Francisco Franco vuelve a reinar El Pardo

Francisco Franco vuelve a reinar El Pardo

Los restos del dictador español serán exumados del Valle de los Caídos para ser sepultados en el cementerio de Mingorrubio. Una perspectiva al respecto

Por: Carlos de Uraba
octubre 23, 2019
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Francisco Franco vuelve a reinar El Pardo

Quise ir al Valle de los Caídos para comprobar la verdadera dimensión de esta obra de proporciones ciclópeas planificada por el generalísimo Francisco Franco como homenaje a los caídos en la "gloriosa cruzada nacional".

En la garita del cuerpo de guardia del sagrado recinto me atiende un funcionario que me reclama mi documentación. Le entrego mi pasaporte colombiano y me devuelve un billete gratis pues a partir de ciertas horas para los “hispanoamericanos y nacionales” la entrada es libre. Está visto que la hispanidad como en la época de la dictadura es un valor en alza. De lo contrario habría tenido que desembolsar 9 euros a cuenta del Patrimonio Nacional (se recogen 2 millones de euros anuales por este concepto) que se destina a su restauración y mantenimiento. Porque el santísimo cadáver de su excelencia junto al del fundador de la falange José Antonio Primo de Rivera se merecen los mejores cuidados y atenciones.

La verdad es que el Valle de los Caídos se halla situado en medio de un paisaje plagado de bosques de coníferas, cipreses, abetos castaños y chopos que inspira paz y tranquilidad. Estamos en la sierra de Guadarrama muy cerca del monte Abantos lugar mítico y centro de adoración de los antiguos Iberos.

Este sin duda alguna sería un paraje de ensueño sino fuera porque aquí se encuentra enterrado uno de los más sanguinarios dictadores de la historia de la humanidad.

Según las estadísticas del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo del reino de España aproximadamente 300.000 turistas visitan anualmente este magnánimo monumento. Muchos de los cuales son nostálgicos que peregrinan a venerar a su amado caudillo y dejarle ofrendas y coronas de flores. Para llegar hasta el panteón del generalísimo es necesario recorrer cinco kilómetros a través de una empinada carretera que nos conduce hasta la explanada del risco de la Nava (1390 m) desde donde se divisa el valle de Cuelgamuros. Mientras subimos poco a poco nos damos cuenta de las exageradas dimensiones de esta mastodóntica obra coronada por una cruz de 150 metros —que dicen es la más grande del mundo (es posible observarla a 50 kilómetros de distancia)—. El principal objetivo de este impresionante mausoleo es acoger en su beatísimo seno al generalísimo Franco y del líder de la falange José Antonio Primo de Rivera: caídos por Dios y por España ¡Presentes! Desde luego que el imborrable recuerdo del apóstol nazi debe perdurar por los siglos de los siglos. No por casualidad la fundación Francisco Franco (que ha recibido subvenciones del gobierno del PP), presidida por el general Juan Chicharro Ortega, un exayudante del rey Juan Carlos I, se encarga de mantener vivo su legado tal y como lo dejó escrito en sus últimas voluntades. Incluso sus miembros han exigido a las autoridades del reino de España que el Valle de los Caídos sea declarado “patrimonio cultural de la humanidad”.

El caudillo en este largo viaje a la eternidad está acompañado por el fundador de la falange José Antonio Primo de Rivera y los restos de 34.000 combatientes de ambos bandos enterrados en una monumental cripta. El Valle de los Caídos es el altar de la España una, grande y libre ante el que se rinden de rodillas sus hijos más fieles y leales. Además, el complejo cuenta con una abadía o monasterio de Santa Cruz del Valle de los Caídos regentada por los monjes benedictinos que se dedican a la vida contemplativa y a orar por el eterno descanso del “redentor de España”.

El Valle de los Caídos ha sido planificado por los más reputados arquitectos franquistas (Pedro Muguruza y Diego Méndez) y los artistas y escultores más reputados (Juan de Ávalos y Martín Chirino) con la intención de impactar al visitante y convencernos de las nobles virtudes del generalísimo por la gracia de Dios. Porque este enterramiento construido aprovechando las formaciones graníticas de la montaña es una prueba más de los delirios megalomaníacos del descendiente directo de Don Pelayo y los Reyes Católicos. Él no iba a ser menos y tenía que rivalizar con al mismísimo monasterio del Escorial donde se encuentra el pudridero de la realeza española.

