No había dado mis primeros pasos cuando ya las personas a mi alrededor auguraban un futuro brillante, quizás médica, profesora o veterinaria. La presión se sembró desde el primer día de jardín. Todo se reducía a la frase “hay cosas que tienes que cumplir”. Por ende, siempre me esforcé por esa gran promesa de “éxito” que vendría después para mí.
El colegio transcurrió entre felicitaciones y condecoraciones, pero todo tambaleó un poco cuando decidí estudiar una carrera de esas que son conocidas como “basura”. De hecho, recuerdo el rostro de asco de un conocido cuando le conté mi elección y las palabras que pronunció después de su gesto: “Puedes estudiar eso y luego una carrera de verdad”.
Al llegar a la universidad, yo aún creía en la promesa de éxito. Participé en cada cosa que podía, porque, claro, todo cuenta como “experiencia”. Mi autoproyecto de prosperidad me llevó a exigirme demasiado a mí misma. No dormía, no comía y no descansaba casi nunca. El presente se me pasaba porque me habían hablado tan bien del futuro que tenía un pie más allá que acá. Y no era solo yo, las conversaciones con mis conocidos se reducían a lo mismo: “Me exijo para tener un futuro prometedor”. Sin embargo, cuando estuvimos a puertas del futuro, nada pasó.
Nos enfrentamos a un panorama desolador. Para empezar, las ofertas de empleo son reducidas. Al inicio creí que se trataba de mi carrera “basura”, pero al preguntar a mis conocidos que tenían esas carreras “de verdad” la respuesta fue la misma. En Colombia no hay garantías para casi nadie, y lo peor es que todo el empeño que pusimos en nuestro autoproyecto solo nos lleva a la sensación de fracaso. ¿Cómo es posible que con vientitantos nos sintamos tan frustrados?
