Bonita polémica quisieron armar porque el partido de la rosa asistió al foro de Sao Paulo. Un foro de partidos y movimientos de izquierda, democráticos y progresistas de América Latina y el Caribe, al cual concurren estos desde distintos países, con el objeto de exponer e intercambiar ideas en torno la situación económica, social y política de nuestro agitado continente.
No se adoptan decisiones que tengan aplicación práctica inmediata, o que afecten las economías o la condición social de centenares o miles de millones de seres humanos, como sí ocurre cuando se reúnen los integrantes del Fondo Monetario Internacional, el Foro Económico Mundial, el club Bilderberg, la OCDE o tantos otros espacios de intercambio del gran capital internacional.
Allá sólo se expresan opiniones y se resaltan las coincidencias y diferencias en torno al estado de las luchas populares en el continente. No se trazan planes de acción, no se fijan políticas generales o particulares. Simplemente se tira corriente, se conocen las experiencias de los demás, se comentan las propias, se manifiestan los anhelos y se comparten los sueños.
No creo que asistir al foro signifique un estigma, o que pueda ser reprobado por alguien. A menos que ese alguien sea un fanático, un intolerante que se escandaliza porque otros se reúnen a hablar sobre temas que no son de sus simpatías. En un planeta de más de siete mil millones de habitantes resulta apenas normal que existan incalculables diversidades. Todas merecen respeto.
Lo que parece irritar sobremanera a los críticos es que allá se hable de socialismo, de alternativas al modelo neoliberal, de un mundo mejor y más justo. Como si dar rienda suelta al pensamiento social fuera un enorme atentado. Como si existiera una regla inviolable en el campo universal, decretada por quizás qué poder omnipotente, que prohibiera mencionar ciertos temas.
La humanidad en su conjunto marcha hacia un destino, que, tal y como señalan la mayoría de los expertos, no pinta nada agradable. Circulan numerosas películas que describen un mundo caótico, en donde la inmensa mayoría de los seres humanos se han convertido en zombis asesinos, que buscan comerse vivos a los afortunados que no han adquirido la extraña enfermedad.
Imaginaciones de guionistas que se corresponden con informes científicos. El aumento de la temperatura terrestre, el agotamiento de recursos vitales como el agua, la extinción acelerada de numerosas especies animales y vegetales, las guerras, son fenómenos reales que ponen en peligro la vida en nuestro planeta. Y son productos de la depredadora explotación capitalista.
Es justo que los perdedores, los que no participan de las fabulosas ganancias del fracking o de la gran minería que destruye la naturaleza, se pregunten qué hacer para evitar la catástrofe. Las desigualdades sociales en nuestro continente son escandalosas. En un país como el nuestro se tiene que aprender a convivir con una violencia criminal que golpea a los más pobres.
La delincuencia común, los atracos, los rompevidrios, los robos a las viviendas crecen paralelas a la miseria y el abandono, a la falta de oportunidades, a la discriminación y la inequidad. Y todas esas son taras del sistema que impone la ganancia como el principal valor social. No veo por qué reunirse a discutir el tema y proponer posibles salidas merezca desprecio o burla.
Existe un viejo ideal socialista, que plantea una sociedad sobre valores humanistas,
en la que la vida valga más que el dinero,
en donde todos los seres humanos vivan como hermanos
Existe un viejo ideal socialista, que plantea una sociedad edificada sobre valores humanistas, en la que la vida valga más que el dinero, en donde todos los seres humanos vivan como hermanos. Un poco parecido al ideal cristiano de una vida feliz en el más allá, con la diferencia de que se trata de un mundo feliz aquí, antes de morir, un reino de amor y de justicia.
Estamos conmemorando el bicentenario de nuestra independencia. Y resaltamos a los grandes próceres, el primero de ellos Simón Bolívar. Cualquiera que haya leído su pensamiento sabe que murió frustrado por no ver realizados sus sueños de igualdad social, justicia y libertad, en una gran nación independiente y soberana. ¿Por qué seguir su ideal resulta condenable?
De pronto reconocerse como socialista y bolivariano se asemeja a una gravísima herejía. Mucho más si lo hacen numerosos partidos y movimientos del continente, precisamente en la Venezuela de hoy. Y peor todavía si el partido que dejó las armas para librar una lucha pacífica por sus ideas, expresa sus simpatías por esas causas, que entre otras cosas el poder tacha como vencidas.
Experiencias libertarias ha habido muchas en la historia, aplastadas como la de Espartaco por el gran imperio. Eso no les quita la razón. En el largo camino hacia la libertad hay victorias y derrotas, de ellas se aprende, de cada una se recogen enseñanzas. Y no precisamente para repetirlas, sino para corregir rumbos y hacerlas mejores, así se teje la historia.
Qué desgracia sería que el uribismo fuera la única verdad establecida.
Publicada originalmente el 2 de agosto de 2019