Todos sabían pero nadie decía que Frank Sinatra le había puesto una pistola en la cabeza a Tommy Dorsey para que rompiera un contrato leonino que lo ligaba de por vida a su orquesta. Era 1947 y el cantante, a los 22 años, casado y con una hija encima, quería empezar una carrera en solitario. Dorsey, quien le había enseñado a la joven promesa los trucos de respiración que lo convirtieron en el cantante más famoso del mundo, se creía el dueño de la bestia y no lo iba a dejar ir tan fácil.
Sinatra ya era un tipo duro. Se había criado en Hoboken, suburbio italiano de New Yersey, viendo cómo sus amigos prosperaban gracias al juego y la venta de alcohol en plena prohibición. Él también quería ser alguien. Nancy, su madre, quien se hizo famosa en su barrio por su clínica clandestina de abortos, lo crió para que fuera, como dirían en Sicilia, un uomini rispettati (hombre respetable). Cuando empezó a sentir que la orquesta de Dorsey le quedaba pequeña, no le quedó otro camino que hacerle a su mentor una oferta que no podría rechazar.
Todos sabían y nadie se atrevía a decir que Frank Sinatra le había mandado amenazas de muerte a la periodista Dorothy Kilgallen y que había deformado a golpes a un crítico solo por haber dicho públicamente lo que todos sabían pero nadie se atrevía a decir: que ‘La voz’ era un mafioso más.
La conexión de Sinatra con la mafia italiana se remonta a 1947 cuando su amigo de la infancia, Joe Fischetti, quien se había iniciado en el hampa de la mano de su cuñado Al Capone, lo invitó a Cuba para que asistiera a una convención que reuniría a la plana mayor de la Cosa nostra: Frank Costello, Mike Miranda, Augie Pisano, Joe Adonis, Albert ‘el ejecutor’ Anastasia, Joe ‘Volado’ Bonano, Tommy ‘Tres dedos’, Brown Lucchese, y el admirado Lucky Luciano formaron parte del selecto grupo que escucharon a Sinatra cantando en la terraza del Hotel Nacional de La Habana. Hacerse amigo de Luciano fue para el cantante italoamericano un sueño hecho realidad.
Siempre se ha dicho que Johnny Fontaine, el cantante de El padrino, es Frank. Se equivocan, si alguien se parece a él en la película de Francis Ford Coppola es Vito Corleone. A partir de esa convención mafiosa Frank tuvo encerrada en su flaco puño al hampa de Nueva York. Gracias a su influencia se mantuvieron en secreto el mal trato que Sinatra le dio a sus esposas: Nancy Barbato, Ava Gardner, Mia Farrow y Barbara Marx. Gracias al poder de convencimiento de las pistolas de Luciano la prensa no pudo conocer, hasta bien entrada la década del sesenta, el alcoholismo que exacerbaba la bipolaridad que siempre acompañó al cantante más grande de todos los tiempos.
La influencia que ejercía sobre la mafia era tan grande que, sin su ayuda, John f. Kennedy nunca hubiera sido presidente. Aprovechando la devoción que sentía hacia él Sam Giacana, el hombre que controlaba la extorsión, las apuestas y la lotería clandestina en Chicago, y quien mandaba en el sindicato de los mineros de Carbón de Virginia Occidental, logró conseguirle a JFK los 120 mil votos con los que al final derrotaría a Richard Nixon.
Sinatra no solo era el amigo borracho de Kennedy, también fue su proxeneta. Él era el puente entre el presidente y las chicas con las que solía desfogar la presión a la que lo sometía la política. Por dos de ellas JFK casi pierde la cabeza: una fue Marilyn Monroe, la rubia atormentada que nunca pudo resistir el peso que significó ser la mujer más deseada del mundo; la otra Judith Campbell, exnovia de Giacana de quien se dice fue obligada a abortar un hijo de él.
Una vez fue presidente, Kennedy, lejos de cumplirle las promesas a Giacana, nombró a su hermano Robert como fiscal de la nación teniendo un objetivo fundamental: perseguir a la mafia. Enfurecido, el rey del hampa de Chicago llamó repetidamente a Sinatra para que le diera explicaciones, pero La voz, quien nunca tuvo mucho criterio para escoger a sus amigos, nunca le contestó y se alejaría para siempre de él. Enfurecido, Giacana decidió cortarle las cuerdas vocales a su cantante favorito. Antes de ordenar el atentado el mafioso escuchó That’s life y, después de desocupar una botella de whisky, se arrepintió y le dijo a uno de sus guardaespaldas, con lágrimas en los ojos, que nunca podría hacerle daño a quien había sido bendecido por Dios con una voz maravillosa.
Por más hondas que hayan sido sus conexiones con el crimen, nadie ayudó a Sinatra a cimentar su carrera. El don que tenía le permitió hacer lo que quiso: fue poeta, pirata, pobre y rey. Fue borracho, golpeador de mujeres, tropelero y genio. Fue un rockstar maldito veinte años antes de que Keith Richards tocase el riff de Satisfaction y su espíritu, lejos de desaparecer, se aparece cada vez que se destapa una botella de Jack Daniels en cualquier parte del mundo.