Fragmentos, el contramonumento, es el nuevo espacio de arte y memoria que se encuentra en Bogotá (ubicado en la carrera 7 # 6b, a escasas cuadras del palacio de justicia). La obra fue concebida por la artista Doris Salcedo y realizada con la colaboración de mujeres víctimas del conflicto armado colombiano, las cuales fueron abusadas sexualmente por la guerrilla, los paramilitares y el Ejército como se puede leer en su página web.
Uno de los retos que se presentó en la realización de este monumento o contramonumento fue cómo representar un tratado de paz con una de las guerrillas más antiguas del continente (nació en 1964 en las montañas del sur del Tolima y hasta el 2016 llevaba 52 años de lucha armada, en la cual dejó desplazamiento forzado, ejecuciones extrajudiciales, masacres, actos contra la libertad de expresión, narcotráfico, secuestro, entre otras). Del dolor todos somos conscientes, ya que hemos sido tocados directa o indirectamente por el conflicto, lo que había que hacer era enmarcar que, a pesar del sufrimiento de un pueblo entero dejado por la lucha armada, lo fundamental es la fuerza de la palabra como herramienta de lucha.
Si queremos ver una luz de esperanza y cambio en nuestro país, es necesario que todos nos sincronicemos con los principios del proceso de paz, que son la piedra angular para una reconstrucción social: verdad, justicia, reparación y no repetición.
Al entrar al museo, te recibe un sitio de reflexión, en el cual se mezclan las ruinas de una edificación antigua que sufrió la historia del Bogotazo. Las marcas de la violencia están reflejadas en cada una de sus murallas antiguas. Sin embargo, lo interesante es sentarse, ver las huellas de la violencia contrastadas con la primera sala que puedes ver a través de las paredes de vidrio, que son una forma increíble de representar la verdad. La armonía de la destrucción de las ruinas con el esplendor de la sala depende de un factor fundamental, el jardín que le da paso a las diferentes plantas, pero además da color de esperanza a este sitio.
Llegar a la sala y ver el suelo, con la historia que tiene, te llena de dolor, pero un punto planteado es que este puede ser la base para la construcción de un país mejor. De allí que sea el piso lo más representativo, lo que para para mí es algo que tiene un simbolismo importantísimo, porque son realmente las mujeres —la base para una sociedad mejor, las que sufrieron de violencia sexual a lo largo de todos estos años y las que han llevado a cuestas un dolor que no se había contado— las que martillaron cada baldosa para dar la base o punto de inicio en el que se generará discusión con el arte de los diferentes puntos de vista de la guerra con las Farc.
El segundo patio, por su parte, es muy parecido al primero, pero tiene un detalle lleno, a mi modo de ver, de un gran simbolismo: es un pasillo largo que no sabes a dónde te lleva. Te rodean al lado derecho las ruinas y al lado izquierdo, la pared de la segunda sala que te lleva a un tercer jardín, casi oculto y poco visitado.
Algo que me sorprendió de gran manera fue que siendo un espacio con tanta carga emocional, los niños pueden aprender de su pasado y ser conscientes de que es un lugar de construcción de paz, y como lo mencionaron Bertrand Russell y Albert Einstein tenemos que elegir en poner fin a la raza humana o la humanidad renunciará a la guerra.
Ojalá que en cada una de las principales ciudades tuviéramos estos espacios, en los cuales todos los colombianos podamos ver la historia y estar seguros de que a través de los procesos de paz que lleven a la verdad, justicia, reparación y no repetición podremos cerrar nuestros 200 años de violencia.