Tiempo del álbum familiar: fotografías en blanco y negro. Vendrían luego las fotos en colores. Actualmente las fotos se hallan en el celular o en el computador. El invento (1826) de Louis Daguerre de las placas de plata iodada y expuestas a la luz en la cámara oscura, sometidas a vaivén bajo una iluminación adecuada, se han diluido en el tiempo.
En el álbum familiar hay instantes de la familia, la mujer amada, los amigos. Recuerdos, afectos, tiempos idos. La foto de la primera comunión. Y con el tiempo la foto de “la tarjeta de identidad postal”. Curiosa tarjeta bilingüe español-francés. Y la fotografía se acercaba a la obra de arte, pues el fotógrafo tenía algo de artista.
Un día fui a la oficina postal a sacar la tarjeta de identidad. Y para ese documento llevé las fotos que me había hecho tomar con el fotógrafo de alma de artista. La tarjeta de identidad sirvió por varios años. Pero necesitaba una nueva identificación: la libreta militar. Una nueva identidad que luego fue acompañada por la cédula de ciudadanía. También para esos documentos llevé las fotos. Adquirí desde entonces la denominación de ciudadano, pues esos documentos me daban identidad e igualdad. Mas con el tiempo se cambió la cédula. Si mal no recuerdo también llevé las fotos.
Y a la entrada de los edificios ya públicos o privados se me pedía la cédula y por temor a que se me perdería saqué una copia. Sin embargo, un día se me perdió la cédula original. Entonces fui con las fotos y para mi sorpresa me quedé con ellas y el negativo, dado que un fotógrafo de oficio me tomó la foto que aparece en la cédula. La foto no se parece a ninguna de los anteriores que había llevado para que se hiciera posible el documento. Es una foto despersonalizada, hecha por la rutina del funcionario. La cédula lleva la huella del índice derecho que, entre otras cosas, se diluye con la edad o por cuestión de oficio. Además, tiene el código de barras, marcas dizque para la seguridad electoral.
Así para entrar a cualquier oficina pública se exige el documento de identidad. Y en la sede de las instituciones públicas o privadas se exige la identificación por cuestiones de seguridad, como si ese documento hiciera inmune; en otras palabras, ausencia de riesgo o la confianza en algo o alguien. Pero un buen día, en la calle, me pidieron que me identificara, yo solo llevaba el celular. “La cédula hay que llevarla como los huevos”. En ese momento me convertí en “indocumentado”. Llamé a alguien cercano para que me llevara el documento. Al mirarme en la foto me sentí tan extraño, no me reconocí. En la foto tengo la facha de cuatrero, según un amigo.
Bastante curiosa la fotografía, el invento de Daguerre, que hizo posible el realismo. En la actualidad la foto no envejece y la identidad es el número de la cédula. La individualización pasó del realismo de la fotografía a algo abstracto como el número, una abstracción que representa una cantidad, la más pobre de la realidad.