La estructura social que se ha desarrollado a lo largo de los milenios de la coexistencia de sujetos, con diversos intereses, ha generado diferentes e instituciones para garantizar que la organización sea satisfactoria a la mayoría de las masas y por ende se perciba que su funcionamiento es el adecuado y que debe existir. Cuando una persona va a un hospital por cualquier queja de salud, allí lo recibe un personal sanitario que tiene como misionalidad social el cuidado de la salud y el tratamiento de la enfermedad. Es de esta manera que se enarbolan las banderas que como agremiaciones de diversas profesiones justificando su comportamiento, actos, formación y demás.
Estas circunstancias que son cotidianas no generarían ningún conflicto hasta cuando se involucra la sostenibilidad económica de la institución para garantizar este proceso social. En este momento surgen tensiones en el quehacer de cada uno de los sujetos involucrados en el funcionamiento de la institución. Nuevas estrategias, capacitaciones, funciones, responsabilidades organizacionales, jerarquías, misiones y visiones, surgen. Estos, “camuflados” bajo el nombre de sistemas de calidad, seguridad, sostenibilidad o cualquier otra palabra noble que permita el marketing y haga sentir “orgullosos” a sus colaboradores. Es de esta manera que actualmente en las organizaciones de orden privado o público han adoptado sistemas que tienen el propósito de garantizar la atención de los usuarios con satisfacción, es decir con calidad, sin hacerle daño al medio ambiente o sus trabajadores.
Es entonces cuando la institución sobrecarga todas las fuerzas productivas no solo a la misión, sino que prioriza el funcionamiento de estos artificios sobre el bien común. Ejemplo de esto es cuando en la atención en salud, los formatos, formas, autorizaciones, recibos y demás “sepultan” administrativamente tanto al profesional como al usuario. Se crea una brecha entre la misión original y la misión del artificio creado.
En esta lógica, el trabajador de la institución no tiene más salida que cambiar sus prioridades y alimentar las constantes demandas a las que la jerarquía institucional le han condenado. Por lo tanto, la tendencia de las instituciones en general es la confusión, un aturdimiento donde se confunde el medio con el fin. Es así, como en los hospitales parece que se condenó a los profesionales a priorizar los formatos de los servicios sobre el cuidado de las personas; en las escuelas y universidades se condenó a los profesores a priorizar la reunión administrativa sobre el debate académico; me imagino que la misma confusión vivirá cada uno de grupos de trabajadores en el país en todas las áreas productivas, gracias a los sistemas de gestión o a la confusión del medio y el fin.