Los recientes atentados de París, que causaron un impacto social y mediático impresionante, y la oleada migratoria del pasado verano, junto con la decadencia del sistema político francés, han provocado la mayor victoria electoral de la historia del Frente Nacional (FN) que lidera Marine Le Pen. Superadas sus cíclicas crisis, que casi siempre tienen que ver con conflictos familiares entre los Le Pen, y ya exhibiendo un discurso más moderado y pragmático, casi cercano al centro derecha, el FN tiene por primera vez una ocasión única para alzarse con la presidencia de la República -la máxima magistratura de Francia- y ser gobierno, abandonando para siempre las barricadas y el discurso populista y demagógico de su fundador, Jean-Marie Le Pen. La siguiente vuelta de las elecciones regionales definirá cuánto poder tienen, qué presupuesto manejarán y hasta dónde llega su techo electoral.
¿Y cómo ha sido posible que una fuerza de extrema derecha se sitúe por primera vez como ganadora en unas elecciones regionales en uno de los países más desarrollados de Europa? No era la primera vez que este fenómeno ocurría en el continente, ya que el FN solamente está siguiendo la estela de los recientes éxitos de la extrema derecha en Austria, Suiza, Dinamarca, Grecia, Holanda, Hungría e incluso en Alemania. Sin embargo, el porcentaje obtenido por el FN es el más alto de toda Europa, ya casi rozando el 30 %, y las cuotas de poder que puede conseguir esta formación serán las más altas que lograría un partido antisistema en Europa.
Paradójicamente, el FN se ha nutrido, en buena medida, de los votantes desencantados de izquierda procedentes de las filas socialistas y comunistas. El Partido Comunista Francés (PCF), una fuerza que antaño llegó a tener más del 20% de los votos, casi ha desaparecido del mapa político y ni siquiera la alianza con otras fuerzas -ecologistas, izquierda antisistema y otros colectivos- le ha salvado de la hecatombe; ha desaparecido del sistema político francés y su presencia parlamentaria es casi testimonial. Los antaño electores de izquierda se vieron abandonados por unas formaciones que no atendieron sus demandas sociales, su preocupación ante el deterioro de la vida en los barrios de la periferia de las ciudades y una inmigración que creció de una forma alarmante, desmedida y ajena a los controles mínimos por parte de la administración.
Pero también el FN ha tenido éxito en atraer a los jóvenes, los desempleados y los empleados mal pagados, los llamados "mileuristas". Según se ha publicado en estos días, un 35% de los jóvenes entre 18 y 24 años han votado por la formación extremista y su estrella va en ascenso, dada la constatada desconexión entre este colectivo y los partidos políticos tradicionales, cada vez más incapaces de salir de salir de su autismo y engancharse a la realidad. Le Pen, cada vez más moderada y jugando a una ambigüedad calculada, cada vez se parece más a la derecha republicana y roba votos a este grupo y a la izquierda.
La crisis de la izquierda en Europa
Por otra parte, la crisis del Estado de Bienestar y los recortes sociales han tenido mucho que ver con esta larga agonía de la izquierda, que no encontró su correcta ubicación en el espectro político tras la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la agonizante situación que padecían las naciones que habían abrazado el ideario socialdemócrata. Sin ideas, a la deriva ideológica y política y ajena a los cambios que se estaban dando en nuestras sociedades, las formaciones socialistas y comunistas de casi toda Europa han ido mermando sus resultados electorales y, por ende, alejándose de la posibilidad de gobernar.
Por ejemplo, hoy en día quedan tan solo tres partidos comunistas con relativa fuerza en el continente: el griego, el portugués y el español, que se acabó travistiendo en Izquierda Unida para esconder la hoz y el martillo y eliminar sus impopulares siglas. Incluso los partidos socialistas también han tenido sus debacles y han desaparecido de la escena polaca y griega, por poner solo dos ejemplos, y según como vaticinan los sondeos en España podrían llevarse un batacazo de campeonato en las próximas elecciones generales previstas en este país para el 20 de diciembre.
En este contexto, y en una situación parecida para los socialistas galos, el FN, además, se ha encontrado la mejor coyuntura de las posibles para exponer sus ideas xenófobas y demagógicas: los atentados de París han sembrado la incertidumbre y la preocupación en una sociedad que no encuentra respuestas a lo sucedido. Le Pen, con sus recetas simples, básicas y primarias, pero siempre convincentes en los caladeros donde "pescar" descontentos y hastiados por un sistema por el que se sienten abandonados, estaba destinada a tener éxito en una situación de crisis, tal como ocurrió con los fascismos en los años treinta.
Sin crisis no hay posibilidad de éxito para estas organizaciones políticas; el marasmo social y económico provocado por la zozobra actual es para ellos el mundo en que se mueven como peces en el agua. ¿Acaso no fue Hitler consecuencia del grave naufragio padecido por Alemania, durante la República de Weimar, en los años veinte y principios de los treinta?
Es difícil predecir qué es lo que puede ocurrir de aquí a las elecciones presidenciales previstas para el año 2017 porque en política algo más de un año es una eternidad y porque el fenómeno Le Pen, como muchos otros de este tipo, puede ser pasajero. También, no olvidemos, los electores votan de una forma muy diferente de una elección a otra. Es muy distinto ejercer tu voto de castigo a la hora de elegir a tus alcaldes y presidentes regionales que votar por una candidata de la extrema derecha en unas elecciones presidenciales; la simetría electoral no existe en los procesos políticos, los votos no se trasladan automáticamente de una convocatoria a otra. Veremos qué pasa
@ricardoangoso
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