La reciente decisión del Consejo de Estado de devolverle a Manuel Elkin Patarroyo el derecho a utilizar micos para probar los péptidos candidatos a vacuna que produce en su instituto, la FIDIC, han puesto al científico en la escena noticiosa y en la mira de sus detractores una vez más. Se le ha acusado judicialmente en varias ocasiones por tráfico internacional y maltrato de especies animales. Se repite constantemente en las redes sociales y foros de algunos medios de comunicación el rumor de que recibe mucho dinero, casi todo el todo el presupuesto para investigación en Colombia, dejando muy poco para los demás.
Los micos se colectan, no se cazan, término que inexacto que sugiere el asesinato de los animales. Estos se examinan, desparasitan y tratan antes de efectuar las pruebas, que consisten en vacunarlos para después de dos semanas inocularlos con el parásito y observar si se protege o no y en qué medida. Una vez terminados los estudios entran en cuarentena, se tratan nuevamente hasta que estén completamente sanos y se liberan en los mismos lugares en que se colectaron. No hay ningún peligro de extinción ni maltrato diferente al que puedan producirles las pruebas, un mal menor comparado con los beneficios que se pueden obtener. A los animales utilizados se les tatúa un número que los identifica y evita que se colecten nuevamente, es decir, solo se emplean una vez para las pruebas.
El Instituto de Genética de la Universidad Nacional de Colombia, IGUN, el Instituto de Investigaciones Amazónicas, SINCHI, Corpoamazonia y el Ministerio de Ambiente, realizaron un estudio conjunto llamado “Convenio de Cooperación Científica y Tecnológica No. 10F”, realizado con métodos estrictamente científicos, trabajo terminado el 27 de diciembre de 2011, hace más de 3 años, pero que solo le fue entregado a Patarroyo en octubre del 2014. Este documento, que resultó vital para su defensa y la rectificación del fallo que lo sancionaba, “sugiere la presencia de un linaje de A. nancymaae restringido al norte del río Amazonas y una presencia probablemente histórica de Aotus nancymaae en el territorio colombiano”, es decir, no hubo el tráfico de que se le acusó, los micos son colombianos.
La demandante, una señora de apellido Maldonado, ha interpuesto “innumerables recursos judiciales para que las autoridades colombianas protejan la especie con la que el científico hace sus experimentos”, según sus propias palabras. Esta señora fue declarada persona no grata por las comunidades indígenas del Amazonas, que la acusaron de mentirosa, oportunista, con afán de figuración y le prohibieron ingresar a sus resguardos, a los que ingresó sin permiso a realizar entrevistas de las que dedujo actos ilegales que no corresponden a la realidad, según los gobernadores indígenas.
La señora Maldonado conoció los resultados y conclusiones del Convenio de Cooperación Científica y Tecnológica No. 10F con más de un año de anticipación. De hecho, cita varias veces el estudio en un artículo suyo publicado en el American Journal of Primatology bajo el título “Research and in situ Conservation of Owl Monkeys Enhances Environmental Law Enforcement at the Colombian‐Peruvian Border”, que fue recibido por el Journal el 24 de Agosto 2013 y revisado y aceptado el 15 de diciembre del mismo año. No se sabe como lo obtuvo, pero es claro que tiene acceso y apoyo de las personas que manejan este tipo de información.
Alejandro Gaviria, actual Ministro de Salud, es otro de los que no cree en el trabajo de Patarroyo y lo descalifica: “lleva diciendo lo mismo durante casi 30 años pero esta vez, ¿quién iba a pensarlo?, los medios también le creyeron. Muchas décadas de promesas vanas no parecen haber minado su credibilidad. Las cosas no han cambiado mucho, sin embargo. Chemical Reviews no publicó el mencionado artículo. Ni en enero. Ni en febrero. Seguimos, pues, esperando la vacuna. O al menos alguna noticia sobre la misma. Esta es una historia eterna, de nunca acabar. Al túnel de La Línea, al canal interoceánico, a la navegación por el río Magdalena, a la descontaminación del río Bogotá, tendremos que sumarle ahora la vacuna de Patarroyo.”
