Alentado por el triunfo en el Mundial de 1998, el mito de la Francia multicultural tuvo como símbolo principal al hijo de inmigrantes argelinos nacido en Marsella, quien, con el 10 a la espalda, fue genio y figura del partido final. Sin embargo, ese fervor se disolvió rápidamente y las divisiones culturales y raciales siguieron a la orden del día, tanto en la sociedad como en el fútbol. Así, quince años más tarde y varios escándalos después, los futbolistas franco-argelinos ya no quieren seguir los pasos de Zidane: los futbolistas franco-argelinos prefieren volver a su raíces.
La mañana del 13 de junio de 1998, París amaneció conmocionada y de fiesta. La noche anterior, ante millones de personas alrededor del mundo y unas 75.000 almas vibrando en el Stade de France, el seleccionado entrenado por Aimé Jacquet había derrotado por 3-0 a Brasil y con ello se proclamaba, a pesar del pesimismo imperante antes de la competición, campeón de la Copa Mundo Francia 1998.
Ese seleccionado, además de haber alcanzado el logro más importante en la historia del fútbol francés, fue catalogado por algunos sectores académicos, políticos y del periodismo en Francia como símbolo de una posible revolución cultural en el país, una revolución que quizá permitiría aliviar las profundas tensiones de una sociedad racialmente fraccionada por el fenómeno de la inmigración y la herencia de su pasado colonialista. Después de todo, Les Bleus, como se conoce al seleccionado, eran un reflejo de esos dos fenómenos.
Llamado Blanc, Black, Beur (Blanco, Negro, Árabe), como referencia a su formación multirracial y multicultural, el equipo campeón del mundo contaba entre sus figuras nacidas lejos de Francia con Marcel Desailly (Ghana), con Patrick Vieira (Senegal), a Lilian Thuram (Guadalupe) y a Christian Karembeu (Nueva Caledonia). Además, aunque nacido en suelo europeo y francés, también hubo futbolistas descendientes de inmigrantes como Youri Djorkaeff (Armenia) y el genial Zinedine Zidane (Argelia), cuyos dos goles en la final contra Brasil lo convirtieron en héroe nacional y en referente de la imagen de unidad y tolerancia racial impulsada por la gloria mundialista. Al fin y al cabo, había sido ese descendiente de argelinos, nacido en un suburbio del puerto de Marsella, quien había llevado a Francia a lo más alto del fútbol mundial.
Sin embargo, “L’Effet Zidane” (El efecto Zidane), como fue bautizado, se desvaneció paulatinamente y la idea utópica de una integración racial en la sociedad francesa, alentada desde el seleccionado, quedó reducida a una ilusión, a un espejismo aparecido en los Campos Elíseos que apenas si sobrevivió los festejos del verano de 1998 y del título en la Eurocopa del 2000. Paradójicamente, el primer síntoma del fin de esa ilusión, ocurrido en octubre de 2001, sucedió también en el Stade de France, un día que Zidane describe como el peor día de su carrera. En esa ocasión, por primera vez en la historia desde que Argelia logró la independencia de Francia, ambos países se encontraron sobre un terreno de juego.
Francia vs. Argelia: un futbolista entre ídolo y traidor
Tras más de 130 años de dominación francesa en Argelia, el país del norte de África logró su independencia en 1962, luego de una guerra brutal que había comenzado en 1954. Casi 40 años después de esa independencia, el primer partido amistoso entre los dos seleccionados fue pregonado como un momento histórico de reconciliación para acercar a las dos naciones atadas, irremediablemente, por la vigorosa presencia de argelinos en territorio francés, donde junto con los marroquíes representan el mayor porcentaje de inmigrantes.
En la previa del partido, durante los actos protocolarios y simbólicos, los futbolistas de ambas selecciones fueron exaltados como “mensajeros de paz” por el altavoz del estadio, que, acto seguido, reprodujo el himno de Argelia ante el respeto de los aficionados franceses. Sin embargo, una vez comenzó a sonar La Marsellesa, los aficionados argelinos manifestaron su hostilidad latente ante su arrogante opresor colonial mediante una orquesta de rechiflas y abucheos.
