No se puede desconocer que la exportación y producción de flores en el país es un gran negocio, sobre todo para las pocas empresas que tienen acaparado este sector. Es que según la asociación gremial de los floricultores (Asolcolflores) la exportación de este producto llega a más de cien países del mundo, con más 250.000 toneladas de flores en el cargamento de exportación anual. De hecho, en el último año este sector creció 5.1%, y en 2017 se exportaron cerca de 1.400 millones de dólares. Todos estos datos argumentan la segunda posición de Colombia a nivel mundial en producción y exportación de flores, por detrás de Países Bajos. Sin embargo, como en todo negocio siempre hay altibajos y crisis, pero partiendo de los anteriores datos, y en términos de rentabilidad, este sector es al que mejor le va, sobre todo a aquellos empresarios que ven en un detalle, como las flores, el mejor lucro para sus ambiciosas y loables pretensiones.
A pesar de que este sector crezca, sea competitivo y rentable en términos económicos para unos, no lo es necesariamente para todos, especialmente para los trabajadores, sobre todo las mujeres que hacen parte de la fuerza laboral de esas empresas y del sector floricultor del país; esos trabajadores que se encargan prácticamente de todo el proceso de producción de este digno producto, pero que infortunadamente se ha convertido en un sector un tanto coqueto con la explotación, esta entendida como aquella instancia que prima el lucro por encima de la humanidad, esa que se ciega ante las necesidades del trabajador, esa que niega el derecho a la dignidad y sobre todo a esa que le encanta el discurso del salario mínimo, la eliminación de las horas extras, el aumento de la edad de jubilación, la extensión de las ocho horas y la alienación social, todas aquellas peligrosas propuestas de la derecha y sus políticos de turno, y donde Colombia muy bien se acostumbró.
Según el informe de Asocolflores, el sector genera alrededor de 140.000 empleos directos, donde cerca del 64% son mujeres, sobre todo cabezas de familia, además de 18.000 empleos indirectos claves y necesarios para el proceso de este producto, no obstante, más allá de estas cifras, que pueden ser ciertas, no necesariamente la cantidad es reflejo de calidad laboral, y donde en Colombia poco de eso hay.
Revisando varios portales web y bolsas de empleo, que resultan, en algunos casos siendo las intermediarias en la adquisición de un empleo para los que lo necesitan, en este sector: (sobre todo mujeres, campesinos y jóvenes) evidencie, que por un lado en las publicitadas ofertas, unas empresas ofrecen trabajos como operarios y supervisores de cultivo, con una asignación salarial de menos del salario mínimo legal vigente para este año (828.116), con horarios que oscilan a más de ocho horas, sin seguridad social y lo requerido por la ley (salud, pensión, cesantías), otras tienen ese contrato de la esclavitud, el llamado por prestación de servicios, otros imponen a sus trabajadores llegar desde las tres de la mañana y salir al medio de día, eso sin contar que para estas fechas el horario, la carga y en muchos casos la explotación es más recurrente, ya que llega la temporada donde el amor se convierte en objeto del mercado y donde muchas o muchos esperan que con unas flores se compruebe este sentimiento, que para mí va más allá de aquellos pétalos de decoración de cementerios.
En el año 2014, la Asociación Paz con Dignidad y su investigadora Erika González publicaron un informe titulado Las mujeres en la industria colombiana de las flores, donde se vislumbraba todo el negocio mundial de las flores y sus efectos en la economía de Colombia, pasando por los derechos y la dignidad de sus humildes y nobles trabajadores, sobre todo de campesinos y madres cabeza de familia, especialmente de las zonas de sabana, que han sido víctimas de un sistema de tratados de libre comercio, el neoliberalismo y la precarización de los puestos de trabajo, esos que según este mismo informe, llevan a la indignidad, desigualdad de género, explotación laboral, alienación social y humillación por ser parte de aquel trabajo que no hace firmar contrato y así escatimar gastos que la misma ley le exige tener.
No cabe la menor duda que debe haber empresas en este sector que respete la ley, dignifique el trabajo de sus empleados y ante todo haga primar la calidad humana por encima de un negocio redondo que ha dejado ciego a más de un lobo empresario, esos que consideran el discurso del trabajo digno como una simple pataleta de la izquierda, sabiendo que la dignidad humana no tiene partido o ideología política, y es más bien una necesidad obligatoria de todos y para todos. Sin trabajadores no hay empresa y sin empresarios no hay trabajadores, todos dependemos de todos, pero no a cualquier precio. Debemos procurar que el trabajador tenga las garantías, la calidad y la dignidad laboral que exalte su humanidad, y así evitar que mientras usted recibe una flor como regalo, otros tengan que sentir el golpe de los pétalos de la explotación a su labor.