El artículo a que se refiere el ahora Ministro en su nota se publicó, debido a trámites administrativos de la revista, el 25 de marzo de 2011 bajo el título ““Structural and immunological principles leading to chemically-synthesized, multiantigenic, multistage, minimal subunit-based vaccine development”. No hubo rectificación alguna por parte del señor Gaviria y no parece que lo haya leído porque no se conoce ningún comentario suyo al respecto, simplemente dejó en el aire la idea de que Patarroyo estaba ofreciendo algo con lo que incumplió. 30 años de investigación continúan deberían ser un ejemplo de constancia y tenacidad, no un argumento para descalificar, producto de un desconocimiento profundo de la investigación y sus tiempos.
La comunidad científica internacional se pronunció favorablemente y ninguno de los pares científicos del mundo tuvo reparos sobre los resultados y conclusiones presentados en el artículo. De hecho, las críticas que recibe Patarroyo provienen de sectores ajenos a la academia y la investigación y se refieren, como en el caso de las múltiples demandas, a hechos que nada tienen que ver con sus resultados científicos sino con las percepciones e intereses particulares de los acusadores, que deben tener alguna importante fuente de financiación para poder cubrir los costos de asistencia a foros internacionales en los que se presenta a Patarroyo como alguien que está más cerca de la cárcel que de la gloria, además de los gastos necesarios para entablar los “innumerables recursos judiciales para que las autoridades colombianas protejan la especie con la que el científico hace sus experimentos”, que también cuestan tiempo y dinero.
Hace años no recibe ningún patrocinio del Estado colombiano, subsiste a medias gracias a un convenio con una prestigiosa universidad colombiana que financia parte de la nómina del personal científico a cambio de aparecer como cogestora de los papers producidos por la FIDIC y a algunos fondos provenientes de una organización de cooperación española. No hay tal gasto de recursos oficiales, esa es una especie que se ha difundido sin que exista ningún informe oficial que lo avale.
Paga arriendo por las instalaciones en las que trabaja porque perdió, por deudas de la Fundación San Juan de Dios, no del Instituto de Inmunología, separado legal y administrativamente de la Fundación pero ubicado dentro de sus predios, los edificios que tenía allí, reinaugurados recientemente por el Presidente Santos y el Alcalde Petro. Perdió también muchos de los científicos mejor preparados y con más experiencia, que fueron rápidamente absorbidos por otras instituciones y países donde la investigación ocupa un renglón importante en sus presupuestos y por eso les pueden garantizar las mejores condiciones posibles para desarrollar su trabajo. Perdió Patarroyo, pero perdió más el país.
Durante el tiempo que el Consejo de Estado tardó en emitir el fallo, varias multinacionales montaron laboratorios en el Amazonas, en las fronteras de Brasil y Perú con Colombia. Se trata de compañías de Estados Unidos y de Europa, que buscan producir una vacuna contra la malaria, utilizando los mismos micos por los que demandaron a Patarroyo.
LAS VACUNAS BIOLÓGICAS
Las vacunas biológicas son costosas, difíciles de producir y de conservar; la humanidad dispone apenas de 15 cuando son más de 500 las enfermedades que podrían prevenirse mediante vacunación. El proceso de fabricación de estas vacunas consiste en matar o debilitar los patógenos que producen las enfermedades e inocularlos a las personas que se van a proteger para que el sistema inmune aprenda a reconocerlos y pueda defenderse cuando lo ataquen. Para que conserven sus propiedades deben mantenerse a bajas temperaturas, lo cual dificulta su aplicación y conservación en zonas carentes de energía eléctrica. A eso y a la falta de vacunas y medicamentos se debe la alta incidencia de enfermedades transmisibles en las áreas más pobres del mundo.
Para la industria farmacéutica no es rentable invertir grandes sumas de dinero en investigación y desarrollo de productos cuya clientela los necesita pero no tiene con que pagarlos, como ocurre con el ébola en África. Solamente la malaria mata una persona cada 30 segundos, niños menores de 5 años en su mayoría, y produce alrededor de 500 millones de casos clínicos por año en el mundo, siendo un grave problema de salud pública sin solución hasta la fecha. Las muertes evitables por otras enfermedades son alrededor de 17 millones anualmente, un costo impagable que podría evitarse si los laboratorios dedicaran una fracción de sus utilidades a la producción de vacunas y medicamentos gratuitos o de muy bajo costo.