Desde la tribuna, los aficionados de la selección africana, en su mayoría jóvenes nacidos en Francia pero descendientes de argelinos, silbaron a Zidane cada vez que tocó la pelota y vociferaron el cántico de “Zidane-Harki”, un apelativo acusatorio con enorme contenido simbólico en las intersecciones de la identidad francesa-argelina. La palabra, utilizada en Argelia y entre sus comunidades de inmigrantes como el peor insulto para nombrar a los traidores, describe a los argelinos que combatieron en las filas de los franceses contra la resistencia durante la guerra de independencia. Zidane, idolatrado por los franceses a pesar de no cantar La Marsellesa, era despreciado en ese momento como un traidor, por parte de los descendientes de argelinos, quienes invadieron el campo en el minuto 75 obligando a un abrupto y grotesco final.
La violenta evidencia de la fragmentación social, que siguió reproduciéndose, mientras se acentuaban las diferencias históricas, religiosas y de valores culturales entre los franceses blancos y los inmigrantes del norte de África, tuvo, eventualmente, su reflejo en el seleccionado galo, donde la tensión por las divisiones raciales y religiosas tuvo algunos de sus capítulos más nefastos en el Mundial de Sudáfrica 2010, bajo la dirección del pintoresco y polémico Raymond Domenech.
En esa expedición, el seleccionado francés fue un circo caótico de acusaciones y señalamientos, que acabó con Domenech y envió a Nicolas Anelka a casa, con los futbolistas entrando en huelga en plena Copa Mundo y con el seleccionado vergonzosamente eliminado en primera ronda. La FFF (Federación Francesa de Fútbol), indignada por la desastrosa participación, le envió un mensaje a los futbolistas de su seleccionado embarcándolos en clase económica en el vuelo de vuelta a casa. Unos meses más tarde, los protagonistas comenzaron a defenderse, siendo Anelka el más incendiario de todos.
“La gente decía que en la Selección de Francia había un clan de jugadores negros durante el Mundial [de 2010]. Cuando el equipo no logra ganar, la gente de inmediato comienza a hablar sobre el color de la piel y las creencias religiosas de los futbolistas. Esa es la verdadera cara de Francia. Cuando las cosas se ponen difíciles, se descubre lo que la gente realmente piensa. Comenzaron a decir que Franck Ribéry había golpeado a Yoann Gourcuff. Ribéry el musulmán; Gourcuff, el buen chico francés”, se quejó Anelka, en diciembre de ese año con los periodistas británicos, antes de un partido de Champions League entre Chelsea y Marsella. Sin embargo, el desenlace desafortunado de un partido histórico y un Mundial para el olvido no fue lo más grave. Lo peor aún estaba por venir. El escándalo mayor aún estaba por estallar.
El escándalo Blanc: cuotas raciales en las academias de la FFF
Tras la estrepitosa salida de Domenech, el puesto de seleccionador de la absoluta francesa fue entregado por la FFF a Laurent Blanc, integrante de la selección campeona de 1998 y a la sazón entrenador del Bordeaux. En mayo de 2011, nueve meses después de haberse hecho cargo y haber calmado los ánimos con algunos buenos resultados, Blanc fue oído participando en una polémica conversación con François Blaquart (director técnico nacional de la FFF), Erick Mombaerts (seleccionador de la Sub-21) y Francis Smerecki (seleccionador de las Sub-20), entre otros, donde se discutió un supuesto acuerdo para establecer una cuota racial que restringiera el número de futbolistas negros y árabes en las prestigiosas academias de la FFF. La idea, según la grabación, era limitar a un 30% el número de futbolistas de descendencia africana (particularmente del norte de África) con doble nacionalidad, a partir de la categoría de chicos de trece años.
De forma ineludible, el escándalo recuerda las acusaciones lanzadas en 1996 al seleccionado campeón de 1998, por parte de Jean-Marie Le Pen, líder de la extrema derecha y enemigo de la inmigración de no europeos a Francia, quien catalogó a ese seleccionado como “artificial” y lo acusó de no representar realmente al país, en la medida en que estaba compuesto por demasiados futbolistas nacidos en antiguas colonias francesas, más que por franceses propiamente dichos.
El escándalo de cuotas raciales, del que Blanc fue absuelto, significaba más que una reivindicación nacionalista o que un síntoma más del supuesto racismo institucional, adherido como una piel a la FFF. En cuanto a lo deportivo, era también un intento por evitar que los futbolistas formados en el sistema de academias francesas luego le dieran la espalda a Les Bleus y decidieran representar no a Francia sino al país de sus orígenes. Para la FFF, en su defensa, se trataba más de un tema presupuestal que de raza: desde su punto de vista, sus cuantiosas inversiones para sus doce academias oficiales de desarrollo de futbolistas élite, deberían, al menos, ser retribuidas por aquellos beneficiados que tienen doble nacionalidad a manera de lealtad hacia el seleccionado galo. Pero la realidad es que eso sucede cada vez menos.
