Respetada vicepresidenta:
Le saluda un ciudadano como muchos, con ideas, inquietudes, opiniones y cotidianidad particulares; alguien que siente el país y quiere verlo superarse, que fluya libremente toda su magia, biodiversidad, potencial humano; un colombiano de los que votó por sumercé. Le saluda, digo, con alegría por tenerla en esos cargos desde los que ahora puede ayudarnos a todos.
Fue bueno verla salir al “ruedo electoral”, tanto para aquellos que ya teníamos alguna idea de su trabajo y sacrificio ―contra grandes poderes y amenazas de muerte― en su tierra natal, como para muchos otros que apenas se enteraban de quién era esa señora arcoíris en cuyo lema todos estamos... porque somos.
|Le puede interesar: Leonor Zalabata, la voz de los arhuacos en la ONU
Así, hay tantos que coincidimos en resaltar su ser auténtico, sincero ―pero en profundidad, como en los versos de Martí―, alguien confiable y de quien, gustosamente, contagiarse de fraternidad, alegría y capacidad de leer la vida y la sociedad, con apertura mental sin abandonar como si nada los propios valores y convicciones.
No prolongo mi introductorio halago, aunque quisiera, para ahora tratar de “concretarlo” con solo un par referencias que ayuden a ganar profundidad:
Recuerdo, por ejemplo, el caso Marbelle. ¡Qué grandeza la de sumercé! Se requiere altura, inteligencia emocional (y de otras) para no sucumbir a las dinámicas viciosas de la ofensa y la discusión vacía.
Aunque no solo eso: su forma de responder, desde el buen recuerdo y los puntos en común, es altamente simbólico. Se trata de la compasión por quienes atacan, excluyen, maltratan; además, una prueba de concordancia con el discurso, un gesto de compromiso con la paz, desde uno mismo, desde el propio pensamiento.
Virtudes que todos los colombianos debemos aprender e interiorizar, sobre todo cuando descubrimos en nuestro mundo antorchas de racismo, discriminación, segregación por factores sinsentido, fanatismos devastadores, en fin.
Pienso también, por otro lado, en ciertos momentos de contraste lingüístico: la primera vez que le escuché decir “mayoras” me molesté un segundo, me preguntaba si la expresión tenía que ver con un juego forzado dentro de un proyecto de lenguaje inclusivo, pero luego decidí buscar y descubrí que debía ofrecer disculpas: ¡qué luminoso resultó el significado de esa palabra! ¡Qué bello saber de su profundo contexto y reafirmación de identidad!
Claro, también está el lapsus sobre las niñas en la NASA...
También he confundido los sufijos del firmamento; pero, claro, no es “excusa”. Sin embargo, miles podríamos jurar, con objetividad, que usted pensaba en la profesión correcta, pero salió la palabra equivocada.
Entonces, reitero que sí, fue un lapsus, y podrán seguir emergiendo los discursos de “ah, pero a Duque no se lo perdonaban, hipócritas”, pero es que hablamos de algo diferente: en el caso del expresidente ―aquí podríamos dejar solo el prefijo―, se trataba de costumbre, circo, soberbia, no sé en qué aterradora mezcla, de algo que pasará a la historia como otro misterio de la humanidad.
Como sea, sigue siendo mayor la grandeza de este nuevo futuro que los reflejos de vidrio roto del reciente pasado.
Gracias por estas enseñanzas. Buen comienzo, doctora Márquez ―le pongo ese título no por esa mala costumbre de sacar brillo a corbatas, sino porque usted se lo ganó a pulso―, maestra Francia.
¡Y sin mencionar sus años de gestión comprometida en campo, de base, con las comunidades!
Con gratitud, admiración y cariño, no me despido: me quedo a su lado.