Una escenografía esplendorosa y muy bien estudiada que nos sobrecoge especialmente cuando penetramos en ese gigantesco búnker o cueva del terror donde mora el “lucifer de la rojigualda”. Las naves y criptas (capilla del Santísimo y del Sepulcro) son espacios tallados en la roca viva y revestidos con hormigón armado y losas de piedra caliza. En este ambiente tan tétrico y sombrío no se escucha ningún sonido humano pues ese mundo de ultratumba lo habita un ánima en pena que purga los más execrables crímenes jamás imaginados.

El Valle de los Caídos hoy es con todo el descaro y la prepotencia un templo de exaltación de la dictadura nazi-franquista que venció traicioneramente al heroico ejército republicano. Si en la pirámide de Keops se enterró al faraón de Egipto aquí también está enterrado el gran faraón del nacional-catolicismo. ¡Una patria, un estado, un caudillo! ¡Ein Volk, Ein Reich, Ein Fuhrer! Sobre su tumba sellada con una pesada lápida de 5 toneladas nunca le faltan los ramos y las coronas de flores. En este sepulcro yace Francisco Franco Bahamonde a la sombra de una gran cúpula cósmica decorada con preciosos mosaicos en el que destaca Jesucristo nuestro señor, el rey de reyes —“yo soy la luz del mundo”— acompañado por los ángeles y arcángeles, serafines, querubines, y la virgen misericordiosa que señalan el camino a las almas puras y justas hacia el paraíso celestial (que es donde se supone se encuentra el generalísimo). Allí les dan la bienvenida los santos y los mártires de la España Imperial. Cada esquina de este altar mayor lo custodian cuatro arcángeles fundidos en bronce que velan por el sueño eterno del adalid de la santa cruzada contra los “ateos comunistas”.

De repente, entre los visitantes se distinguen algunos personajes insólitos, bien trajeados y con aire de falangistas o quizás ultraderechistas que con ramos de flores en la mano vienen a hacerle su ofrenda a su idolatrado profeta del Movimiento Nacional. Se ponen firmes y con ardor guerrero exclaman: ¡Arriba España! y a continuación alzan el brazo en alto realizando el saludo fascista en homenaje a su Apóstol Nazi. No olvidemos que fue condecorado por Hitler con la Gran Cruz del Águila Alemana, la más alta distinción del III Reich. El sanguinario matarife que “agradeció en el triunfo de nuestros ideales comunes” ha sido elevado a los altares por sus correligionarios.

Pero por donde uno vaya no existe ni el más mínimo recordatorio a quienes realmente construyeron el Valle de los Caídos. Y es que para redimir sus penas los prisioneros republicanos fueron obligados a trabajar como esclavos picando piedras, cargando los grandes bloques de granito, dinamitando la roca y abriendo los socavones con pico y barrena. Ante tamaño sacrificio cientos de ellos perecieron de cansancio, hambre y enfermedades, aunque en los certificados de defunción conste: “muerte natural”.

La herencia que ha dejado el victorioso caudillo de los ejércitos de tierra, mar y aire no es otra que muerte, destrucción, fosas comunes, desaparecidos, encarcelados, desterrados, viudas, huérfanos, familias destrozadas, exiliados, desolación y miseria. Toda esta tragedia se desató como consecuencia de una guerra que él mismo junto con sus secuaces, apoyados por Hitler y Mussolini, provocaron para derribar el gobierno legítimo República Española. Y eso sin contar los 40 años de férrea dictadura feudal que sumió al país en la decadencia económica, social y cultural.

Todos los 20 de noviembre sus correligionarios siguen homenajeando al dictador en el aniversario de su fallecimiento concelebrando tedeums solemnes y cadenas de oración por el eterno descanso de su alma irredenta.

El cachorro del führer Hitler, único superviviente del nazi-fascismo, alabado y bendecido por sus incondicionales como el soberano del imperio hacia Dios. El clero más reaccionario todavía lo enaltece como el Cid Campeador de la Cruzada Nacional. Esta cruel y despiadada apología del terrorismo y los crímenes de lesa humanidad cuenta con la complicidad de innumerables instituciones y personajes de primer orden pertenecientes a los poderes fácticos del reino de España, y también de la propia institución monárquica heredera del Caudillo.

