Partamos por recordar que un país laico es aquel que en materia de religión es neutral, y eso es Colombia luego de la Constitución de 1991, donde quedó consignado que ningún ciudadano será molestado por sus convicciones y o creencias. Yo soy un católico por tradición, pues a muchos nos llevan a la pila bautismal sin pedirnos permiso, en el inicio resulta ser más por tradición que por otra cosa; sin embargo, debo reconocer que adoro a mi Dios, en el que me enseñaron a creer y que día a día me demuestra su amor. No obstante, cuando reflexiono sobre la visita del papa no dejo de pensar en el que no simpatiza con el catolicismo, ese que tiene otra manera de creer, en ese ciudadano que se ve obligado a dar un par de monedas cuando deja su carro en un espacio público y al irse llega por arte de magia el señor diciéndole: hágale hágale, sáquelo…
La visita del sumo pontífice a la final pareciera que no tiene un valor exacto; sin embargo, podemos usar como referente los viajes anteriores realizados por el papa Francisco a otros países de Latinoamérica, entre ellos México. Ahí registró un gasto aproximado diario de 2 a 4 millones de dólares, lo cual si multiplicamos por 5 que será su estancia en nuestro país, tendríamos una cifra cercana a los 30 mil millones de pesos al cambio actual.
Otro punto a tener en cuenta es que la visita del sumo pontífice es de orden de estado, por lo tanto el Vaticano como el Gobierno Nacional asumen sus gastos, siendo en este caso el segundo quien más aporta, pero de dónde lo hace, con qué recursos; en mi lógica es de los recursos públicos, del pago que hacemos todos, por lo tanto somos todos los que “ponemos,” pero si yo no quiero, si yo a Francisco no le creo, si él no representa mi fe ¿por qué tengo que pagar por ello?
Resulta ser evidente el sensacionalismo que se vive por la visita del sumo pontífice, y eso en lo personal no me parece mal, pues miles de colombianos lo esperan con los brazos abiertos. Además, es el inicio de una serie de actividades que representan costos e ingresos financieros, entre ellas las misas campales, traslados, alimentación, seguridad, entre otras, permitiendo que el turismo y el trabajo formal e informal se eleve, dejando consigo buenos resultados para el colombiano de a pie. Al final, eso es bueno, pero ¿acaso yo me tengo que comer lo que no quiero?, ¿acaso es justo ver un despliegue propagandístico de la iglesia católica a través de nuestros medios públicos, esos que usted y yo pagamos?, ¿acaso ellos no tienen sus propios medios, Radio María, Minuto de Dios, Cristovisión, entre otros?
30 mil millones de pesos, un gasto compartido, pero un gasto que yo no quiero hacer, ¿y usted? Quizá con tan “poquito” recurso podríamos haber desarrollado proyectos sostenibles, esos que le permitan al ciudadano no ganar por unos días gracias a la visita del Pontífice sino de sostenerse, de apalancarse, de crecer; aunque esto ya es un hecho y es preferible ver cómo esa platica sirve para generar venta en masa de camándulas, estampitas, hoteles, comida, transporte por cinco días entre otros de manera temporal, a que se la roben, “algo que no pasa aquí”.
Por último, él no dijo "voy a Colombia", nuestro gobierno insistió en que lo hiciera.