Fin del conflicto: esperanzas y temores

Fin del conflicto: esperanzas y temores

Análisis de Oto Higuita: 'Este fue uno de los puntos más difíciles en los diálogos de La Habana'

Por: Oto Higuita
junio 29, 2016
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Fin del conflicto: esperanzas y temores

El mundo pudo presenciar la firma del punto tres sobre Fin del conflicto, de los seis que contempla el Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, el cual se firmó tras un acto protocolario impecable, y el respaldo contundente de la comunidad internacional.

Salvo pequeños pero poderosos sectores de ultraderecha, más de aquí que de allá, ligados a la idea de una guerra indefinida que les preserve los botines obtenidos tras la larga confrontación de más de cinco décadas, el mundo lo acogió como un paso fundamental y esperanzador para alcanzar la paz en Colombia y en el continente, como bien lo dijo en su intervención el presidente de Cuba, Raul Castro.

Uno de los puntos más difíciles de resolver, porque significa poner fin al cruento e histórico enfrentamiento armado entre Estado y alzados en armas - donde la mayoría de los muertos han sido cientos de miles de gente humilde del pueblo - fue establecer las condiciones para el cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo; la dejación de armas por parte de los rebeldes, generar garantías para la participación de los sublevados en la vida política y su tránsito a movimiento político legal, así como combatir y desarticular el paramilitarismo, verdadera amenaza para la paz.

El punto tres, Fin de conflicto, aborda cuestiones esenciales que de implementarse significarían el comienzo del fin de la oscura y horrenda guerra que hemos padecido. Es, tal vez, el mensaje más alentador sobre el fin de la guerra y por eso millones lo vivieron como una fiesta  popular porque sentían que celebraban el último día de la guerra en Colombia.

Hubo júbilo en millones de corazones, lágrimas de felicidad en miles de rostros que no podían creer lo que oían y veían, algarabía y carnaval en plazas y parque públicos; y, por supuesto, desolación, rabia y rechazo de quienes, no pocos, siguen tercamente empecinados en incitar la guerra por más desoladora y horrenda que haya sido.

El campo democrático y popular tiene una gigantesca tarea en adelante: conformar un amplio  movimiento patriótico nacional en favor de los acuerdos de paz, que por más imperfectos que parezcan signifiquen derrotar, por medios pacíficos, a quienes se empecina en mantener un país dominado por la guerra.

Claman desde los medios de comunicación, afines a sus intereses, rechazar los acuerdos de paz y continuar la guerra y la rapiña que perpetraron. Que no quieren comandantes de la guerrilla participando en política, sino purgando cárcel, ni que sean elegidos a cargos públicos como si estuviéramos en la época del autoritarismo y despotismo de la “seguridad democrática”, donde un pelele hacía de cabecilla creyendo que podía imponer por siempre su interés personal y mezquino, por encima del interés superior de la patria democrática y soberana.

Iniciamos un nuevo y esperanzador momento en Colombia, luego del largo, complejo y difícil proceso de diálogos de La Habana. Falta una mesa de negociaciones entre las guerrillas del ELN - EPL y el gobierno, que el movimiento democrático y popular debe exigir que se establezca, y evitar que la paz quede incompleta y coja esta vez, como ocurrió, por ejemplo, en 1991, cuando el presidente César Gaviria dividió la estrategia de diálogo, sentándose a la mesa con el M-19, el EPL y otras guerrillas para que se desmovilizaran como bien lo hicieron; mientras que a las FARC, el ELN y un sector del EPL que no aceptaron sus condiciones de rendición, los bombardeó, como ocurrió con Casa Verde, campamento central de las FARC.

La esperanza que desata el avance de los acuerdos de La Habana en amplios sectores del pueblo colombiano, está acompañada igualmente de los temores de muchos compatriotas que aún no han entendido el mensaje y el significado de éstos. Hay que invitarlos a reflexionar a través de una amplia y completa pedagogía de paz, de que si quienes han hecho y vivido la guerra están decididos a transitar de movimiento alzado en armas a movimiento alzado en ideas, es porque está muy cercano el día en que podamos decir: pudimos vencer los mayores obstáculos y romper para siempre con la funesta costumbre de hacer política con armas, tanto el Estado como las guerrillas.

El temor a los acuerdos de paz se vence implementando lo acordado en hechos concretos por el bien común y la vida digna del pueblo colombiano. Duda histórica que debe asumir el Estado colombiano que, además, significaría la derrota de la larga guerra. Queda por vencer la desconfianza ciudadana y la perfidia guerrerista, luchar por conquistar la justicia social y ver si un día es posible morir en una Colombia en paz.

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