Para levantar tan titánica obra se dilapidaron miles y miles de millones de pesetas en una época en la que el pueblo padecía hambre y miseria. Emergencia social que se prolongó durante décadas y que tuvieron que soportar siguiendo el lema de “a España servir hasta morir”.

Y lo más inaudito es que en el año 1957 las propias autoridades franquistas cambiaron la idea original de que el Valle de los Caídos fuera un monumento dedicado únicamente a los caídos de la cruzada nacional para transformarlo en un símbolo de reconciliación entre los españoles de ambos bandos. Y por este motivo miles de cadáveres de soldados franquistas y republicanos comparten como “buenos hermanos” las criptas y los nichos.

Aparentemente Franco no dejó por escrito ninguna voluntad testamentaria sobre dónde debería ser enterrado una vez muerto (a lo mejor se creía inmortal). Aunque sí les comentó en privado a sus colaboradores su deseo de ser enterrado en el Valle de los Caídos. Sin embargo, su mujer Carmen Polo prefería que se le inhumara en El Pardo (que es donde hoy ella yace en su panteón).

La tumba de Franco se improvisó en tres días, es decir, de prisa y corriendo. El 20 de noviembre de 1975 día de su fallecimiento el presidente Arias Navarro adujo que el caudillo como ganador de la guerra civil merecía ser enterrado con los más altos honores en el Valle de los Caídos. Y así se lo hizo saber al Consejo de Ministros y al rey Juan Carlos I (sucesor a la jefatura del reino por voluntad del caudillo al aceptar los términos de la legislación franquista) que estuvieron completamente de acuerdo. Su majestad el rey envió una carta al abad del Valle de los Caídos para que “se diese cristiana sepultura a su excelencia el jefe de estado y generalísimo de los ejércitos de España en la Basílica de Santa Cruz del Valle de los Caídos”.

Entonces fue el rey, heredero directo del dictador por la gracia de Dios, quien firmó la orden de inhumarlo en Cuelgamuros. Un hecho que se ha intentado ocultar para mantener impoluta su reputación.

La ley de Memoria Histórica aprobada por el PSOE en la era de Zapatero se propuso borrar las huellas de la dictadura franquista y reparar a las víctimas. Desde entonces uno de los principales objetivos de la izquierda progresista ha sido sacar al dictador del Valle de los Caídos argumentando que este no es un monumento privado, sino que pertenece al Patrimonio Nacional.

Ya que no pudieron derrocarlo en vida ahora pretenden vengarse con su momia. Pero lo cierto es que los herederos del franquismo han sabido como buenos camaleones mimetizarse con astucia entre los partidos “constitucionalistas” de la democracia monárquica tales como PP, Vox o Cs.

En todo caso el Valle de los Caídos seguirá en pie para que las futuras generaciones comprendan el milagro de la transmutación de la carne: si Hitler fue derrotado, el nazi-franquismo salió victorioso.

La oposición a la dictadura franquista la protagonizaron (en franca minoría) tanto los maquis, los militantes del PCE en la clandestinidad, los sindicalistas de CC.OO, células anarquistas, intelectuales y estudiantes y la ETA. Esta última pese a quien le pese fue la única organización que logró asestarle un golpe demoledor al régimen con el asesinato del Almirante Carrero Blanco que ejercía las funciones de presidente del gobierno.

El pueblo español que soportó estoicamente durante 40 años la represión inmisericorde de las fuerzas del orden fue incapaz de ofrecer una firme resistencia al dictador. Acobardados por el terror agacharon la cabeza y resignados a su suerte no les quedó más remedio que callar para sobrevivir.

Eso sí el día en que se expuso en la capilla ardiente del Palacio Real el cadáver del caudillo vestido de capitán general de los ejércitos miles y miles de personas de todos los estratos sociales hicieron largas colas para darle su último adiós. Amaban al tirano, al amo fascista que los supo domar y disciplinar. Las muchedumbres compungidas y llorosas al sentirse huérfanas le rendían tributo a su adorado apóstol nazi y con el brazo en alto lo despedían al grito de ¡arriba España!

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