¿Formar patriotas o ciudadanos del mundo?

¿Formar patriotas o ciudadanos del mundo?

"Se requiere trabajar, educar y fomentar un dualismo patriota-cosmopolita, con conocimiento local-global y afianzar la particularidad sin perder la pluralidad"

Por: José Darwin Lenis Mejía
julio 23, 2018
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¿Formar patriotas o ciudadanos del mundo?
Foto: Pulkstenis - CC BY-SA 3.0

Al parecer una de las pocas cosas que nos hace sentir un fervor profundo por el país es el triunfo de la selección colombiana de fútbol. Ningún otro hecho que no sea deportivo logra tal sentido de patriotismo expresado en amor por los colores de la bandera, entonar el himno nacional, reconocer la plurietnia y despertar tanta confluencia social e interés patrio.

Para el caso del pueblo estadounidense, la filósofa Martha Nussbaum explica que el patriotismo es una expresión cultural y política que le da relevancia a la pertenencia única a los EE.UU. como Estado-nación, principalmente, pero también a la pertenencia a un grupo singular en términos de intereses, cultura o sentido de la vida. De esta forma en la educación norteamericana el patriotismo está afectado de altos índices de provincialismo y por el desconocimiento de otras culturas y sociedades, situación que imposibilita un mayor humanismo ciudadano hacia los extranjeros.

Eso lo sabe y aprovecha bien el presidente Trump para trazar políticas antiinmigrantes. Ahora es común escuchar frases como “América Primero”, "Recuperaremos nuestros trabajos", "Recuperaremos nuestras fronteras", "Recuperaremos nuestra riqueza", "Recuperaremos nuestros sueños" o la clásica “seguiremos dos simples reglas: comprar productos de EE.UU. y contratar estadounidenses". Esta idea de mucho arraigo en el “estadounidense raizal” es egoísta y xenófoba, porque anula la valoración de otras culturas y lo que a estas les sucede.

Por ello, para los gobernantes norteamericanos si no hay afectación directa de su país y su gente dicen no interferir. Solo en casos de terrorismo, calentamiento global, drogas ilícitas, inmigración o la conveniencia geopolítica de un territorio promueve algún tipo de intervención e interés por fuera de sus fronteras. En este sentido, la muerte de los líderes sociales, la corrupción, la guerra interna, los desplazados y en general el incremento cada vez más de víctimas y de mayores pobrezas en el país son insignificantes para el gobierno de EE.UU.

Sin embargo, pensar en “instalar” un fuerte patriotismo en Colombia significa superar los odios históricos, los fanatismos partidistas a ultranza, los egoísmos y las arbitrariedades políticas que acaban con el otro, que desaparecen la diferencia y aniquilan al compatriota. Aun así, si hoy se superara en el caso nuestro, estamos distantes del “patriotismo democrático” como núcleo que permita un reconocimiento cultural, una identidad nacional, una pertenencia territorial y un ejercicio de ciudadanía que valore la propia construcción histórica/política y posibilite la renovación recurrente de la misma.

De hecho, hace un buen tiempo se sabe que los medios de comunicación y nuestro sistema educativo ofrecen una información muy reducida sobre nuestra propia historia y la vida más allá de las fronteras y eso trae como consecuencia una atrofia de las imaginaciones morales sobre una ciudadanía humanista y democrática. En este propósito, la cátedra de historia es una oportunidad de fortalecer la fundación efectiva de una política para la reconciliación y la paz que nos posibilite la reconstrucción real de país y su resignificación.

La cátedra es una oportunidad valiosa de reconocer el camino transitado que nos ha traído hasta el siglo XXI y que urge de una hoja de ruta o estrategia nacional de juntura por el país que queremos. Para ello, la idea es clara, la cátedra es una herramienta para el análisis y la reflexión social que permite visualizar, ajustar y transformar la historiografía del país en algo más decible. Es decir, en algo digno de ser contado, estudiado y apropiado por las nuevas generaciones.

Así las cosas se requiere trabajar, educar y fomentar un dualismo patriota-cosmopolita, con conocimiento local-global y afianzar la particularidad sin perder la pluralidad. En esa ruta el motor de tal ensamble es la educación democrática.

Un humanismo democrático que, como dice Amy Gutmann, fomente desde la educación “la deliberación sobre la justicia como parte de una cultura política; justicia para sus conciudadanos y para todos sus semejantes, ciudadanos de otras sociedades”. Por ende, la tarea para las escuelas es enseñar a los niños, niñas y jóvenes que su deber es promover la justicia y actuar con justicia.

Se requiere entonces, una singularidad de un patriotismo democrático que ayude a alentar a los ciudadanos a ser demócratas, a las instituciones estatales a considerar que se puede reconocer lo propio sin olvidar lo común y que es posible defender la institucionalidad sin violentar los derechos humanos. Por esta vía, como lo reitera Amy Gutmann, de seguro avanzaremos hacia una sociedad y un mundo mejor, en donde es preciso “abandonar la moralmente equivocada y políticamente peligrosa idea de pedirnos que elijamos entre ser, por encima de todo, ciudadanos de nuestra propia sociedad o, por encima de todo, ciudadanos del mundo”.

Al fin y al cabo, al contrario de Gutmann, en Colombia somos una ciudadanía y una democracia incipiente que apenas transita hacia la integración de las dos concepciones sociopolíticas que universalmente cada día más se trasponen. Finalmente, vale debatir, ¿qué tipo de ciudadano debe formarse en Colombia?

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