Lo más difícil que ha hecho Franco Ospina en su vida no ha sido sólo hacerle un electrocardiograma a una ballena en pleno mar abierto o seguir la ruta de Cristóbal Colón en un velero con el impulso del viento y una brújula en 1992. No, lo más difícil es limpiar las playas de Santa Marta, su ciudad.
Por eso, a sus 63 años, se ha remangado para salvar las playas del holocausto ambiental. Incluso, ha ideado aparatos que sirven de filtro para que la basura no pase más al Río Manzanares, el que pasa por el lado de la ciudad y termina en el mar llevando buena parte de los desperdicios de todo tipo al Caribe.
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El 8 de noviembre de 1992, Franco Ospina, a sus 32 años, marcó un hito. Llegó a Santa Marta dos meses después de haber zarpado desde Sevilla (España). La embarcación era tan frágil, tan precaria como la que había usado Cristóbal Colón 500 años atrás.
El pequeño velero fue conocido en todo el país como el Caminante del viento. Ese 1992 fue un año duro. Ante los carros bomba de Pablo Escobar y el fenómeno del Niño que secó los embalses y obligó al gobierno de César Gaviria a tomar la difícil decisión de ordenar apagones de hasta seis horas, los colombianos encontraron consuelo en la radio.
Por eso, cada mediodía, llegaban noticias del Caminante del viento. Franco Ospina no iba solo, lo acompañaba un sanandresano, marino como él, llamado Nemesio Novaglia, pero nadie tenía tanto mar en la vida como Franco.
A los cinco años empezó a bucear. Lo hacía libremente como los niños que buscaban langostas en las profundidades del mar para no morirse de hambre. Su papá, el capitán Francisco Ospina Navia, fue su maestro, su inspiración.
Si el mundo conoce a Santa Marta como La bahía más linda del mundo es gracias al Capi, quien sería uno de los primeros líderes en estar al frente de recuperaciones ambientales como la que tuvo con su ciudad.
Junto a José “Pepe” Alzamora creó una de las festividades insignes de la ciudad: la Fiesta del Mar. Este ‘tándem’ creó además el Acuario del Rodadero en 1961, el primero en el continente. Su mamá, Mercedes de Armas, tampoco se quedaba a la zaga en distinción. Fue Reina de la Belleza y entre sus pretendientes figuraban hasta el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.
La influencia del Capi no sólo se limitó a las costas de la Bahía de Santa Marta. Una de sus grandes obsesiones fue el Parque Tayrona, su preservación, su orgullo y también bajó a la bravura del Orinoco, al Meta y donde hubiera agua, estaban los Ospina.
Una de sus aventuras predilectas ocurrió en 1984. Acompañado por su papá y por Jorge Reynolds, el hombre que creó el marcapasos artificial externo, se fue a las inmediaciones de la Isla Gorgona, lugar predilecto donde pasean las ballenas jorobadas para hacerles un electrocardiograma. Con su papá, además, en 1991 emuló la travesía de Gonzalo Jiménez de Quesada cuando navegaron por los misterios del Río Magdalena.
Treinta años después de la hazaña que lo haría famoso, Franco Ospina es un guerrero incansable en defensa del medio ambiente. Su labor en este momento está enfocada en la recuperación del Río Manzanares, el vertedero de basuras más usado por los samarios y cuyas aguas van a dar al Caribe.
Lo que más le preocupa a Ospina es que para las nuevas generaciones, a pesar de que los niños tienen más conciencia ecológica, el daño puede ser terrible e irreversible.
Hay ciertos aspectos que invitan al optimismo como el hecho de que se consigan Robalos en la desembocadura del Río Manzanares en el Caribe podría indicar que, si se trabaja en equipo, como cardúmenes, limpiando las costas, la vida podría regresar al río.
A sus 62 años, Franco Ospina está listo para nuevas aventuras. Convertido en un líder ambiental busca crear consciencia, sobre todo en los niños, porque para él, las viejas generaciones ya están echadas a perder.