¿Qué podía hacer Nazim Hikmet perseguido y encarcelado gran parte de su vida? ¿O Ana Ajmátova mientras veía como destino para quienes amaba la cárcel o la muerte? ¿O François Villon ante la horca?
Escribir poesía.
¿Qué podemos hacer los hombres y las mujeres de hoy frente a un mundo que colapsa, en el que todo se vuelve mercancía, en el que parece que nada durara más allá del instante, en el que en medio de la multitud y las redes sociales nos sentimos cada más solos, abandonados?
Escribir poesía.
O Leerla.
Porque no podemos concebir la poesía como un asunto meramente artístico o académico, sino también, y ante todo, como algo profunda y esencialmente humano. La poesía no es sólo un asunto de escritura, sino una actitud ante la vida, un acto de rebeldía. En una sociedad en la que se menosprecia lo que no dé utilidades, escribir poesía o leer poesía es una postura transgresora.
La construcción de una sociedad diferente, de un mundo diferente, debe tener como objetivo no sólo las trasformaciones sociales y económicas, sino también, y de manera clave, la transformación cultural. Así que el arte en general, y la poesía en particular, juegan un papel fundamental.
La poesía no puede concebirse como un asunto de unos cuantos, de una élite intelectual o de unos seres extraordinarios o marginales, por el contrario, hace parte, sin que nos demos cuenta la mayoría de las veces, del pan nuestro de cada día, por lo que es importante que en los procesos de formación descubramos esta realidad y podamos acceder al mundo poético como lectores y, de quererlo, como creadores. Como dice Petrarca: “Justa cosa es que alguna vez yo cante”.
La lucha por un mundo diferente incluye también la lucha por el derecho a la poesía, es decir, por el derecho a contemplar y a apreciar el mundo poético, a adentrase en él, a vivir en él. Mundo poético que no se reduce al poema sino que es la vida misma, el mundo y los hombres y mujeres que lo habitamos; todos sus mares, sus piedras y cualquier ser vivo que lo habite. La poesía nos permite resignificar el mundo en el que vivimos, reconstruirlo, recrearlo, transformarlo, darle nuevos sentidos.
Para hacer realidad lo anterior, la poesía ha de llegar a todos los lugares y personas: al barrio, la escuela, la calle, la universidad… Experiencias como los talleres literarios y de apreciación poética son importantes en este trabajo. Hay que llevar la poesía a cada rincón. Los niños, niñas y adolescentes, en especial, necesitan urgentemente encontrar voces que les permitan reconocerse y también crear la suya propia. En el mundo de las redes y la falsa comunicación se hace urgente la poesía.
Todo proyecto político transformador auténtico ha de incluir entre sus objetivos el derecho a la poesía, de lo contrario los cambios que pretenda hacer realidad quedarían incompletos, inconclusos. Como afirmara Blas De Otero, hay que pedir, o exigir, la paz y la palabra.