Sí, hay firmas por toneladas y ya se reflejaron en la última encuesta de Datexco, en la cual lo más destacado es que el 30 por ciento de los encuestados no ha decidido por quién votar en las próximas elecciones presidenciales. Nada raro, porque la batahola montada por los propios aspirantes tenía que conducir, ineludiblemente, a una indecisión de los colombianos respecto de tanto postulante y a la incertidumbre de quienes, por obvios motivos, ven muy enredada la situación entre candidatos y partidos (Conservémosles el nombre).
En una entrevista para Semana, el politólogo Álvaro Forero observó que, de ese divorcio entre jefes y partidos, surgieron los liderazgos personalistas, es decir, aquellos que sobreponen, para caldo del egocentrismo, a las personas sobre las organizaciones políticas. Donde hay partidos menospreciados por sus propios jefes, la debilidad de la democracia no ofrece duda y cunde la desorientación. No hay país, en tales condiciones, que normalice un rumbo y dé a sus ciudadanos garantía de estabilidad en todos sus sectores, pues cuentan más los nombres que las instituciones, la economía y la paz laboral.
Pese a la turbidez del panorama, la encuesta presentó una tendencia de los sondeados por los aspirantes de la izquierda (Petro y Clara López) y por el serio y ponderado Sergio Fajardo, un ejemplar humano extraído de su propio esfuerzo, quien inspira confianza en medios políticos y sociales hartos de tanta mala maña, tanto clientelismo, tanta corrupción y tanta indolencia frente a las responsabilidades administrativas. Es esa la razón por la cual se habla más de carteles que de partidos y de capos que de dirigentes. Vean los titulares, lean las declaraciones y revisen los comunicados y lo corroborarán.
Asombra un poco que la muestra de Datexco arroje tan bajos porcentajes en favor de Vargas Lleras y de los aspirantes del Centro Democrático. A despecho de los pantallazos y de los cientos de miles de millones invertidos en obras de 4G y vivienda, el jefe de Cambio Radical figura en el cuarto lugar con un modesto 6,7%, y el mejor perfilado de los uribistas, Carlos Holmes Trujillo, con un irrisorio 1,6% de intención de voto. Conocidos estos números, la señora Marta Lucía Ramírez, también bajita en las cifras, se fue del Partido Conservador y anunció firmas buscando hospedaje donde Uribe.
Petro tiene razón en algo que afirmó: falta por verse el influjo de las maquinarias. Ese se conocerá al final del camino, cuando el proceso se haya decantado y los descartes por consultas, interconsultas y encuestas despejen, en parte, la posición de los electores frente a las candidaturas. Las firmas, en todo caso, son un huracán Irma de papel que tiene pensando a las autoridades electorales en que no tendrán ni tiempo ni plata para enfrentar sus vientos. ¡Crisis y cambio en la Colombia de la posverdad!
No sabemos si habrá relevo de élites o consolidación de viejas oligarquías,
que continúan aprovechándose del miedo,
las mentiras y los rencores contra las corrientes políticas progresistas
No sabemos aún si habrá relevo de élites o consolidación de las viejas oligarquías, que continúan aprovechándose del miedo, las mentiras y los rencores contra las corrientes políticas progresistas, incluyendo las que no han apostatado del sistema, con una excelente aplicación del apotegma “divide y reinarás”. Algo bueno queda del caos, decía un manzanillo sampuesano cuando sus copartidarios se quejaban de la proliferación de grupos y grupitos en su partido. De todas formas, nuestra democracia es más una manera de vivir que una filosofía. Solo de modo accesorio es una forma de gobierno.
La existencia de veintiocho candidatos presidenciales indica que, entre colombianos, la democracia se instituyó para legitimar todas las pretensiones del poder, las santas y las demoníacas. Como les importa un bledo la anchura y complejidad de los problemas institucionales, económicos, ambientales y sociales, se lanzan a la ‘lucha’ convencidos de que no hay límite posible contra el desempeño de los gobernantes. No les interesa la red de obligaciones y prohibiciones que asigna o impone el Estado, sino los réditos de un estilo político más parecido a una potencia paraestatal, como decía Burdeau, que a la conducción de una sociedad organizada.