El filósofo latinoamericano más importante del siglo XX es colombiano

El filósofo latinoamericano más importante del siglo XX es colombiano

Nació en Envigado a mediados de 1895, estudió en la U. de Antioquia y publicó más de 10 obras

Por: Fabio Andrés Olarte Artunduaga
marzo 18, 2016
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El filósofo latinoamericano más importante del siglo XX es colombiano
Foto: eafit.edu.co

En Envigado, un pueblo tan camandulero como todos los demás que existen en Colombia, nació el 24 de abril de 1895, en el seno de la familia González Ochoa, un niño al que sus padres llamaron Fernando. Lo que pocos se esperaban cuando él llegó al mundo era que ese niño que no fue más que un ser libre, brillante, lúcido y genial, con el paso de los años, se fuera a convertir en el filósofo más importante que le daría al mundo nuestro continente, durante el siglo XX.

Daniel, su padre, y Pastora, su madre, lo hicieron realizar sus estudios primarios en colegios religiosos, aunque en esas instituciones perversas, el pequeño Fernando no estuvo mucho tiempo, pues gracias a su buen razón, el muchacho, por ejemplo, se negaba a comulgar. De un colegio dirigido por jesuitas Fernando fue expulsado y, gracias a este acontecimiento maravilloso, surgió su primer escrito, publicado recién en 1916. “Pensamientos de un viejo” fue el nombre le dio el joven a dicha obra que, como todas las suyas, fue descalificada por la infame crítica literaria colombiana, pues fue el primer escritor que escribió como nosotros hablamos, lo que hizo que muchos lo llamaran “mal hablado”.

En 1917, Fernando se graduó como bachiller en filosofía y letras de la Universidad de Antioquia y, dos años más tarde, egresó de la misma institución académica con el título de abogado. Dicha universidad, de la que se han graduado criminales como Álvaro Uribe y Mariano Ospina, en medio de un acto completamente indigno para un centro de estudios superiores, censuró la tesis de González: “El derecho a no obedecer”. Tal vez como consecuencia de tal acción opresora, Fernando no ejerció plenamente como abogado, y dedicó su vida a la escritura.

En la primera edición de “Viaje a pie”, Fernando escribió para una mujer la frase: “A veces creo que no eres mi cónyuge sino mis alas”. La dama a quien se la dirigió era Margarita Restrepo, con quien se casó en 1922 y tuvo cinco hijos, quien logró robarle un pedazo del corazón al filósofo paisa. Margarita, hija del expresidente de Colombia, Carlos Restrepo, hizo que Fernando, el loco con el que decidió compartir su paso por este planeta de cuerdos asesinos, aflorara la ternura en su máximo esplendor.

Sin embargo, Fernando, como todo humano, no era perfecto. Pero, la verdad sea dicha, pecó por creer que con su trabajo, Colombia se podría convertir en un país más justo y menos miserable. Fue magistrado del Tribunal Superior de Manizales, juez y cónsul de Colombia en distintas ciudades europeas.

En menos de 12 años González le regaló al mundo cientos de páginas de verdad que, desgraciadamente, algunos confunden con rebeldía. En 1929 publicó la ya mencionada obra Viaje a pie, en 1930 Mi Simón Bolívar, en 1932 Don Mirócletes, en 1933 El hermafrodita dormido, en 1934 Mi compadre, en 1935 El remordimiento y Cartas a Estanislao, en 1936 Los negroides, en 1940 Santander, y en 1941 El maestro de escuela. Con esa producción literaria tan valiosa, escrita en tan poco tiempo, se debió ganar un Nobel de Literatura. Pero no: no se lo dieron. Y eso que a él lo recomendaron Sartre y Wilder. Aunque, la verdad sea dicha, no me importa que no lo hayas ganado tú y sí el islandés Laxness. ¡A los grandes no los hacen los premios sino si legado, y el tuyo es inconmensurable!

Años más tarde, y a modo de despedida, Fernando publicó un par de obras más que demuestran lo multifacético de González. Libros de los viajes o de las presencias de 1959 y La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera de 1962, fueron las últimas gotas preciadas de literatura que él nos quiso brindar. El destino quería que esa alma libre que nos enseñó a los colombianos que todo es una farsa, y que por eso fue odiado por mis paisanos, no fue más que uno de los primeros ateos realmente valiosos de un continente hipócrita.

Su obra, polémica para los mojigatos, y autentica y sincera para los demás, fue vanagloriada por los más grandes pensadores de su generación. Fernando murió el 16 de febrero del mismo año en el que alias Tirofijo fundó las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –FARC-. El brujo de Otraparte –así llamaban a González- por suerte no tuvo que ver cómo ese delincuente y su guerrilla acabaron con Colombia, con la complicidad de muchos gobiernos incluso más criminales que las mismas FARC.

Para concluir, les comparto algo que Gabriela Mistral alguna vez dijo, refiriéndose al escritor antioqueño: “Los libros de Fernando me sacuden hondamente. Hay en él una riqueza tan viva, un fermento tan prodigioso, que ello me recuerda la irrupción de los almácigos en humus negro. ¡Es muy lindo estar tan vivo!”. Aunque González está condenado al rechazo y al olvido, en un país que cada vez es más violento y menos racional, su verdad sigue penetrando esferas de pensadores mundiales, por lo que él merece ser leído por todos los latinoamericanos.

 

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