Como un homenaje a aquellos fotógrafos que a pesar del desarrollo de las nuevas tecnologías a través de las cuales hasta los niños toman fotos utilizando celulares u otros dispositivos, el director de Proclama Junior, Juan Nicolás Luna Galarza, entrevistó a algunos personajes de Santander de Quilichao y de Popayán quienes en los nuevos tiempos persisten en su oficio, por la fuerza de la costumbre, aún utilizan telones, caballitos de madera, el sobrero de charro, disfraces, y animales como llamas y caballos poni para realizar su trabajo en emblemáticos lugares como el parque Francisco de Paula Santander en Quilichao y el parque Caldas en Popayán.
La fotografía tradicional que se hacía con rollo o película de acetato, inclusive la ya desconocida foto agüita, dejó su evidencia en los álbumes de nuestros abuelos, que todavía existen. En esos viejos recuerdos vemos los personajes antiguos de cada región, fotos ajadas sobre el desarrollo de las ciudades y el cambio del paisaje rural con las instalaciones de vías férreas, estaciones del ferrocarril y celebraciones de fiestas tradicionales.
Aquellos fotógrafos de parque fueron los encargados de registrar durante el siglo pasado los eventos sociales más sobresalientes de cada pueblo, lo mismo que los eventos noticiosos que cubrían para gran parte de la prensa local y nacional.
En aquellos lugares simbólicos de Santander de Quilichao y Popayán, aún se encuentran fotógrafos ambulantes, incluyendo a uno que lleva el estudio al parque Caldas. Es el de la foto agüita.
En el parque principal de la ciudad de Popayán, al lado de la estatua del sabio Caldas, existe aún un exponente del arte de la fotografía de parque o foto agüita, como se conoce popularmente esta tradición. Se trata del señor Gilberto Hernández, quien desde 1970 ha desempeñado este trabajo, con la misma cámara con la que empezó, siendo testigo de muchos de los acontecimientos que han sido determinantes para esta ciudad.
La máquina es un rústico cajón de madera, sostenido por un trípode, que a la vez es cámara y laboratorio, lo que permite entregar las fotografías un momento después de haberlas tomado. El interior del cajón funciona como cuarto oscuro. En él el dueño mantiene el papel y los químicos.
El cliente se sienta o hace la pose que se le antoje, libera su fantasía, delante de un decorado con aire antiguo. De pronto le dice el fotógrafo: ¡quédese quieto! Y cuenta: 1, 2, 3… Le quita la tapa al lente y… ¡listo! En menos de cinco minutos, luego de un proceso de revelado y de fijación de la foto al papel, el negativo no sale en acetato sino en papel fotográfico. De lavarlo en un balde que el fotógrafo tiene a su lado sale el nombre de foto agüita. Tras colocarle unas plantillas y volverlo a revelar, estará lista la foto en positivo, la foto final, que puede ser en blanco y negro o en sepia, estilo daguerrotipo.