Vuelta a las raíces: primera y segunda huida de futbolistas argelinos
En 1958, Rachid Mekhloufi, un excelso futbolista nacido en la ciudad de Sétif, Argelia, rechazó la convocatoria para unirse a Raymond Kopa (de descendencia polaca) y a Just Fontaine (nacido en Marruecos) en el seleccionado francés que disputaría el Mundial de Suecia 1958. Goleador del Saint-Étienne campeón de la temporada anterior, la de 1957, Mekhloufi era una de las estrellas principales de la liga francesa, de la que se esfumó sin dejar rastro en el año del Mundial junto con otros 11 futbolistas argelinos, de los 33 que por esos años jugaban en la máxima categoría del balompié galo.
Mekhloufi, en vez de atender a la convocatoria y representar a Francia en la Copa Mundo, huyó con sus compatriotas para formar un seleccionado argelino representativo del FLN (Frente de Liberación Nacional), con el que recorrió el mundo jugando partidos de fútbol y defendiendo el movimiento de independencia argelina. Así, en los cuatro años entre, 1958 y la independencia en 1962, Mekhloufi habría jugado 40 cotejos en distintos lugares de Europa, América, Asia y África antes de que ese seleccionado apátrida se disolviera para dar lugar al seleccionado nacional argelino. En total, el equipo del FLN habría disputado 91 partidos durante su gira mundial, con un impresionante registro de 65 triunfos, 13 empates y 13 derrotas.
Hoy, a poco más de cincuenta años después, otros futbolistas argelinos han optado por seguir los mismos pasos rebeldes de Mekhloufi, dándole la espalda a Francia para representar en el nivel absoluto Argelia, un país con el que histórica y culturalmente se sienten más identificados. Por ello, en el seleccionado argelino, los ejemplos abundan y el fenómeno le ha permitido al equipo clasificar a Sudáfrica 2010, luego de veinticuatro años sin estar en un Mundial, y luego repetir el logro para estar en Brasil 2014.
Repasando el seleccionado que participó en la Copa Mundo de 2010, cuatro futbolistas titulares en los tres partidos de la primera fase eran descendientes de inmigrantes que habían nacido en Francia, pero optado por representar a Argelia: Madjid Bougherra, Mehdi Lacen, Karim Ziani y Karim Matmour. Además, otros tres futbolistas inamovibles de ese once titular no solamente habían nacido en Francia, sino que además se habían puesto la casaca de Les Bleus en categorías juveniles: el defensor Nadir Belhadj (Sub-18), el capitán Antar Yahia (Sub-16, 18 y 23 ) y el mediocampista Hassan Yebda (Sub-16, 17, 18 y 19) optaron por representar a Argelia a pesar de formarse en los combinados franceses. En total, siete de los once inicialistas argelinos en Sudáfrica 2010 habían nacido, y algunos de ellos representado, en mayor o menor medida, a los seleccionados franceses en categorías juveniles.
En el caso del seleccionado convocado para Brasil 2014, el panorama es aún más alentador en Argelia, y por ende más preocupante en Francia. Bougherra, Lacen y Yebda repetirán Mundial, mientras que Nabil Bentaleb (Sub 18) Sofiane Feghouli (Sub-18 y 21), Saphir Taïder (Sub-18, 19 y 20), Yacine Brahimi (Sub-16, 17, 18, 19, 20 y 21) e Ishak Belfodil (Sub-17, 18, 19 y 20), enormes promesas a nivel juvenil, también han elegido a Argelia por encima de Francia y significan un enorme salto de calidad de mitad de cancha hacia adelante, donde estuvieron los mayores problemas de los argelinos en Sudáfrica 2010: de allí se fueron sin anotar ni un solo gol en tres encuentros.
Así las cosas, mientras que el equipo francés lucha por recuperar el prestigio perdido, la segunda huida de argelinos le ha permitido al representativo de ese país disfrutar de los mejores años de su historia futbolística desde la década del ochenta, cuando Les Fennecs (Los zorros del desierto) participaron en sus dos primeros mundiales, España 82 y México 86, y levantaron el trofeo más importante de su corta historia: la Copa Africana de Naciones de 1990.