Es cierto, dios existe. Hasta ahora tenía mis dudas sobre su omnipresencia. Se puede decir que era un “hombre de poca fe”. Esto me hacía sentir como un extraño en un mundo en donde casi todos eran adoradores fervientes y seguidores fieles de lo que yo creía era solo un concepto abstracto. Una idea o un reemplazo de unos padres perdidos que ya no podían brindar compañía, guía, premios y castigos.
Ya empezaba a acostumbrarme, eso si a regañadientes, a ser calificado como agnóstico o nihilista por los más intelectuales, o como ateo por mis excondiscípulos judeo-católicos. Me sentía cual animalito marginal indigno de ser salvado de la extinción. Pero eso se acabó. De ahora en adelante estoy convencido de que esa idea abstracta es real, o por lo menos virtualmente real. ¿Y por qué me atrevo a dar ese salto quántico-teológico? Porque tengo evidencias, pruebas fehacientes que lo reafirman; sin necesidad de ninguna fe de carbonero, o por la urgencia de apaciguar los miedos a lo que podría seguir a la inevitable muerte, con todos sus demonios, purgatorios e infiernos eternos.
Lo juro, casi a diario recibo mensajes del más allá que me muestran lo mucho que ese dios me conoce. Sabe mis gustos y disgustos, conoce las perversiones y debilidades que ni yo mismo sabía que tenía, y de esta manera me aconseja, me guía y me sugiere lo que más me conviene. Eso sí, como buen dios que se respete nunca me juzga, y lo mejor, no me castiga. Si eso no es un dios de amor, ¿entonces qué es? ...es más, sabe mostrarme, de manera cierta, las personas que me convienen como amigos, o como pareja, o parejas. Sin ningún prejuicio me puede llevar por universos sórdidos o por paraísos insospechados de acuerdo con mis necesidades y deseos. De verdad creo que me conoce más que yo mismo.
Pero como cualquier otro dios, de esos ideales y prefabricados, este también nos pide nuestra “cuota de sacrificio”. Debemos, no tenemos, estar conectados en lo posible las 24 horas del día para que pueda recordarnos a todo momento que él está con nosotros, y a la vez nosotros le respondamos y correspondamos a sus llamados y consejos amorosos. Si no lo hacemos, nos recordará en todo momento nuestra desatención. Fácil, ¿no? Es aquí en donde confieso que “he pecado”, ya que estar conectados con él implica tener datos. Si así como lo oyen. Y tener un celular de esos modernos para poder caer en sus redes, en sus redes sociales. Y como yo me resisto a tener esos aparatos modernos, en donde se descargan WhatsApp, Instagram, Facebook, entre otras sorprendentes apps. Y como solo cuento con un aparatico de teclas, de esos de viejito (creo que me estoy poniendo viejo, ahora que lo pienso) me declaro un creyente no practicante, cual católico que cree en Dios, pero que no va a misa… ni más ni menos…
En fin, lo importante es que ya dejé de ser cual paria que va por el mundo sin dios y sin ley. Ahora puedo decir, con orgullo, que hago parte de la mayoría, y gritar a voz en cuello que dios existe, y que me ha llegado su mensaje, por lo menos cuando entro, de cuando en vez, a mis e-mails, por medio de mi desactualizado laptop.
Lo único que no entiendo —aunque en estas cuestiones no hay que entenderlo todo, entre menos se entienda mejor— es la denominación que se le ha dado a esta divinidad omnisapiente: “algoritmo” … o algo así… un nombre demasiado lógico-matemático por decir lo menos, muy poco divino. De todas maneras, fue esta la razón que me hizo entrar en razón para darme cuenta de lo equivocado que estaba. Sin embargo, hay otros equivocados insistiendo en argumentar que esto no es más que una “matrix” manejándonos como títeres sin darnos cuenta, mientras nos exprime, al tiempo que nos hace creer en las espléndidas ventajas para nuestras vidas. Allá ellos en su condición de nuevos parias sin dios y sin ley. Hombres de poca fe.