Lo del fiscal anticorrupción Gustavo Moreno puede antojar como el guion perfecto de alguna de las novelas de Raymond Chandler, aquel escritor Estadounidense que le diera a la novela negra una dignidad que ya merecía. Este tipo de novela intenta comprender el alma humana desde el conflicto a que se enfrentan sus protagonistas y que tienen un denominador común; el dinero y el poder. Conflictos que suceden en escenarios lujosos y marginales pero que describen personas comunes que son el enlace de mafiosos, políticos y funcionarios corruptos, cuyas acciones están dominadas por la lujuria, la codicia y el ansia de poder.
Los oscuros episodios que están sazonados con la declaratoria de culpabilidad de una abuela ya para entonces fallecida, el testimonio de unos familiares que sin sonrojarse lo reafirman, el delirante actuar de un abogado defensor secuestrado por los encantos físicos de la detenida y el argumento sofisticado que usó el juez para declarar que la mujer no podía seguir privada de la libertad. Todo esto constituye una trama propicia para desgajarse en hipotéticos acontecimientos que hagan de su contenido una verdadera novela negra.
Y es que es en los estrados judiciales donde la condición humana parece negociarse sin escrúpulos, fiscales y jueces adornan muchas de sus actuaciones bajo la premisa de un arribismo conveniente. Al final, la genuflexión y la lisonja son tan oportunos como la tiranía y el desprecio. Nada más enfermo para un Estado que aquellos que deberían cultivar la ética y la moral, estén arropados por la codicia y la complicidad.
Una reforma judicial integral es oportuna y necesaria, donde no solamente se traten asuntos como la congestión y el acceso a su dictamen, sino que la administración de la justicia no se dé a distintas interpretaciones y sus administradores estén alejados en su función de cualquier actuar que no sea precisamente del que se derive de su cargo. El existencial y perenne enroque que se da entre políticos y jueces hace de la torre donde el rey ejerce su administración una verdadera cloaca donde deambulan cortesanos verdaderamente prostituidos.
El fiscal general de la nación solo atinó a lamentarse con una frase que más parecía una letanía lacónica y sospechosa. Porque este no es un asunto frívolo y de infidelidades, es un asunto que le da toda la razón a los ciudadanos cuando se lamentan de los seres que les imparten justicia. Porque para ningún ciudadano es comprensible que la dirección de la Fiscalía esté regida por un ser humano tan socialmente activo, que sus amigos, socios, subordinados y allegados estén tan cercanos a sus investigaciones y tan lejanos a cualquier justa condena. Justicia que no se dará, si ese poder no deja ese maridaje que se da con políticos y funcionarios que solo ensucian su actividad. Un gran paso es que la elección de altos dignatarios judiciales se dé al interior de su rama y no con el dedo impositivo del ejecutivo y de aquellos que deberían legislar, porque estos, con su alegre inconsciente, creen firmemente que no elegirán a un funcionario, si no a un cómplice.
En una nación con una justicia enferma, los sucesos que irradian una realidad mágica son muy recurrentes. No causa vergüenza que un sujeto destituido por corrupto de la dirección de la Procuraduría hoy sea candidato de la Presidencia, ni que un alcalde que lleva mintiéndole muchos años a sus allegados y electores con una hoja de vida fecunda en falsedades quiera enterrar el futuro de la ciudad para satisfacer los intereses de sus socios. Tampoco que un expresidente y hoy senador tenga una cantidad exagerada de su séquito de colaboradores en la cárcel, huyendo y en la condición de investigados, y él siga exponiendo sus deseos sin que su sospechoso actuar esté en el radar inexorable de la justicia. Mucho menos, que un fiscal anticorrupción de la entraña de ese mundillo político sea capaz de convertir un “ affaire” lujurioso en un verdadero sainete donde se condimente lo escabroso y se redima la ética. Si, es cierto, ni Raymond Chandler imaginaba tan habilidosos y oscuros personajes para tanta novela negra.