Los datos son contundentes y los resume, entre otros, Saúl Pineda, quien fue viceministro de Desarrollo Empresarial en el Gobierno Duque:
- antes de la pandemia, en 2018, la canasta exportadora de Colombia estaba compuesta en un 63.3 % por productos minero-energéticos, 17.3% agrícolas y 19.2% manufacturas de baja complejidad tecnológica, esto es, exportamos bienes primarios sin mayo valor agregado;
- las exportaciones colombianas, como proporción del PIB, hoy siguen representando los mismos niveles que teníamos en 1960;
- el sector externo (importaciones más exportaciones) pasó de significar el 30,5 % del PIB en 1960, a solo 33,7 % en 2020, a pesar de la apertura y los TLC (en Corea del Sur ese sector es el 85 %);
- lo poco que crece Colombia es por usar más tierra y mano de obra barata, no por ganar en eficiencia o por usar conocimiento: la productividad de los factores cayó 15% entre 1990 y 2021;
- en ese mismo lapso la tasa de desempleo se ha mantenido por sobre los dos dígitos, esto es, dos puntos mayor al promedio de América Latina;
- y la tasa de informalidad (empleo vulnerable) ha estado por encima del 45 %, es decir, 10 puntos superior al promedio de América Latina. Peor no puede ser el resultado.
Hace 30 años se creó el Ministerio de Comercio Exterior, hoy Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, MinCIT. (El primer ministro fue Juan Manuel Santos, quien me invitó a trabajar en ese despacho –porque yo manejaba ese tema en el DNP–, pero terminé escribiendo un libro crítico del modelo de apertura finalmente adoptado y yéndome para la U Nacional). Desde entonces se aceleró el cambio en el modelo de desarrollo colombiano: pasamos de aplicar políticas proteccionistas para la industrialización, a privilegiar la apertura comercial y los Tratados de Libre Comercio, TLC.
La política neoliberal, aplicada desde entonces en el MinCIT –con algunas oscilaciones en tiempo de pandemia–, prometía que sometiendo a las empresas nacionales a la competencia abierta de los bienes y servicios producidos en el resto del mundo, a menores costos, con mejor tecnología y con mayores subsidios, el aparato productivo nacional iba a ser más eficiente (choques de oferta), se especializaría en los bienes y servicios donde tenemos ventajas comparativas, nos insertaríamos en las cadenas de valor internacional donde somos más competitivos y, de paso, los consumidores colombianos sería los gran beneficiados. Los costos sociales y empresariales de la destrucción de los sectores no competitivos se suponían marginales e inevitables. En el caso del sector agrícola, con “Agro ingreso seguro” se palearía el ruido de los perdedores.
Quienes conocíamos los textos del economista chileno Fernando Fajnzylber (Industrialización en América Latina: de la ¨caja negra¨ al ¨casillero vacío, Cepal, 1989, entre otros), sabíamos que ese modelo estaba condenado al fracaso, lo escribimos entonces y hoy lamentablemente los resultados confirman nuestros asertos.
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Quienes conocíamos los textos del economista chileno Fernando Fajnzylber sabíamos que ese modelo estaba condenado al fracaso
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Más importante aún, Saúl Pineda acaba de publicar un valioso libro, Un futuro para el olvido. Las políticas públicas entre la pandemia y la indignación donde, con la diplomacia y elegancia que le es propia, confirma una vez más que el abandono de una política activa de industrialización ha conducido al MinTIC a ser objeto de presiones insostenibles de sectores empresariales y políticos rentistas, nacionales e internacionales, con muy pobres resultados en las políticas públicas. Él lo dice en lenguaje críptico y con recursos frecuentes a la literatura y aún a la poesía, pero bien leído ese es el mensaje.
A la próxima ministra o ministro de Comercio, Industria y Turismo, yo le recomiendo que antes de leer el informe que preparamos quienes participamos del equipo de empalme en el MinCIT, en representación de Gustavo Petro y Francia Márquez, se lea en detalle y entre líneas el libro de Pineda.
Y ahora ¿qué sigue? Saúl recomienda “construir sobre lo construido”, lo que es un tópico interesante y casi obvio. Pero la apuesta que ganó el 19 de junio pasado tiene además un mandato explícito: ejecutar una política para recuperar la industrialización truncada; promover la generación de empleo productivo y digno; estimular la creación de valor a partir del conocimiento y la innovación, no mediante el extractivismo minero-energético; proteger la naturaleza y toda forma de vida; y consolidar la paz.
En el MinCIT existe un inmenso recurso humano con conocimientos e información valiosa. El empresariado colombiano ya leyó el nuevo mensaje nacional que encarna “Colombia potencia mundial de la vida” y de seguro está dispuesto a sumarse, aunque lo hará con reticencias que deben ser entendidas y valoradas. Pero a la construcción de la política pública de reindustrialización deben llegar nuevos actores sociales y políticos, no para desplazar sino para ser por fin incluidos. Los trabajadores, los campesinos, los pueblos étnicos, las regiones marginadas, y no solo la tecnocracia prepotente, como la señala Pineda, de seguro participarán ahora del rediseño institucional del Ministerio y de la nueva política pública.
Un ejemplo al canto: el turismo en el gobierno Petro-Márquez se disparará, al ritmo que se consolide la paz integral. El mundo quiere conocer nuestra inmensa riqueza en diversidad cultural y ambiental, solo si hay paz y seguridad. Pero el galimatías institucional vigente en el MinCIT diluye y refunde los recursos presupuestales para el turismo, a nivel tal que los resultados son tan mediocres como en el caso de las exportaciones de bienes. Y las comunidades prestadoras de servicios turísticos no se han empoderado, siendo apenas objeto de precariedad laboral y de los conocidos costos de algún turismo depredador. Eso tiene que cambiar.
Posdata: La historia política e institucional de Colombia ya cambió y para siempre. Francia Márquez, Leonor Zalabata, Patricia Tobón, Luis Gilberto Murillo, Giovani Yuli, y los nombramientos que vienen, harán por fin realidad el reconocimiento de que este país es multicultural, pluriétnico e incluyente. ¡Gustavo Petro echó a andar la Constitución de 1991!