Colombia, en vez de celebrar la diversidad, la teme. Las alusiones, infames, de parte de alguna “gente de bien”, incluyendo periodistas y políticos, a la persona de Francia Márquez, con el pretexto de maneras propias de expresarse o su falta de experiencia en la gestión pública, solo encubren el pánico a la aparición en la escena política de nuevos actores que, en la historia, solían mirarse ubicados abajo, obedientes, servidores, lejitos del ámbito de la toma de decisiones y, por supuesto, del círculo social propio.
¿Cómo así que negros, resentidos, al poder?
No votaré por Francia, aunque la admiro. Mujer extraordinaria que obtuvo en la consulta del PH más votos que mi candidato.
Aclaro que daré mi voto por Sergio Fajardo y su fórmula vicepresidencial, Gilberto Murillo. Lo haré porque sigo creyendo que el centro puede clasificar a la segunda vuelta, porque Fajardo acredita una experiencia intachable de buen gobernante, tanto en Antioquia como en la alcaldía de Medellín, porque sé que es un dirigente respetuoso, democrático, pulcro, que le apuesta a la educación de calidad para todos. Tengo claro que mi voto es positivo, es decir, voto por la dupla Fajardo-Murillo, no por oposición a las demás fórmulas, de derecha o izquierda (¿cuántos votaron por Duque por impedir que Petro fuera elegido?), como por su propuesta y su experiencia. Así la cosas, creo que la preferencia electoral no debe estar sustentada en qué tanto se desacredita en lo personal al adversario, práctica usual en los debates electorales, como en de qué forma consideramos que los candidatos enfrentarán los desafíos clave del país.
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Aclaro que daré mi voto por Sergio Fajardo y su fórmula vicepresidencial, Gilberto Murillo. Lo haré porque sigo creyendo que el centro puede clasificar a la segunda vuelta
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En forma muy simple, no quisiera que en un país de olas de violencia sucesivas, desplazamiento, desaparecidos, se reproduzca un gobierno que pretenda seguir haciendo trizas el proceso de paz, ni que promueva la indiferencia frente a los asesinatos de líderes sociales y ambientalistas, de centenares de desmovilizados que creyeron y le apostaron al acuerdo, a la cabeza, qué cansancio ,“del que diga Uribe”. Me pareció, a propósito de Uribe, un despropósito gravísimo su llamado al desconocimiento de los resultados electorales. Incapaz de perder, le importa poco la democracia que alega defender.
Tampoco deseo un gobierno encabezado por un exalcalde de desempeño deficiente y graves problemas de trabajo en equipo, napoleónico, secundado por algunos líderes machistas, algunas de cuyas propuestas considero fiscalmente inviables y con ausencia de claridad acerca del rol del sector empresarial. Como si los empresarios fueran reducibles a la categoría de las tres o cuatro cabezas de grupos financieros, olvidando los centenares de miles de pequeños y medianos que hacen patria todos los días, crean empleo, innovan, asumen riesgos. Tampoco me parece aceptable la disposición del candidato a desconocer los resultados electorales en función de si gana o pierde.
Volviendo a Francia. Lo bueno de la fórmula Petro-Francia es, justamente, Francia. Mujer que no ha cumplido 40 aún y lleva más de veinte en la defensa del medio ambiente, las mujeres, los derechos humanos, la paz. ¡Sí, los derechos humanos, el medio ambiente! Esos cuentos que en este pozo del atraso muchos consideran, háganme el favor, consignas comunistas, como en cualquier novela de Miguel Ángel Asturias sobre la Guatemala de los años 50, y que olvidan están dentro de los Objetivos de Desarrollo de las Naciones Unidas del 2030.
Un eco de lo que ocurre con Francia en nuestro querido platanal se encuentra en el 2008, cuando Obama venció en las primarias y fue electo presidente de los Estados Unidos. Claro, los ideólogos, estilo del supremacista blanco Steve Bannon, trumpista de primera línea unos años después, podían ser considerados de alto nivel educativo dentro de las huestes republicanas. Pero el público de las calumnias, finalmente, eran esos blancos “cuellos rojos”, más o menos ignorantes, racistas, parroquiales, a quienes había que meterles la fantasía: Obama no era gringo, su verdadero nombre era Hussein y era musulmán. Y muchos siguen creyéndolo. Como acá, manipulando pueblo, cuando “había que emberracar a la gente” en las votaciones por el sí y el no al proceso de paz hace más de cinco años, o ahora, atacando y minimizando la estatura moral de Francia Márquez.
De forma similar, en este país, a mucho honor, de mestizos, zambos, afros, indígenas, hay compatriotas de distintos niveles de ingreso que son proclives a considerarse blanquitos de raza pura y que ven, por definición, un peligro en Francia Márquez por su origen afro. Qué imbecilidad, qué atraso.