Hace décadas Tumaco era conocida a nivel nacional e internacional por la proeza de sus deportistas, especialmente futbolistas en todas las especificaciones, que siempre engalanaron con su innata alegría y gambeta las mejores contiendas deportivas donde quieran que se presentaran. Pero antes, también fue un eje central de comercio de tagua, coco y otros productos tropicales, siendo el fuerte de la economía nariñense.
El susurro del oleaje, los vientos de occidente y el tallado de sus manglares fueron bastiones de orgullo y cuna de su noble folclore; madre de deportistas, tierra de escritores y poetas, que con su romántica y delicada canción intentan entretejer lo más sensible de la túnica verde de la prometedora esperanza. Aunque las sirenas de la muerte se inserten en la cultura, la dignidad del tumaqueño prevalecerá hasta encontrar el horizonte extraviado.
De esa tierra del hombre bueno, como traduce "tumatai", casi no queda nada. Como si fuera una maldición la que afronta la Perla del Pacífico, todos sus atributos hoy se han invertido, permitiendo que la desidia y afán por lo ajeno embarguen los corazones y las mentes hasta de quienes portan la esperanza de los ancestros tumaqueños. Ese mandato, prioridad para sus fundadores, hoy se transgrede paulatinamente, conllevando las ilusiones a una rutina por el limbo de lo inexplicable.
No se puede desconocer que el desorden sociopolítico empieza por casa. Es inentendible que la gente insista en elegir gobernantes que fácilmente sean tentados por la ambición y mafias, traicionando el interés popular, hechos que se traducen en apatía y desconfianza de los mismos electores. No se queda atrás la responsabilidad de los gobiernos departamentales y nacionales quienes intentan fraccionar la violencia con paños de agua tibia, coadyuvando a la profundización de un conflicto que lastima a buenos y malos, con la diferencia que el bandido siempre está a la defensiva, mientras los nobles adolecen de protección convirtiéndose en presa fácil de cañón.
Los reiterados incidentes como voladura de torres eléctricas y oleoducto trasandino, se suman a otras tragedias como el desbordante desempleo que supera el 80%, atendido peligrosamente por el narcotráfico, flagelo que sutilmente hurta la vida de cientos de morenos de ‘pelo quieto’, dejando a su paso desolación y desesperanza. Es aterrador escuchar frases como, “aproveche mijo su cuarto de hora, de lo contrario llega la ‘pelona’ y se lo carga sin haber disfrutado”, corroborando la petrificación de una cultura mafiosa que socava la legalidad y conlleva a la pobreza integral de los hijos del mar.
No queda sino fortalecer el espíritu, pero el de la revolución social, con el objeto de engendrar anhelo de un mejor vivir. Este puerto con envidiable ubicación, obliga a la sensatez ética, social, económica y cultural a salvaguardar lo más preciado del ser humano, la dignidad, única herramienta para romper el paradigma de la mala hora. Por esta época muchos candidatos presidenciales arriban a la costa llevando discursos de ‘esperanza’ a sus pobladores, la mayoría sin hacer un análisis concienzudo de la real situación de la isla.
Pero lo irónico es escuchar a muchos tumaqueños defender posturas requeteprobadas cómplices directas del debacle costeño. Aunque los aspirantes nunca han sido presidentes, muchos de ellos provienen del mismo grupo que ha gobernado al país por años, garantizando desde ya que sus pupilos van por el mismo sendero, el que es trazado desde el corazón empresarial. Porque la consigna es clara: primero cuidar los intereses capitalistas luego atender las necesidades del pueblo.
La última marcha realizada en Tumaco prueba la urgencia de los habitantes de frenar la violencia en todos sus sentidos. Un pueblo que en este periodo constitucional lleva dos alcaldes destituidos y un lastre de ser el municipio más corrupto de Colombia, muestra su desespero por tantos vejámenes y exige al país y al mundo volcar las miradas solidarias con efectiva correspondencia. Sarcásticamente la tierra de los ‘tumatais’ hasta la fecha solo es una rampa de aterrizajes de funcionarios de todos los calibres, portadores de chalecos e insignias públicas, carentes de responsabilidad, compromiso y solvencia.
El incremento de fuerza pública y arrecio de las agrupaciones narcotraficantes ponen más candente el ambiente, provocando absoluto caos y zozobra en los moradores. No sé qué espera el gobierno para empezar a atacar de raíz estos factores bélicos, donde las causas están claras, lo que no lo están son las acciones institucionales, simplemente se camuflan en culpabilidades secundarias, que nunca facilitarán la recuperación de la comunidad costeña.