Con su notable rezago el grupo de países latinoamericanos que participa en el Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes, PISA, da cuenta del fracaso educativo de la región y del fraude social que le han hecho las clases dirigentes y, en particular, las que manejan y han manejado los estados. Este programa trianual de la OCDE se estableció en el año 2000 para evaluar, en escala comparativa internacional, en qué medida los jóvenes de 15 años tres meses a 16 años dos meses han adquirido conocimientos y habilidades en comprensión de lectura, matemáticas, ciencias naturales y resolución de problemas prácticos acordes con las necesidades de la sociedad del siglo XXI. Quince años es una edad en que ya se han formado los hábitos básicos de aprendizaje. Si, por ejemplo, estos son de enciclopedismo superficial y base memorística, habrá poco que hacer. Semejantes hábitos se llevan a lo largo de la vida, incluidas las cohortes que llegan a la universidad. Situación patética y generalizada en el país.
Colombia, que ha participado en Pisa 2006, 2009 y 2012, siempre ocupa los últimos lugares de las tablas, salvo en el asunto de la felicidad que sienten los estudiantes en sus escuelas y colegios; ahí el país marcha con los delanteros.
Los resultados de PISA sugieren que un participante colombiano promedio estaría cinco grados escolares abajo en Shanghái, como si fuera un niño de 10 años. Del universo de estudiantes colombianos que se presentaron a las pruebas en 2012, solo tres en mil tuvieron desempeño superior en matemáticas y comprensión de lectura y solo uno en mil en ciencias; en el otro extremo, los participantes colombianos que ni siquiera alcanzaron el nivel básico, tenemos el 74 % en matemáticas, el 56 % en ciencias y el 51 % en comprensión de lectura. En solución de problemas prácticos los colombianos fueron coleros absolutos y registraron la mayor diferencia por género.
Los resultados de PISA son consistentes a lo largo del tiempo y en relación con la geografía: Asia arriba, seguida de cerca por Europa; cierto rezago relativo de Estados Unidos y rezago apabullante de América Latina. Si Colombia empezara a aplicar desde ahora políticas remediales adecuadas tomaría más de 30 años alcanzar a los punteros.
Quedan incógnitas que el Ministerio de Educación deberá despejar. ¿Con qué métodos y cómo se escoge la muestra representativa del país? Ciertos índices de los resultados, como el salario de los maestros en relación con el ingreso por habitante del país, parecen poco creíbles, por ejemplo. Tan importante como el atento estudio de estos resultados y las metodologías de PISA debiera ser el debate público que intensifique el grado de conciencia ciudadana frente a la educación y logre comprometer a los gobiernos a emprender políticas educativas pertinentes.
Una consigna de PISA, apropiada para este tipo de pruebas, que excluyen humanidades, artes, ciencias sociales, dice que “la educación de hoy es la economía de mañana”. Es evidente la relación histórica entre las dos, educación y desarrollo. Si pensamos brevemente en la historia colombiana veremos un avance lento y luego acelerado de la alfabetización y la educación primaria, acorde con el desarrollo nacional. En el siglo pasado se basó en el café que aceleró la urbanización y apoyó un débil sector industrial y un heterogéneo y amplio sector de servicios, de los cuales provinieron las demandas por educación. Las ciudades son artefactos sociales que siempre la exigirán. Eso pasa ahora cuando entramos al extractivismo minero, de la palma y soya. Como el café, el sector por sí mismo no requiere desarrollo educativo, pero la sociedad colombiana sí. En cualquier caso, valga subrayar que exportamos productos intensivos en trabajo poco calificado y naturaleza (suelo, subsuelo, aguas) a países que nos llevan mucha delantera educativa.
Creo que ha llegado el punto de desenmascarar el fraude social y proponer agendas educativas radicales. Por ejemplo, establecer la obligatoriedad de la enseñanza hasta un grado 12. Establecer la gratuidad de la enseñanza en todos los ciclos, de preescolar a los doctorados, en los establecimientos públicos con base en criterios de equidad social que no tienen por qué estar reñidos con la eficiencia. Adicionalmente debiera estandarizarse una calidad equivalente a la de los mejores planteles del mundo, comenzando por la educación básica hacia arriba. Políticas semejantes no son de corto plazo; no son tema para manosear en campañas electorales; no se vale empezar a repetir como cotorras qué han hecho chinos o coreanos; suizos u holandeses, países que ofrecen experiencias importantes. Pero, precisamente por estar en un mundo globalizado, el contexto social, cultural e histórico de Colombia es el punto de partida ineludible para construir una educación propia de la sociedad abierta, democrática, igualitaria. Para construir un sistema de educación de cara al futuro, menos fraudulento.