Caminando por la avenida Primera de Riohacha, en La Guajira, el poeta Víctor Bravo me preguntó si veía alguna relación entre las palabras corrosión y corrupción.
No se trató de una epifanía wayúu ni mucho menos de una iluminación filológica. La pregunta vino luego de mostrarme los restos del gimnasio (ni bio-ni saludable), de esos que se repiten en parques y solares, ubicado detrás de la oficina de turismo y a unos cuantos metros de la sede de la Gobernación.
En aquel momento, atiné a decir que ambas destrozan lentamente, pero la respuesta pareció muy simple ante los restos observados. Ambos, luego, nos entretuvimos tomando fotografías a las diversas formas de la corrosión en esas máquinas que, por supuesto, ya nadie usa, pero siguen allí para que a un poeta se le ocurran preguntas inspiradoras.
Luego, nos dispusimos con sosiego, a construir otras posibilidades.
A corrosión como a corrupción se le antepone el artículo la. No se trata de una propuesta exclusivamente femenina sino de una coincidencia de género. En el Diccionario de uso del español de María Moliner, las separan nueve palabras: corrosivo, corroyente; relacionadas con corrosión; corruco, una pasta de almendra; corrugación, corrugado, corrugar, todas ligadas a algo que se dobla, se tuerce, se arruga. Sigue córrugo, cause, acequia; aparece corrulla, compartimiento de las jarcias en las galeras; y finalmente corrumpente, aplicable a lo que se corrompe, a lo que se pervierte. Podría decirse “máquina corrumpente” como las de no hacer ejercicios en Riohacha. Y así llegamos a la palabra corrupción.
Víctor me pregunta si habrá mejor monumento a la corrupción que unas máquinas en corrosión. Corrompidas, propias de una sociedad corrupta, llena de corruptela, en la que la corruptibilidad es alta; de dirigentes corruptibles, que actúan corruptamente. El poeta estaba inspirado.
La corrupción corroe tanto como la corrosión y hasta más peligrosa, me dice Víctor. “Las máquinas ni la sienten, pero cada vez que alguien pasa con la idea de hacer ejercicios y no puede, algo por dentro de le tuerce a uno”, dice el poeta, mientras sorbe, desconcertado, un espeso jugo de guanábana. Y comienza a detallar, las formas de la corrosión grabadas en las máquinas de la avenida Primera de Riohacha.
“Estas máquinas llenas de corrosión, están por todo el país, no es un asunto solo de Riohacha… como la corrupción, compadre”, remata certero el poeta.
Fotos: David Lara Ramos