Con este escenario en mente Patarroyo emprendió la búsqueda de una solución más barata y con mayor alcance, que permita garantizarles a las personas pobres el acceso a las vacunas y medicinas que de otra manera no tendrían como pagar. Escogió la malaria como enfermedad modélica debido a la velocidad con que se desarrolla, apenas transcurre una semana desde la picadura de la mosquita infectada y la aparición de los primeros síntomas, la facilidad para diagnosticarla, bastan una gota de sangre y un microscopio, es curable y se dispone de una especie de primates con un sistema inmune muy similar al humano: los monos Aotus, vitales para la investigación por ser susceptibles a enfermarse de malaria, razón por la que privarlo de su uso es un obstáculo insuperable para el éxito de su trabajo.
LAS VACUNAS SINTÉTICAS
El desarrollo de vacunas sintéticas, o químicamente hechas, consiste en analizar mediante métodos físicos, químicos, matemáticos y biológicos las miles de proteínas y millones de aminoácidos presentes en el parásito de la malaria, llamado esporozoito en su estadío larval y merozoito en su etapa adulta, para determinar con precisión cuales están involucrados en la invasión a los glóbulos rojos y bloquearlos, cortando químicamente las “manos” con que se adhieren a las células, de esa manera se evita la invasión y el sistema inmune puede reconocerlos y eliminarlos, previniendo la enfermedad. Es un trabajo de vastas proporciones teniendo en cuenta que el merozoito está formado por 5,438 proteínas y cada una de ellas contiene millones de aminoácidos.
El proceso de investigación para este tipo de vacunas es largo, complejo y muy costoso, pero la producción y el almacenamiento son baratos y no requieren cadena de frío, una de sus más importantes ventajas, lo que las hace disponibles en cualquier zona del mundo. Además, al no introducir en el organismo los patógenos completos sino partes reconocibles de este, el sistema inmune de los vacunados adquiere la habilidad para identificarlo y rechazarlo, sin llegar a padecer ninguna forma, ni siquiera leve, de la enfermedad, como ocurre con las vacunas biológicas.
No se trata de únicamente de desarrollar una vacuna contra la malaria u otra enfermedad específica, sino de crear una metodología que permita producir vacunas contra cualquier enfermedad, a bajo costo y con características de estabilidad y conservación que faciliten su disponibilidad en cualquier lugar del mundo.
Un péptido candidato a vacuna está formado por una cadena de aminoácidos, cada uno identificado con una letra, una especie de alfabeto de la vida, con el que se pueden escribir millones de “palabras” químicas distintas, de la misma manera en que con las letras del alfabeto se pueden escribir todas las palabras que se desee. Al cambiar el orden de las letras se obtienen péptidos con propiedades diferentes, que deben probarse uno a uno para verificar su potencial como vacuna, lo cual explica el tiempo que toma completar una investigación como esta.
LOS RESULTADOS DE LA INVESTIGACION
El 25 de marzo de 2011 Patarroyo y dos de sus principales colaboradores publican en la revista Chemical Reviews, un artículo llamado “Structural and immunological principles leading to chemically-synthesized, multiantigenic, multistage, minimal subunit-based vaccine development” en el que definen las reglas que se deben seguir para producir vacunas sintéticas. Este paper es el resumen de 360 artículos científicos publicados previamente en revistas especializadas del mundo, durante más de 35 años de investigación continua. Es el camino que siguen hoy casi todos los grupos que investigan vacunas, con una diferencia importante: mientras Patarroyo ha invertido alrededor de 40 millones de dólares en 35 años de trabajo, para producir la vacuna RTS,S, por ejemplo, GlaxoSmithkline, dueña de la patente, ha invertido 500 millones con resultados similares a los alcanzados por Patarroyo hace 20 años. 200 millones han sido aportados por la Fundación Bill & Melinda Gates y el resto por la misma GSK.
Las vacunas producidas por Patarroyo cuestan 20 centavos de dólar por dosis, unos 480 pesos colombianos, la otra, según sus promotores, se espera que cueste unos 6 euros, 16500 pesos, una suma extravagante para quienes malviven con menos de un dólar al día.
