Que la democracia de partidos haya sido reemplazada por la democracia de las firmas, refleja de manera evidente la precariedad de nuestra democracia y el poder de acomodarse de nuestra clase política.
La democracia de las firmas ha reducido la participación ciudadana a su mínima expresión. Minimalismo político dirán los avezados politólogos. Presentar propuestas y programas que atiendan a las necesidades y demandas ciudadanas ha sido reemplazado por el lamentable espectáculo de arrancarle la firma al ciudadano en dos minutos. Entre afanados e incrédulos los colombianos no le niegan la firma a candidato alguno. Es la única manera de quitárselos de encima. Da igual que sean de derecha, extrema derecha, centro, centro izquierda, liberal o neoliberal, conservador tradicional o conservador progresista, católico ferviente o pastor cristiano militante, esas sutiles diferencias para nada cuentan a la hora de rellenar con su propia mano las planillas de firmas como ordena la ley.
Atrás quedaron los partidos de dirigentes, cuadros y activistas, se les considera premodernos. Los gamonales y caciques siguen siendo importantes, pero para alcanzar el éxito también es decisivo contar con un Comité o Grupo Significativo de Ciudadanos, que en realidad son un enjambre de brigadistas dedicados a la lastimera labor de recorren el país, casi menesterosos, buscando afanosamente a los millones de colombianos que desprevenidos transitan por calles, supermercados o sitios de aglomeración, cualquier ciudadano, no importan su filiación política, si es pobre o rico, si vota o es abstencionista, lo importante es que firme, no se le pide más. Una firmita no se le niega a nadie es su eslogan de campaña.
La campaña presidencial en curso demuestra palmariamente que para hacer policía en Colombia no se requiere contar con un partido político, basta contratar un experto en márquetin electoral, conformar con los amigos cercanos un Movimiento, ponerle un nombre incluyente y atractivo y listo, así se puede construir y quién quita hacerse a la presidencia de la república. Recolectar firmas como respaldo a una aspiración presidencial es legal, pero es tramposo. Entre el firmante engatusado y el candidato interesado no media ningún compromiso. En uno o dos minutos que dura el ritual es imposible que el ciudadano tenga una idea de por qué y por quién está estampando su codiciada firma.
La recolección de firmas es el nombre de la nueva política, light, sinsabor, incolora, mediática, desprogramada, sin ciudadanos, sin partidos. Y la verdad sea dicha no les ha ido mal, funciona. Los 11 candidatos presidenciales lograron recolectar la no despreciable cifra de 16’154.288 firmas. Mucho más que los 13.222.354 que votaron en las últimas elecciones presidenciales del 2014. Del total de firmas presentadas solo fueron reconocidas como válidas el 50 % de las mismas. Ocho de ellos clasificaron y tres quedaron por fuera de la contienda al no registrar el número de firmas mínimas requeridas.
La recolección de firmas es el nombre de la nueva política,
light, sinsabor, incolora, mediática, desprogramada,
sin ciudadanos, sin partidos
El más competente a la hora de utilizar este sucedáneo de la democracia es, sin duda, Germán Vargas Lleras, quien presentó un total de 5.522.088 firmas de las cuales solo se reconocieron como válidas 2.752.287. A pesar de contar con partido, de nombre sonoro y atractivo, Cambio Radical, prefirió inscribir su nombre a través del “Movimiento Significativo de Ciudadanos” Mejor Vargas Lleras.
Vargas Lleras es el vivo ejemplo de la vergüenza que les produce a los propios políticos nuestra manoseada democracia. Por eso no se presentan a nombre de su partido, prefieren la estrategia del encubrimiento, de la simulación electoral, de pescar incautos. Han optado por la estrategia de firme aquí. Sus publicistas se han encargado de cranearse un nombre seductor y atrapamoscas. Los hay de todo y para todos: Compromiso Ciudadano (Sergio Fajardo); Creemos País (Frank Pearl); Patria Nueva (Luis Mendieta); Grupo Significativo Movimiento Promover Colombia (Jairo Clopatofsky); Por una Colombia Honesta y Fuerte (Martha Lucía Ramírez); Ante Todo Colombia (Juan Carlos Pinzón); Fuerza Ciudadana (Carlos Caicedo ); Poder Ciudadano (Piedad Córdoba Ruíz); Colombia Humana (Gustavo Petro); La Patria de Pie(Alejandro Ordoñez); Mejor Vargas Lleras (German Vargas Lleras).
El aprovechamiento de las firmas para todos los propósitos, desde lo más nobles hasta los más perversos, no es de ahora, hace rato viene siendo utilizadas por tirios y troyanos que aspiran a ser presidentes. Las firmas han servido y sirven para todo: igual se utilizan para promover medidas contra la corrupción mediante un referendo (Claudia López y Angélica Lozano); promover un referendo contra la adopción de menores por parte de parejas del mismo sexo (Viviane Morales); revocar al Alcalde Peñalosa; revocar simbólicamente el mandato del presidente Juan Manuel Santos (Centro Democrático, mayo de 2016); recoger un millón de firmas para exigir la renuncia de la ministra de Educación Gina Parody (Fecode mayo de 2016); rechazar la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc (Centro Democrático y Movimiento NO+Santos); instaurar la prisión perpetua para los violadores, secuestradores, maltratadores y asesinos de niños (Grupo de ciudadanos, encabezados por Johana Jiménez, hija de la desaparecida senadora Gilma Jiménez.
Las firmas sirven y acuciosamente son reconocidas como legales y legitimas cuando de promover candidatos presidenciales se trata, pero cuando los ciudadanos deciden revocar al mandatario y recurren al recurso legal de las firmas no opera en la misma forma. Esas firmas terminan en una gran frustración colectiva.
La recolección de firmas se ha convertido en una suerte de precampaña electoral para medir fuerzas, calcular estrategias y posibles alianzas, para decidir si se insiste o se opta por un senado o una cámara. Para posesionar el nombre para las próximas. Para aspirar a la alcaldía de Bogotá más tardecito. También es frecuente que se convoque a los ciudadanos a firmar por una causa (anticorrupción o antiadopción) y luego se pretenda convertir a los firmantes en votantes de una o un candidato presidencial.
La democracia de las firmas está dichosa, exultante. Se han salido con la suya. Ya veremos cuanto les dura la dicha a la hora de convertir las firmas en votos. Es la gran apuesta de nuestra convaleciente democracia.