Se le acercó a la muerte a los cinco meses cuando su padre Floyd Mayweather, a quien las continuas derrotas en el ring lo transformaron en vendedor de drogas, lo puso de escudo para evitar que el hombre que lo apuntaba con una escopeta le volara la cabeza. El disparo le destrozó la rodilla y el pequeño Floyd jr cayó al suelo. Lo recogieron ensangrentado y con un enorme chichón en la frente.
Él regresó del colegio para encontrarse con su mamá tirada en el suelo rodeada de jeringas de heroína. En los inviernos, a falta de gas para encender la calefacción, tenía que hacer una hoguera con las sábanas de la casa mientras su mamá jugaba a pincharse la vena más gorda. Vio morir de sida a una de sus tías contagiada con las agujas de heroína y a su padre terminar arrestado por las continuas peleas callejeras. Un hombre derrotado a quien la lucidez solo le daba para llevar al pequeño Floyd al gimnasio a seguir el entrenamiento de su tío quien fue campeón del mundo entre 1990 y 1993. Allí, entre guantes, protectores bucales y sacos de arena Floyd entendió que su destino estaba en el cuadrilátero y que se abriría camino en la vida a punta de golpes.
Se estrenó en las competencias mundiales a los 18 años en las olimpiadas de Atlanta del 96 sin conseguir la medalla de oro que fue para el búlgaro Dimitrov. Ha sido esta la única gran derrota de Floyd jr. Coronó victorias con la misma facilidad con que atesora autos en el garaje de su mansión en Las Vegas: Rolls-Royce Phantom, un Ferrari 459 Spider, un Ferrari 588 GTB Fiorano, un Ferrari Enzo, un Lamborghini Aventador LP 7000-4, un Cadillac Escalade, un Porshe 911 Turbo Cabriolet, tres Bugatti Veyron y un Grand Sport descapotable blanco.
Fascinado por los lujos a los que accede sin límites – es el deportistas mejor pagado del mundo, le sacó 160 millones de dólares a la llamada pelea del siglo contra el filipino Manny Pacquiao- también colecciona zapatos y camisetas y lleva en la muñeca un reloj de 15 millones de dólares y es un apostador compulsivo como ocurrió con la última final de la NBA cuando le apostó nueve millones de dólares a los Miami Heat. Sale de compras con un maletín repleto de dinero en efectivo y los viajes los hace en sus dos jets ejecutivos, uno para él y algún acompañante y el otro para los cinco guardaespaldas que no lo quitan el ojo.
Los puristas del boxeo se rasgan las vestiduras cuando comparan a Floyd Mayweather con los mejores de la historia, Mohamed Ali, George Foreman. Porque en lo que si es un verdadero campeón es en el exigente deporte de hacer dinero.
Acusado de fumar marihuana en su propio gimnasio, de golpear mujeres cuando está ebrio y de una cadena imparable de excesos, a sus 37 años Floyd Mayweather no descarta la idea de retirarse pronto. Los millones de dólares que ha ganado le aseguran la vida de lujo que quiso tener desde los días en que le ayudaba a recoger a su mamá las agujas hipodérmicas regadas en el sucio suelo de una cocina en Michigan.