Patarroyo rechazó 74 millones de dólares de un laboratorio farmacéutico y donó la patente de la SPf66 a la Organización Mundial de la Salud, OMS, con el objeto de que se pudiera producir y distribuir gratuitamente, pero la organización decidió archivarla porque no alcanzó niveles de protección que juzgó suficientes en lugar de apoyar la realización de nuevas pruebas que permitieran aumentar su eficacia.
Por eso, durante los últimos 20 años, Patarroyo se enfocó en refinar y pulir la SPf66 y la metodología de producción para producir COLFAVAC, la nueva vacuna contra la malaria, capaz de proteger contra el parásito en cualquiera de sus estadíos, con un nivel de protectividad cercano al 85%. La RTS,S de Glaxo protege, en teoría, durante el estadío inicial de la infección y se advirtió sobre episodios de meningitis y convulsiones asociados a su aplicación.
MITOS Y REALIDADES
Uno de los comentarios que se escuchan con más frecuencia es que Patarroyo no ha hecho nada en 35 años. “Ha gastado mucha plata pero no ha sacado ninguna vacuna”, dicen. La SPf66 producida por él es la primera vacuna químicamente hecha en el mundo y la primera contra un parásito. Cambiar la idea sobre como hacer vacunas, vigente desde Louis Pasteur, hace más de 100 años, es un logro que ningún otro científico antes de Patarroyo consiguió.
“Solo funciona el 30%”, dicen algunos. Si se vacunara a toda la población que se enferma de malaria, 500 millones de personas por año, significaría que por lo menos 150 millones de ellas estarían protegidas y que muchos no morirían. Desde el punto de vista ético y humano, una sola vida salvada sería suficiente para emplearla, pero hay consideraciones de tipo económico, político y estratégico que dificultan su utilización.
“Si el trabajo de Patarroyo fuera bueno, Bill Gates le daría plata para trabajar”, dicen. Quien pone el dinero pone las condiciones, dice Patarroyo. No voy a vender nada después de 35 años de mantener con mucho esfuerzo mi independencia, mis criterios. Es un camino más largo y difícil pero es el que permitirá salvar más vidas en el futuro. No hay negocio para nadie, a la vida no se le puede poner precio, afirma.
No puede catalogarse como fracaso la producción de una parte significativa de la producción científica nacional, el diseño de una metodología lógica y racional que permite la producción de vacunas de bajo costo que salvarán millones de vidas ni la formación de un número importante de Doctores y Magister que son un activo valioso no solo para la FIDIC sino para el país. El fracaso está en la mente de quienes se oponen, por razones diversas, a la culminación de un trabajo que por el simple hecho de ser pionero en el mundo merece el respeto de todos los colombianos como lo recibe de la comunidad científica internacional. Con excepción del premio Nobel, Patarroyo ha recibido todos los reconocimientos y premios a que un ser humano puede aspirar, sería absurdo suponer que quienes otorgan estas distinciones son ignorantes, manipulables o tontos y que le temen al poder de Patarroyo.
No hay controversia científica sino personal. Nunca se ha refutado científicamente la manera que plantea para producir vacunas sino el uso que hace de los micos, si asiste o no a reuniones sociales o la frecuencia con que aparece en los medios de comunicación.
La revista Nature, una de las publicaciones científicas más importantes del mundo informa que un compuesto denominado eCD4-Ig, ofrece una “muy fuerte protección” contra el VIH, basándose en un experimento realizado con monos. “La experimentación realizada con macacos mostró que la sustancia, inyectada en una sola vez, era capaz de proteger durante al menos ocho meses del equivalente del sida para los simios”.
Es hora de que los colombianos entendamos que hay intereses diferentes a la preservación de la salud y la vida humanas aunque para defenderlos se invoquen otras causas, como la defensa de los recursos naturales y la protección de los animales, que siempre se han utilizado y se utilizarán porque sin ellos no es posible avanzar en el descubrimiento de las vacunas y medicamentos que se necesitan con urgencia.
La diferencia está, probablemente, en que vacunas como la del VIH disponen de un mercado prometedor en países del primer mundo mientras otras, como la de la malaria y el ébola, afectan a personas que no tienen capacidad de pago y por eso no se investigan con la velocidad y eficacia que se debería. Resulta mucho más rentable vender los tratamientos para la gente enferma que evitar la enfermedad.
Fernando Márquez