La política es la versión más civilizada de la guerra, es un instrumento mediante el cual se accede al poder gubernamental. También es una posibilidad alternativa de materializar los postulados consignados en nuestra Constitución Política que hace 30 largos años trazó como metas, la búsqueda del bienestar común y la prevalencia del interés general sobre el particular, mediante la satisfacción de las necesidades básicas de salud, educación, empleo, emprendimiento, vivienda, recreación, en un entorno sustentable y mediante el reconocimiento y desarrollo de la multiculturalidad y la pluridad étnica, procurando la paz y la integración latinoamericana.
Así mismo, la política es la dinámica de continuidad de las desigualdades y los favorecimientos de pequeños y excluyentes círculos, que, en el pasado y el presente de la historia colombiana, indican que el 53 % de la población no tiene acceso a estos propósitos constitucionales, pues la mayoría de nuestros compatriotas están enmarcados en el espectro de la pobreza y la injusticia social, mediante gobiernos que permiten que 38 de 42 millones de hectáreas agrícolas estén dedicadas a pastizales donde se levantan 25 millones de cabezas de ganado, distribución que corrobora que tan solo el 10% de los colombianos concentra el 70% de la riqueza.
Este panorama indica que Colombia es uno de los países profundamente más desiguales de América Latina y el Caribe, conforme lo determinó en diciembre pasado el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en su Informe Regional de Desarrollo Humano.
Francia viene de las entrañas de esta desoladora e inequitativa realidad colombiana, no solo por su pertenencia a una comunidad afrodescendiente, como también por su condición de mujer que ha padecido como la mayoría la exclusión, el machismo, el patriarcado y una marcada desigualdad que indica que no obstante las mujeres constituyen el 55 % de nuestro país, son las que mayor desempleo tienen y las que menos puestos directivos ocupan, además de que devengan salarios bastante inferiores a los hombres en cargos de igual jerarquía.
Pero además esta valerosa mujer caucana nos demuestra que es posible soñar y materializar la búsqueda de una patria mejor, porque no proviene de familias poderosas ni influyentes, sino que emerge desde muy abajo, con un pasado de mujer laboriosa en el duro oficio de la minería artesanal, con vocación de solidaridad y liderazgo en las reclamaciones para oponerse a la destrucción de la madre tierra por parte de grandes transnacionales mineras, así como su experiencia de servicio atendiendo hogares de familias con su humildad mientras se esforzaba por formarse como abogada.
Por ello es la posibilidad política de facilitar un cambio que se ofrece como una transición, para que podamos florecer sin olvidar nuestro pasado. No obstante, recordemos parte de la hermosa letra de la canción Artaud, de la banda Pescado Rabioso, en la que participó el legendario músico Luis Alberto Spinetta y que es una de las obras fundamentales del rock en Argentina, cuyo disco regaló el presidente Alberto Fernández (Argentina) a su homólogo Gabriel Boric (Chile) en la visita de este para conmemorar la batalla de Maipú contra el imperio español: "Aunque me fuercen, ya no voy a decir que todo tiempo pasado fue mejor (...) No creas que ya no hay tinieblas, tan solo debes comprenderlas; tengo tiempo para saber si lo que sueño concluye en algo; siempre soñar, nunca creer; y las habladurías del mundo no pueden atraparnos".