En Distracción Guajira, su pueblo, no había luz. Lo único que tenía para matar las horas de la tarde era la lectura. En la biblioteca de su padre encontró El conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Quería escribir. En los atardeceres su fuente de inspiración era subirse a uno de los tamarindos que tenía el amplio solar de la casa y desde ahí veía la Sierra nevada de Santa Marta.
El pueblo se paralizaba cada vez que Juancho Cine, un barranquillero trashumante, llevaba un proyector de 35 m.m y les pasaba, en plena plaza, El santo, el enmascarado de plata, El monstruo de la laguna azul y ciclos interminables con las divas mexicana de los años cincuenta: María Félix y Dolores del Río. La brisa a veces tiraba la sábana en donde se proyectaban los filmes. Frank Solano, junto con otros niños, la volvía a poner.
La bonanza marimbera de finales de los años setenta hizo que su papá tomara una decisión que cambiaría su vida: los nueve hermanos se trasladarían a Medellín. Frank, quien también se distraía armando edificios con los Legos que le traía su papá cada vez que viajaba, entró a la Universidad Nacional a estudiar arquitectura. Allí descubrió un mundo diferente. Nunca fue más feliz. Sus nuevos amigos le aceptaron lo dicharachero, su hablado duro y su gusto por el vallenato en una época en donde esta música era subestimada.
Nunca se planteó trabajar en los medios. No escuchaba radio ni mucho menos le interesaba la farándula. Trabajó en la alcaldía de Luis Pérez en el área de planeación. Implementó con éxito el plan Pajarito que le sirvió a la ciudad para expandirse entre los años 2001 y 2003. Por esa época estuvo en un almuerzo con Bernardo Tobón Martínez, dueño de Todelar. De la nada le propuso que manejara un programa en la emisora. Frank se quedó en blanco. Le dijo que de lo único que sabía era de música brasilera. Acababa de llegar de Río de Janeiro con una maleta llena de C.D de Toquinho, Joao Gilberto y Elis Regina. Durante cinco meses dirigió Aires de Brasil. No tuvo mucha audiencia, pero Tobón Martínez rara vez se equivocaba. Lo llamaron de Munera Eastman radio para que se pusiera al frente del Costurero. Nunca le interesaron los chismes pero lo de la radio le parecía divertido.
Estaba de vacaciones en Europa cuando lo llamó Adriana Giraldo. Le ofreció que cubriera Farandula en el programa Hola Buenos días de Caracol Radio. Frank le advirtió que el de eso no sabía nada, que no tenía una sola fuente y que, además, tendría que ofrecerle un buen sueldo porque el ganaba muy bien como arquitecto. Giraldo le dijo a todo que si. En el 2007, después de 29 años en Medellín, se traslada a Bogotá. Le dio duro el frío, los trancones y la poca capacidad de trabajar en equipo que tenían los rolos a diferencia de los Paisas. Poco a poco se reconcilió con la capital. El teatro, los conciertos y la rumba lo alimentaron.
Sus desayunos en su casa los domingos empezaron a ser legendarios. Lo frecuentaban, entre otras personalidades, el diseñador Jorge Duque, la actriz Vicky Hernández y la periodista Patricia López. Los desayunos terminaban bien entrada la madrugada del lunes y se aderezaba con ron y sus exquisitas arepas de huevo. Bogotá era una fiesta. De Hola Buenos días pasaría a dirigir La ventana programa en el que estuvo durante tres años hasta que Iván Lalinde, mientras se tomaba unos tragos en su casa, lo convenció a punta de billete a que conformara el equipo de la Red junto a Carlos Vargas y Diva Jesurum.
No importa si rumbee o no siempre se levanta a las seis de la mañana y nadie, hasta las nueve de la mañana, lo puede llamar porque esas horas se las dedica a sus viejos libros. En septiembre del 2016 Frank sale de Caracol y se vincula al equipo de Olímpica Stereo. Allí intenta darle seriedad, a punta de noticias, a uno de los programas más escuchados en la mañana: El pleque, pleque. Su voz inconfundible sigue enamorando a una audiencia que ya se está quedando sin ídolos radiales