Mamerto es un término de gran raigambre cultural en nuestro país. La mayoría lo utiliza para referirse a ciertos sectores de la izquierda de manera prejuzgada y peyorativa. En mi concepción, el mamerto no solo se asocia a la izquierda, este abarca el espectro político y puede ser epíteto de cualquier persona. El mamerto es el que mete siempre la cucharada para ir en contra vía y llamar la atención, es alguien cuyos juicios van cargados de un fuerte sesgo ideológico o moral, lo cual lo aboca frecuentemente a la obstinación. Sin embargo, no es necesario ser un mamerto contumaz para espetar, de vez en cuando, alguna mamertada.
En su última columna, Florence Thomas presentó una fuerte diatriba contra el programa La Voz Kids. Lo describió como “un adefesio comercial que busca rentabilizar la manipulación e incentivar el sentido de competencia” de los niños y niñas, el cual “inscribe a sus participantes en una situación de adultos precoces, cortándoles toda posibilidad de explorar con libertad las expresiones propias de una situación de crecimiento espontáneo”. De igual manera, la activista aduce que la forma en la que el programa presenta o “expone”, (según sus palabras) a los niños, propicia la discriminación y el matoneo, especialmente en las redes sociales. Estas reflexiones, más no la persona y la destacable labor en pro de los derechos humanos de la señora Thomas, son las que considero una reverenda mamertada.
Thomas asume de antemano que el programa La Voz Kids es un mero capricho o contubernio del mercado y del gran capital. Sus convicciones ideológicas la llevan a caracterizar estos conceptos de manera despectiva. Por ende, al asociarlos con el programa y sus dinámicas mediáticas y de marketing (pues es claro que vende, conmueve y causa revuelo), el show es para Florence un esperpento. El asunto no es tan aciago como lo pinta la autora. ¿Qué tan grave puede ser que niños que han dedicado gran parte de su infancia a desarrollar un talento tan complejo como el del canto vengan a un programa donde lo que prima fundamentalmente es precisamente ese talento? No importa si el niño es lindo, feo, gordo, flaco, con o sin frenillos, si su canto no es el óptimo, nadie se voltea. Si el mismo rasero es utilizado en las rondas de preselección eso es otro debate, pero al menos en estos casos los niños no son “expuestos”, como lo sugiere Thomas, ante las cámaras.
La lógica de la activista sugiere que la competencia es perniciosa y que quién posea o desarrolle una virtud desde la infancia no la debe de demostrar o “exponer” de tal manera, pues esto afecta negativamente su “crecimiento espontáneo”. ¿Qué es crecer espontáneamente? ¿Quién lo define? Mucha gente ha crecido como le gustaría a Florence y está lejos de alcanzar su felicidad. De igual manera, que haya matoneo virtual y críticas desaforadas para algunos participantes del programa, es para la autora consecuencia de lo que ella considera una exposición a la que son sometidos los niños en el programa. Según ella, como siempre va a haber crítica, y en algunos casos bastante ofensiva, debemos prohibir demostraciones de talento como las del show. A mi juicio, la crítica está presente en nuestro día a día y su grado de violencia se aminora castigando socialmente la intolerancia y los prejuicios, no escondiendo a quienes la reciben.
¿Qué sería de James Rodríguez si en su infancia le hubieran prohibido competir desarrollando y demostrando su virtud en el complicado mundo del fútbol? ¿Será que el crecimiento espontáneo al que alude Thomas le habría permitido llegar al cenit del fútbol mundial? No veo razón para condenar un espacio donde los niños pueden soñar y demostrar lo que han cultivado a lo largo de sus cortas vidas. A muchos nos genera conmoción. Otros caen en la mamertada.
Adjunto la columna de la señora Florence Thomas:
www.eltiempo.com/opinion/columnistas/la-insoportable-la-voz-kids/14655199
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