Por meses fuimos encerrados, sufriendo las pérdidas de familiares, amigos o empleos, sufriendo la economía, y otros negando lo innegable.
Ahora vacunados, las personas presas de los vicios más mundanos, salieron a las calles a beber trago y fumar lo que no se pudo en la cuarentena.
Hoy en Bucaramanga, los residentes y vecinos de la 33 sufrimos de la fiesta desbordada en sitios de mariachis y tabernas de mala muerte. Es imposible dormir cuando carros con sistemas de sonido, atormentan a las 3 de la madrugada a todos los vecinos de la zona. Mariachis con trompetas y borrachos a gritos saludan el sol a las 7 am.
La policía brilla por su ausencia, llamadas al 123 son contestadas con pereza y desinterés. Los CAI cercanos seguramente cerrados, nadie controla ni le importa el desorden, la autoridad esta disponible únicamente para cuidarnos de los vendedores de café y aromáticas.
Tengo 40 años, me gusta salir e ir a fiestas, sin embargo, eso no tiene nada que ver con el hecho de atormentar a los vecinos día a tras día, bajo una impunidad soportada por la pereza de la policía para poner orden. En una de las llamadas hechas, me respondieron,"no podemos hacer nada porque el comandante esta allá".
En un pasado explicaban su situación y buscaban ayuda en las ventanas de los vecinos cantando por un apoyo económico, hoy superada parcialmente la situación y volviendo a la normalidad, sus queridos vecinos quienes los apoyamos tenemos que sufrir sus cantos y gritos toda la noche.
Así, lo impensable sucedió, nos encerraron y ojalá no pase de nuevo porque yo, aunque hayan miles de serenatas en frente de mi casa, no les daré jamás mi apoyo y colaboración.