.
Miro a mi alrededor y dentro mío: podemos albergar multitudes de todas las especies en nuestros afectos y amores cotidianos. Los gatos, las plantas, los cacharros,
Miro a mi alrededor y dentro mío: ejercemos el derecho a transformarnos, a vestirnos, pintarnos, acicalarnos, contonearnos. A veces con verdadera obsesión por los defectos no estamos a gusto con el resultado y entonces muchas llegan a ponerse corsés y a enfrentar bisturís, no ya por accidente, sino en busca de la imagen que el espejo nunca refleja.
Camino por la que fue tu casa y siento que camino por la historia de todas las mujeres: fuerza, amor, dolor, compromiso con la vida, capacidad de renacer.
Salgo de tus estancias con dos charcos en medio de la cara que me dicen que hay más de un cordón umbilical; que hay una red infinita de conexiones que nos hacen mujeres. ¡Gracias, madre Frida!